lunes, 22 de noviembre de 2010
Arturo Borra
Los ahogados
Saltaban unos sabalitos cerca mientras achicábamos los charcos que se iban acumulando en el suelo de la canoa. En medio de La Setúbal, oíamos algún sirirí, el motor de una lancha antes de la agitación del agua. Al sol, remábamos hacia alguna isla, sin importar cuál.
Nos deteníamos a escuchar el sonido de los remos hundiéndose, las gotas cayendo sobre nuestros brazos. Incluso esas sombras arrastradas desde la tierra quedaban atrás. Más lejos de la superficie calma, luminosa, casi interminable si no fuera por algunos árboles que percibíamos, diminutos, en la costa.
Hasta que llegaron los ahogados. Flotaban, amoratados y desnudos, traídos por la corriente, troncos putrefactos enredados a algún camalote de la crecida.
Boca abajo, esos cuerpos desfigurados todavía navegan al cerrar los ojos, cuando la laguna moja la frente. Los ahogados, que vienen desde dentro, como un remanso de la memoria.
Sin cielo
Ni ángel ni redención: promesa
desde el derrumbe.
Sólo entonces,
arriesgar la apertura, dejarse
herir por la noche, recomenzar
sin dios todos esos credos resquebrajados,
vencerse ya a la súplica más íntima
y los ojos vuelvan a interrogar una altura
que calla
ante toda esa desesperación
de abajo.
Entonces escribe“…se sienta a la mesa y escribe”Juan Gelman
dime qué hago dice y no sabe
dime cómo miro dice y tampoco sabe
qué hace cómo mira en esta pendiente
oscura como un silencio o un llamado
desconocido
y no sabe sigue sin saber –y entonces escribe
cuando ya no puede decir más no sé no sé no sé:
escribe entonces como un silencio un llamado
y la pendiente oscura cae sobre sus ojos
y la pregunta es un caballo que corre sobre
regiones blancas
dime por dónde sigo dice –y no hay respuesta
que no sea fuga
y no sabe
y entonces escribe:
Casi todo
Más tarde supe: sobra
casi todo.
Esta escritura sobrante
sobrevive como una especie
que agoniza. No sé qué lenguaje apagado
invoca. En una grieta
me asomo hasta las últimas luces
y nada veo.
Sólo el desierto es consistente.
Acopio*
Sobre niños sedientos se derraman ríos
blancos. No beben: tienen sus labios
cosidos. Un duraznero se consume
aguardando la sequía augural.
También la fiebre acopia
vanamente
un futuro. Mientras
disparan una promesa falsa
los mandatarios acumulan paraísos
sobre la indefensión de los tejados.
* En 2001, mientras morían decenas de niños en Argentina por desnutrición, muchos tamberos optaron por arrojar cientos de miles de litros de leche para evitar que caiga su precio.
Nota:Arturo Borra (Argentina, 1972) se licenció en Argentina en la carrera de Comunicación Social (UNER). En la actualidad, realiza el doctorado en Estudios Interdisciplinarios de la Comunicación en la Universidad de Valencia. Ha participado en las antologías poéticas Aldaba (2003), Cuadernos Caudales de Poesía (2007) y Los centros de la calle (2008). Es autor de los poemarios La vigilia del deseo (1998), La sombra del mediodía (2001), Esplendores vulnerados (2004), Figuras de la asfixia (2007) y Umbrales del naufragio (Baile del Sol, 2010), así como de la prosa poética Anotaciones en el margen (MLRS, 2005), la plaquette Cielo partido (Zahorí, 2009) y el libro de cuentos La reinvención del mundo (2008). Colabora en revistas de Argentina, México y España.
http://arturoborra.blogspot.com
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