lunes, 29 de agosto de 2011
Alberto Muñoz
TREN CRUZANDO EL PUENTE DE HIERRO
Por el río Las Conchas llegábamos a Bella Vista.
Cruzábamos el puente de hierro tragados por un
palacio de canciones y gritos.
Sólo el olor a huevo proveniente de la canasta
de mi madre me devolvía a las ropas: el vagón se movía
como una yegua nerviosa en las murallas del tábano.
Nadie soportaba el olor del río Las Conchas
cambiaron su nombre por el de Reconquista.
El puente de hierro separaba el cuarto de los nenes
de la habitación de la abuela que durante la luna se
levantaba en camisón para rezar y orinar.
La luz exterior vivía de los curiosos
y de las oraciones amarillas flotando como abejas
en la palangana de metal.
Viajábamos los domingos. No había obreros colgados
de la caldera sólo mujeres gordas con crisantemos
arrastrando por los vagones criaturas y periquitos.
Mis padres discutían el arte de Virgina Luque
el derecho del matrimonio a no levantar una roca insólita
la manera en que los días se parecían a los clavos.
Nadie soportaba a Las Conchas.
El olor provenía del río Reconquista.
Yo llevaba mi nombre atado a una hebilla
por temor a que hicieran con él los mismo que habían hecho
en el bautismo del Reconquista.
Que de pronto papá o Lorenzo dijeran Antonio o Ferdinand
y mi cabeza girara llevándome indefenso como un pescado
o como un rey turbado por el acero que le acercan a la garganta.
Oh el olor a huevo crudo de la canasta de Amelia me devolvía
al vagón de madera. “ Comamos”- decía mi madre- improvisando
un mantel de mármol sobre sus rodillas
tomates partidos a la mitad y agua de lluvia
para que los soldados abandonen sus supersticiones:
madre si venimos de Las Conchas
por qué Dios me dijo una vez cruzando el Reconquista:
“ Yo soy el camino”.
CAMIONES
No ha sido el mundo una forma de la fiebre líquida.
hijo mío, estás ahí, tomado a tu tren, al lado de un río
que te dice en su tamaño de agua: camiones.
Camiones junto a la azalea blanca.
has puesto una línea sucesiva de camiones; no tienen
otra ruta que tu mínima mano blanca
entrándolos al mundo.
los quitas del desastre.
Qué otro modo hay de la justicia, sino la forma del camión en la azalea blanca.
Hijo, estás ahí, en el parapeto de la monstruosa evidencia; ¡los grillos han tomado la cabina de tu camión!, engrasan sus patas verdes, apagan la luz, rompen la bahía donde ingresa el vapor de los aceites; están cerca de las azaleas, pero ellos creen que son criaturas del budismo que han llegado a una orilla milagrosa...
Oh, hijo mío, ahí estás jugando con tu pala mecánica; mi tractor de lata está a quince kilómetros de la azalea blanca.
¿Llegarás?
AMANDA DESDESIEMPRE
Asomé el cuello por la ventana del tren para
impregnarme de todo lo que habla de viajes.
Boulogne gira como una nutria congelada de
nocturnos, la llovizna entibia su cuna de plumas
sin aire.
No más que seis vagones atravesando la noche,
en cada uno de ellos viaja un fantasma, una criatura
sola, cada cual con su valija y su cuerpo fuera y
dentro de ella. Los que aman la poesía, los que la
reprimen, los que andan entre socorro y socorro,
los que se vienen de si hasta el lugar de sus
nombres.
Boulogne arde como la gasa de un soldado desertor,
apenas el débil furor momentáneo de las ruedas, la
mano escondida en ese cielo accidental, se muestran
como mudos sordos de la guerra, la guerra distinta,
la del perro paseando al anciano y la mujer descompuesta
en la roca sin océano, la noche imaginaria de Boulogne
no tiene océano, ni velas, ni barca, ni muelle, ni trenes,
ni noche, es el todo en un ojo que encandila hacia
adentro, donde no caben los rieles, ni las marchas
en este ocho de marzo de mil novecientos setenta
y cinco.
Tristeza de trenes, negrura ancha de las máquinas
en desuso que tanto tienen de vapor y sereno.
Comovengas.
Comovengas, fusta del tiempo sin caballo ni jinete,
paso a paso debajo del candil con entreporos en tus
dos manos, y del silencio, nada.
Amanda Desdesiempre, me es intolerable tu
perfume semidios, tu seno extraído de los
gritos del ahorcado, y la playa blanca asomada
en tu cabello.
Han pasado muchos años y muchos años me vuelven,
nada queda que sea mío, y con tanto viento en
las ruedas de la noche, con tanto espejo repartido
por la barba, te siento sobre mis huesos azules
y te reparto en llanto, en una copa de Ovidio,
en una manta de alondras.
Las ventanillas del tren me sorprenden con sus
escenarios diminutos, en cada vidrio un paisaje
y algún veneno emigrando.
Las posiciones del cuerpo me recuerdan el ajedrez
del otoño, los vacíos, el matrimonio de los ojos
cuando pronuncio tu nombre. Boulogne arde como
un tesoro en los talones del explorador, el
buscador de entrañas, el catador de espantos...
Amanda Desdesiempre.
Nota: Nació en Buenos Aires en el año 1951. publicado Floresta-poemas (1979), La compañía mágica del circo (1980), Almagrosa (1981, 2ª ed. 1990), Acordeón a piano (1984), Terra balestra (1985), Dos épicas (con Eduardo Mileo, 1987), Tratado de verdugos (1989), Misa negra (con Eduardo Mileo, 1992), También los jabalíes enloquecen (1998), El deseo en El Pavo Real (2000), Camiones (Ed. En danza, 2001), Venecia negra (con Javier Cófreces, Ed. En danza, 2006), Trenes (Ed. En danza, 2004), Canción de amor vegetal (con J. Cófreces, Ed. En danza, 2006) y Pianoforte (Ed. En danza, 2006).
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