jueves, 19 de agosto de 2010
Arturo Carrera
La tardecita
Se acerca la primavera,
Marcia me odia, tanto
como yo amo a Lesbia, y
Catulo la amaba…
Ella dice que es obscena
la manera de referirme a mis amigos;
que soy, en resumidas cuentas de collar,
una máscara ya obscena y amenamente
indeseable
Una máscara del teatro de la infelicidad.
Pero estamos en el campo.
El sol alto y tardío.
El sexo en los cogollos del almendro.
La luna por despuntar…
…el durazno japonés relampagueante,
brillante rosado como nunca ví. Vacío,
vacío vertiginoso como tu voz brillante
contra el viento iluminado y el infierno musical
de tus estupideces.
Tu voz brillante. Tu voz ¡poética!
¿Recuerdas que dijiste que la prioridad del artista
estaba en hacerse reventar por los chongos
de Floresta y después “narrarlo” mientras
se posa, ante un pintor, como una mariposa
americana?
El cielo es una lámina que finge un color,
una desgracia, unos dibujos maravillosos para el feliz
embaucamiento de unos niños que involuntariamente
suspenden la credulidad; coléricos.
Oh poeta,
el pequeño vestigio de una tormenta atormentadora
te alimenta con su rayo
Te arrimás a los pies de un fulgor que quema como aquel
caballo blanco que veo, ahora, pegado a su destello
Estúpido caballo criollo del lenguaje.
Una mujer entrevé tu Vacío en su boca estrepitosa
Oh inebriante perrito faldero
llorando aún por la pérdida de su mamá
en las letrinas de Roma en una época cruel, en una época
de niños Heligábalos tan putos como él,
tan degenerados superiores como él. ¿Debí decir que
citaba a Pessoa (mucho más, mucho más inteligente que
yo. Más claro y menos oscuro en las razones de la amistad
obscena con la tierra y el aire y el sol y la eternidad)?
¿se acerca la primavera?
Sí, se acerca la revolución
de las florecillas de la amable locura
con sus sospechas escarlatas, con su Rimbaud, con sus
mejores mujeres y sus lolitas en flor también
a la sombra de un despertar anaranjado del verano
en medio de cada insoportable estación.
De todas maneras,
una carcajada embrujada por la dicha “engama” los
colores;
unas manos frágiles precipitan la luz que sostiene
las formas de unas serranías y unos árboles amarillos,
¿Vendrá?
Todas las formas en todas las formas y la cabeza en la
pica de la certidumbre,
la angustiosa serenidad momentánea de la certidumbre,
Una cierta sombra en las fantasías del amor. Unas
sombrías
siluetas en la cabeza abigarrada y pulsante,
la cabeza, la cabeza del amante
sea quien sea. La primavera.
El cielo como una lámpara en la mesita de luz y
el día como una noche dispuesta para el obsceno Dolor
y siempre unos niños bailando en un claro de mi sangre:
un arco iris del deseo en mis venas.
El cuerpo estratificado en el lecho ácido del pino,
las semillas turgentes bajo sus madres arraigadas;
el silbo de unas perdices mientras avanzo hacia la casa
cerrada y el galgo y las tunas mordidas por los toros.
El secreto en el aura de Alicia, la casera, que espanta
las vacas con su Citroën amarillo y sus alaridos
expertos.
El celo. Tres rojas muchachas y yo. El celo sereno,
el celo en la cabellera solar de la mujer
¿El hombre de mármol
quejumbroso?
¿Vendrá?
Todas las parteras oirían su nacimiento
si se decidiera a verse nacer,
estímulo de la pintura. Estímulo de las
estéticas anarquistas de la pasión…
Confuso esclavo de la maldad evaporando en la sombra
toda la Literatura y todo el Mal.
-Pero no pronuncies esa palabra obscena, por favor,
Arturito…
Ni dispongas puntos suspensivos donde políticamente
no hay suspenso.
Estamos en el campo y aquí me quedaría hasta ver
amanecer y que la vaca me dé la teta con sus innumerables
pezones…
Terco poeta como la luna en el agua que se agita,
el día se agita como yo.
Estamos en el campo.
-¿Qué somos?
-A-mi-gui-tos…
Sonrisa en el coral de las sonrisas que miradas
difícilmente se disuelven en el aire obsceno.
Obsceno el tacto del pico de los patos.
Obscena la algarabía de la quietud.
Obscena la tarde con sus mates lavados.
Obscena la invitación a la pintura en caballete.
Obsceno el caballete en el desván del campo.
Obsceno el diálogo más que el monólogo y más obsceno
que este coloquio entre perros de interior…
Obscena la mirada a la leña y el hacha,
obsceno el conejo con sus orejas enterradas en el barro;
obsceno el juego de repetir
la hartura de la pintura…
Del campo.
¿Vendrá?
Su caballito volvió solo al lugar
Espacio perfumado
no importa con qué
Estiércol de la atención humeante y perfumada
La mirada bosta circular de las vacas
como un cráter lunar en el aire
en el verde del aire-césped
Sangre en la pared.
Sangre en la nariz de la niñita que sale del agua,
Sangre escondida en los hilillos equidistantes
de las venas poéticas
Y es todo lo que no nos debería faltar.
Carpe diem
sólo el misterio busca compañía.
Busca... su alianza cruel con la ignorancia real
del deseo,
y de las cosas que por únicas
repite el carpe diem del deseo,
yo hablé
yo soñé
algo que no quiere adherirse
ni al secreto de sí mismo,
ni a la comparación que se rehúsa a cada forma todavía
Cree que el bigote del gato egipcio
es la comparación.
sus bigotes de alcanfor que saben del equilibrio
más que su distante armonía.
Cuando yo balbucía y eras un hombre más pequeño,
tu voz más disonante más fiel a su secreto,
y la alegría de las formas se ofrecía a su indistinción.
Pero líbrame de las injurias fáciles,
de los fáciles fantasmas que confunden todavía
mi inocencia con mi frivolidad,
mi sexualidad ambigua y contenida
con un modo excesivo del impudor.
...descontentos con mi apuesta a volver
al murmullo de las ranas, a querer oír otra vez
el impulso de las ranas en su verdad,
en su mensaje de reclamo al viento,
a la insinuación.
Y que me libere de los que descreen
de mi creencia en ese grillo, en ese bazar,
abierto no sobre el lenguaje sino
sobre su vestigio en mí.
Que el deseo de los cuerpos hermosos
entrevistos en la calle Stegmann
no se duerma todavía,
ni el derecho a la blasfemia incoherente
amenaza indecente a quienes miran.
Al misterio.
Otra vez al misterio
de la dolorosa insistencia
del misterio.
Inocente
carpe diem
El Principito
...llegó, llegó el Principito. Su color, su dibujo.
Ese azul que no querías pesar
y ahora está en tus pesadillas;
ese amarillo de saturno y los planetas y las lunas
y los cráteres de mazapán de pastillaje de espuma.
Y tu sonrisa y la de él al decirme
que sólo leyeron “eso” —y tienen 20 años—:
El Principito.
Qué orgullo. Qué dichosa vanidad.
Qué inocencia sinuosa, dentada,
como explicó el poema mismo
William Carlos Williams:
una estructura de dentadas sicigias
¿qué?
¿pero qué son las sicigias?
¿el lugar donde toda palabra se evade
y se extravía? ¿Consonancias que nos buscan?
¿Un sitio, un refugio de inseguridad
aquí en el campo?
¿Las soñó Lewis Carroll también para
el secreto juego de sus niñas?
¿Las traemos cambiadas en tenuidad
para embaucar el tiempo desesperado
de cada interrogación?
roncas en voces —del agua de la pena.
Tentativas de adormecimiento del dolor
por la imitación veloz que encaran
en la apariencia,
por cierta armonía escondida aún
y cierta simetría de lo aparente.
...y dentro de ellas la espuma del secreto.
Todo parece juegos del amor, y angustias
sin tristeza, sin memoria siquiera…
El movimiento y la más pura vida
con todas las impurezas de un lenguaje.
El ajetreo de un plumón enemigo
haciendo sombras falsas en el hablado teatrillo
callejero: y allí,
la belleza custodiada
por niños.
Retenida en las palmas rosadas
como cadenas mínimas de destino;
abiertas al tokonoma de unas marcadas líneas,
a pesar de la corta edad;
¿por qué ese anhelo entonces,
por qué ese insomnio?
Son bellos como la lluvia
Y sus palabras nos llegan apenas
a pesar de los llamados distraídos y ajenos
como el del horno microondas al alba,
cuando adentro quedó olvidado un plato
de comida...
y llama y llama con un silbido práctico
pero molesto en su pregnancia maternal
desde la materia que parece decirnos
técnicamente todavía: “...vengan chicos…
vengan a tomar
la leche, que se enfría...”
como único librito que uno pudiera soñar
con suerte
Dado que ellos no leen por hambre
por obstinación
Dado que buscan sólo el azar
de una inocente (encerrada) mentira:
el amor, la ciencia perdida...
Dado que aquí y allá su alegría rebota;
su movimiento de botones alineados
disipa en nubes hermosas el paso del cielo,
el paso de sus propios cuerpos
abultados y perfectos.
Y de pie sobre la luna,
con una espadita,
aunque la escala no es Uno en Uno,
vestido de marinero como solían vestirte a veces
cuando la Moda visitaba tu casa,
o cuando asediaba en casa de tía Marta Espezel.
¿Y cuántos principitos éramos?
Pero había esos azules como trazados de un pincel
solitario y gomoso...
En cualquier lugar y en cualquier extremo
aunque éramos nosotros niños,
nosotros marineritos estúpidos
en la marea de la Moda
abrazada a la Muerte.
Y algo había colgado en el balcón: un libro
de geometría
hechizado de error
hasta que se desarmara totalmente y poco a poco
hasta que quedara desmantelado como
el corazón de la abuela del César
y nadie lo pudiera descifrar
ni leer.
Y aunque en Arles en el Espace Van Gogh
vendan miles y miles de principitos
en valijas diminutas y mochilas para niños,
pintados en lápices, en cuadernos, en libretitas,
en bolitas, en gomas de borrar,
en jabones pequeños con calcomanías
y hasta que lleguen ya vencidos a otros mundos y
hasta que el agua y las pequeñas manos y la piel
de unos ángeles famélicos los borren.
Yo no sé leer poesía.
Yo no leí más que El Principito.
Soñando escuálidos príncipes de abdomen de sapo
por hambre, por insolación.
Oh,
Van Gogh,
tus niños todavía no huyen.
Soldaditos como son.
¿Para qué?
Son colores sedentarios
Están acá entre pastos lila
y pajas entre minas
que no estallaron todavía.
Moral del Principito.
Visible estolidez de los principios reales.
Los ojos.
La noche del Principito
aquí entre las golondrinas silbonas
que no se quieren acostar
y el silencio,
las nebulosas en enjambres,
las gigantas azules en el cielo paciente.
¿Para qué?
Lo esencial es invisible a este mundo.
la gracia de unas formas vendemos en el venero
de las carcajadas
El libro que ellos ya no miran.
El único que leemos
el que no mirarán:
el dolor del firmamento donde grita el Principito
amoral como un bebé
...entre cigarras de una cajita china
que también cantan muy roncas con la luz
y se activan con la alegría sin límites de la luz
como cigarras verdaderas que no paran de cantar,
que cimbalizan más y más en la clara sordera,
y más que todas las ranas
en una noche de Pringles...
Esta noche.
Una alegría
que no es también un gran temor
sino cosquillas de usura. Esta noche.
El Principito —el Principito llegó
pintado por Kuitca
al bazar de Librería Corujo:
entre tractores para cortar el césped,
cocinas Longvie e inteligentes lavarropas
y unas agendas Palm, y unas compu Compak,
y las Singer de liquidación
por la quiebra que sufrieron;
“…pero las guitarras eléctricas siguen caras igual.”
Había entre tanto
—pero ¿lo vi, yo?—,
un acordeón de juguete que me encantaba,
forrado en metálico papel de bombón
y el fuelle rojo. “¡Estaba acá!”
Estuvo entre los tarros de lechero de juguete
hasta que alguien lo compró.
¡Parecía tan estruendoso y trágico!
—¿y El Principi...?
—“No sé... pero... aún es amarillo el borde
del cuello del capote...
¿Ves?”
Nota:nació el 27 de marzo de 1948 en Buenos Aires. su infancia y adolescencia transcurrieron en la ciudad de Coronel Pringles. Junto a César Aira, en 1966, viajan juntos a Buenos Aires y fundan la revista literaria El cielo. Es uno de los referentes latinoamericanos del neobarroco.
Recibió la Beca Antorchas, trayectoria en las artes (1990), el Primer Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, por su libro La banda oscura de Alejandro (1998), la Beca John Simon Guggenheim (1995) y el Premio Konex de Poesía (2004.Algunos de sus libros en poesía son: Escrito con un nictógrafo, Momento de simetría, Oro, Arturo y yo, La banda oscura de Alejandro, La construcción del espejo, El Coco, Potlatch, Carpe diem, • Noche y Día, La inocencia, Las cuatro estaciones y Fotos imaginarias con nieve de verdad.
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