miércoles, 10 de noviembre de 2010
Mirta Rosemberg
La desazón
La desazón, el agotamiento, la razón
que da el silencio y la presencia
inevitable del corazón que late
tenso en el estable aliento
del extenso trayecto de la vida,
renacida en el proyecto
de morir mejor cuando haya tiempo
de dolor, de falla interior
y de deseo: al ir allí en el intento
de abrir la boca
de la marca, ser, la loca y desdecir
lo que el monarca
ha instaurado en mí de su adorado
esqueleto de dominio, de razón,
de altísimo respeto y de tesón en el ahora
y el aquí que nada insume, pero resta
el tiempo de decirlo, cuando el mirlo
se ha posado, al fin, sobre esta rama.
***
Un rábano...
Un rábano me importa, y la figura de las santas
ascendidas de la nada. La nada como ultraje
superior; el amor, sin duda una cuestión
salvaje. ¡Oh el seguro sereno
de quedarse en casa, en el oscuro corredor
de persianas entornadas, y vivir como las plantas
Retrato terminado
Es una manera de decir
quiero quedarme sin palabras,
perder sin comentarios.
Hasta cuándo voy a hablar
de lo que ya no está.
De la que ya no está
viéndome escribir de ella.
¡Y con esos ojos!
También yo de noche los abro
y miro el silencio
en la oscuridad
donde el retrato termina
sin que lo alcance a ver
y pienso
y pienso
y pienso
en temas como vos
que no parecen tener
vencimiento,
en tu deseo de llegar a casa:
con la llave preparada,
aferrada a la puerta del taxi,
te dejabas caer en tu puerta
casi con la voluntad incierta
de una hoja en otoño,
esa clase de vencimiento,
y esos ojos más bien dorados
de los que decías en las descripciones
ojos verdes. Para mirar
cada ocasión con buenos ojos
que no me miran más,
aunque los recuerde.
Y ahora
quiero quedarme
sin palabras. Saber perder
lo que se pierde.
O eso parece.
Parece que las dos
nos hemos quedado sin madre:
yo sin vos
vos sin ella,
y sucesivamente,
como eslabones perdidos,
y encontrados por un rato
con los padres,
pero ésa es otra historia
que está mejor contada
en la foto de casamiento
para la que palabras
nunca tuve,
como si fuera anticipo
de mi propio vencimiento.
De los padres decías que el tuyo
tenía ojos verdes,
como vos, tu nieto Juan,
y nadie los tenía del todo
aunque merecían tenerlos:
tu manera
de embellecer el retrato
era tu manera de verlo.
De ella decías en cambio
desde su muerte no fui la misma,
y ésa sería tal vez tu manera
de no terminar el retrato.
La palabra no.
Lo mismo digo yo.
Aunque también se diría una ocasión
más bien vulgar: en general,
todos nos quedamos sin ella,
y esa ausencia de la luz parece
descansar los ojos
sin vaciarlos. Los anima,
o los vuelve hacia la oscuridad,
que es donde el retrato termina.
Dijo mi padre de la suya:
nací con ella y ahora
voy a tener que morirme
solo. Y después
lo hizo.
Dijo mi maestro de la suya:
me pasé toda la vida para tener
la letra de mamá. Y después
la tuvo.
Era un dolor perfecto:
hablando de ella,
hablaban de sí mismos.
O eso parece.
Parece que perder
no es un arte difícil:
los muertos de verdad de uno
son víctimas amadas de los vivos.
De lo que cada uno dijo.
De “Teoría sentimental”- fragmento
El arte sería tocarte, un invento,
insignificante si el olvido lo demora. Lo siento
porque es ahora estallido de la rosa
presurosa del instante,
extraviada en el jardín
y devuelta por el sinfín
de las horas transcurridas: una... dos... tres...
Si te toco, ¿cómo es? Hay lo mucho de lo poco, digo
el beso, el exceso del miraje y... ¿puede ser, ahora sigo,
el encaje de tu aliento
en el reloj del oleaje? Atravieso
los celajes, el fervor, las profecías (¿el amor?
¿no será la porfía de la "máquina del dolor"?)
y llego acá: "El arte sería tocarte". Silencio. No
confundo confetti con maná
pero igual estoy perdida
entre viejas cartografías de la ruta de la seda
y la pasión como centro. ¡Ah corazón, me decía,
explícate como yo, que estoy adentro de un cuerpo
y sin embargo con vida!
No sabía
que el diamante fuera pájaro
ni tampoco que muriera
de una muerte que no fuera
natural:
un diamante
tiene la suerte del brillo
de la centella, aunque alguna estrella
se enfríe y la sal de la vida sea
lo que se lea
como novela
por el rabillo del ojo
de un gran lector
cenital. Adivinó que era amor
y se
ríe:
se pudiera, escribiría en potencial,
y si no, sería contante. Me enojo,
hago mal y digo para
adelante:
ese
pájaro se ha muerto y no es augurio
de Lázaro ni de santa ni sabbath. Lo cierto
es que yo te extraño y que es Maureen la que canta
pelirroja
con esplín,
la verdad de lo ocurrido "You'll never know
how much I miss you" You es tu, sos vos,
SOS, como un pedido de auxilio,
miss,
cualquier
daño fue anterior. Estoy a un tris
de entender (¿un diamante es doble amante,
o dos veces sin objeto o sólo un reto
a la
repetición?)
que por ejemplo otra vez, algo
me está esperando –corazón-mata-callando—
y se va, como en inglés, "sobre su ala",
vale decir,
se nos vuela.
La textura del tiempo, Vladimir, es rala,
una usura del instante y de sufrir cuando apela
a no sé qué: nunca volver es lo mismo
que
irse
para adelante. Me tocaste, ¿te toqué?
¿Compartimos un abismo? Dame, diste,
dí, diré: las facetas del diamante
son,
no sé,
mejor hablame y te creo. Así como quien reza
sin un deseo de asceta: todo poema es de amor,
toda guerra es interior, toda palabra
está presa.
Nota: nació en Rosario en 1951. reside en Buenos Aires. Publicó los libros de poesía Pasajes (1984), Madam (1988), Teoría sentimental (1994) y El Arte de Perder (1998).. Además es traductora, y como tal editó, junto a Daniel Samoilovich, Poemas de Katherine Mansfield (1996) y Enrique IV de Shakespeare (2000).
Recién ahora vi que subiste los poemas de Mirta. ¡Qué bueno! Coincidencias: antes de leer corté con mi trabajo, que justo es la corrección de un libro que tradujo Mirta.
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