miércoles, 28 de abril de 2010

Rafael Felipe Oteriño


La poesía

La poesía
no es
croar de ranas
en un estanque vacio
un amanecer de invierno.

Tampoco es
laboriosa
carta de amor
escrita
en nuestra memoria.

Es invención
de reglas:
una superposición
entre emoción
e idea.

El rítmico abrazo
-el beso-
de palabras
recogidas
en la calle.

O, cuanto menos,
"occasioni":
barquillo de papel
que debes conducir
a un puerto seguro.

Pues,
salvo la Musa,
¿quién puede decir
que esto
es un poema?

Cuando, en verdad,
no hay reglas;
cuando cada poema
crea sus propias
reglas.

Y cada poema
destruye
esas reglas.
Cada poema
es un sacrificio.



Lección del maestro

A diferencia de la rosa,
que, de nacer plegada, vuelta
sobre sí misma, en unido socorro,
con los días va estirándose,
ensanchándose, el espíritu,
por oposición, a medida que crece
se adelgaza, tiende a desaparecer
de lo visible.

De lo anudado, untuoso,
con huellas de nacimiento, a la acritud
de no ver más que pájaros volando
hacia un cielo desconocido,
hay apenas
un paso, que se cumple fatal
como diciendo: "este es mi reino,
una corona que se deshace".

Pero es sólo el primer paso
de una sucesión en cuyo término
está la desnudez,
cuando, perdida la rosa,
se recupera la Rosa,
y después, nada:
una palabra haciendo el amor
con otra.

El viejo sabio
que llevamos dentro, inicia entonces
el verdadero camino, aquel
para el que se preparó
desde el principio: liberarse
de toda esclavitud, de toda carga
humana, dejando a la muerte
un lugar vacío.

Lejos de tanto universo.



Escribo cartas

Ordeno manuscritos,
cartas de ayer, libros
que unos pocos envían
para sumar otra opinión
a la suya: la única
verdadera.
Todo
permitiría decir
que el mundo guarda su hambre,
que no hay riesgo
de morir a solas,
en una habitación vacía,
una tarde de invierno.
Yo
contesto puntualmente
esas cartas,
no por una fe
acostumbrada a debatir,
no para abrigar una obra
que nació sola
y que sola habrá de cruzar
el mentido mar
del que nacen dioses
y por el que mueren
hombres.
Las contesto,
porque sé que esas cartas,
los libros que llegan,
son manos abiertas
que recorren el planeta
nerviosamente,
con precipitación;
abrazos
que no nos dimos
en el momento justo,
cuando la edad
cerraba sus puertas
y nosotros emprendíamos el viaje
hacia molinos
que siempre fueron
de verdad.
Un encantamiento
de la muerte
del que no hemos regresado:
cosas así.

Nota:nació en La Plata, en 1945. Vive en Mar del Plata. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Altas lluvias (Cármina, 1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, Colección Fénix, 2000), Cármenes (Vinciguerra, 2003), Ágora (Ed.del Copista, Colección Fénix, 2005). En 1997, el Fondo Nacional de las Artes publicó su Antología poética.

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