martes, 9 de marzo de 2010
Alejandro Crotto
Las palomas
Hay que ponerse rápido las medias
porque el piso de piedra está frío; en la cocina
desayunamos leche, pan con manteca y miel,
después salimos a cazar palomas
con nuestro rifle de aire comprimido,
mi hermano y yo con menos de once años
y con botas de goma, camisa gruesa a cuadros y balines
en el bolsillo –dos o tres,
los próximos a usar, van en la boca.
Vamos dejando huellas en la helada que empieza a deshacerse,
vamos alerta entre las ramas de los plátanos,
los altos eucaliptos, el nogal, las casuarinas,
los álamos del haras, la pileta,
un tiro cada uno, caminando,
señalando de a ratos las copas del otoño.
Después, detrás del lavadero, entre frutales,
las desplumamos y las destripamos:
sosteniendo en la izquierda el peso tibio
vamos sacando plumas con la otra,
las más largas y duras en la cola y el ala,
las fáciles del pecho,
las cortitas y oscuras de la espalda, las más suaves
en el flanco, debajo de las alas en la axila;
van quedando en los yuyos enredadas hacia el lado del viento,
pegadas en las manos, suspendidas del aire
cuando se arremolina de repente;
después vamos vaciando el cuerpo, mucho más chico
ahora en relación a la cabeza: primero el buche,
a veces con semillas de girasol intactas que se pueden comer,
apenas agrias, y metiendo con fuerza los dedos hacia arriba
donde termina el esternón, girándolos
dentro del cuerpo todavía caliente, agarrando y tirando para abajo,
arrancamos los largos intestinos y la panza, sacamos los pulmones
como una esponja rosa pegada a las costillas,
los riñones, el hígado, el quieto corazón,
que los perros atrapan sin que toquen
el suelo; en la canilla lavamos las palomas
y les cortamos la cabeza, las atamos
subidos a un banquito de la pata a un alambre hasta la noche.
Las manos queman por el frío del agua,
brillan los cuerpos en el aire, al sol; la vida
es material, y la materia
es difícil, sagrada.
Entierro de Guillermo Martínez
Se activa el óvulo sembrado, alarga manos, piernas,
forma sus órganos, aumenta, afina rasgos,
y abre a la madre, nace, asoma su ojo de varón al ruido,
se hace de dientes y palabras guaraníes,
alcanza rápido su máxima estatura, engendra
en otra dos que no prosperan y se va,
es veintiún años en la sierra cordobesa hachero,
amplía manos, célibe se encoge un poco y endurece
los ojos contra el sol, todo fajado por las hernias,
la cara más enorme cada vez con menos dientes, y recala
de cuidador del campo familiar de veraneo
en la casa ermitaña del arroyo entre espinillos,
y en verano porteños de cambiantes estaturas
lo buscan fascinados, y él se ríe, les traduce
un poco el guaraní, les da del guiso de cotorras
que come tras cazarlas con gomera y piedrecitas
-el índice doblado y el pulgar hacen la horqueta-
puesto con naturalidad tan fácil en el mundo,
con toda la verdad de su gastado cuerpo, y cede
ayer, queda sentado bajo el sauce con los ojos
opacos que ven lejos, y no hay nadie
a quien avisar nada, y ahora le damos tierra,
acostado y envuelto en arpillera hasta los hombros
entre el zumbido azul del sol al mediodía,
sembrado a su creciente eternidad.
Me parece que nunca voy a ver un poema más lindo que un árbol
Hacia esta luz que anima
la ciega sed de encuentro
que hace ávida copa, pronta vida
que se estira a encontrar
un paulatino amor más y más alto,
a tientas, vertical,
escala entretejida con espina,
el deseo, insistiendo
su amor, materializa
su ánimo de abrasarse encandilado.
Zoológico
a T.
Acelerado humo de colectivos
y de garrapiñada, gritos, globos,
grandes palomas negras, vamos,
acá se abre una fresca fuente de flamencos
a la mañana azul de tanta luz enorme
que enflaquece a los dos osos penosos y polares
de flecos blanco oscuro y amarillos,
y magnifica a la elefanta, su cabeza
arrugada de tierra tranquila,
el ámbar vivo de su ojo; reflejadas
personas parecieran adentro del vacío
cubículo felino, luego echada una sombra
resulta la pantera; ¿y qué añora en su ensueño
sentada, derechita, con la vista perdida
hacia el noreste una nostálgica
suricata…?; el bisonte
de brava barba entreverada
del lomo a la brutal cabeza luminosa
mendiga lengua saca por una galletita; ¡pero cómo:
lo que hay en esa jaula es sólo un par de chimangos!
y el chimpancé a treinta centímetros del vidrio
nos mira para adentro sin relámpago,
con la melancolía laminada como cera
en los ojos abiertos y velados...¡y basta!
que vinimos a ver los animales:
el cocodrilo cruel y quieto, tronco o roca,
clavado solo al sol boca entreabierta
y el avestruz que avanza elástico en su hip-hop afro, ¡chau
asno santísimo, cruza de yegua y de cordero! Vamos, dale,
caminemos, que yo también estoy cansado, por las tipas,
entre estas finas aves de corral con coronitas y colores,
volvamos ¡opa! a la ciudad, los edificios
transfigurados a través de la inflamada cola
del pavo real.
Nota: Alejandro Crotto nació en Buenos Aires en marzo de 1978. Coordina el blog Words words words. Abejas fue publicado en 2009 por la editorial Bajo la luna.
Me gustaron mucho estos poemas. Quisiera conseguir el libro.
ResponderEliminarQué bueno!! Se puede conseguir el libro?
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