sábado, 5 de agosto de 2017

Pablo Seguí




Navegación solar 


A pesar de que nadie funge ya de censor
y de que las palabras, alguna vez heridas
por el morbo, regresan liviana, mansamente
a su seno; a pesar de que en la noche absorta
pueda hablar sin temer que cruja el corazón;
o tal vez justamente porque ahora dispongo
de dulce libertad y un horizonte abierto,
es que callo y evito, vanidad que me hundía,
aquel ritmo salaz que medía desmanes.
Fiebres en que abjuré, desordenado, injusto,
del sentido, de la posible, rechazada
por años, sucesión de pasos en la ruta
del que ve que las cosas, más allá del probable
desatino, son sólo múltiples ocurrencias
del tiempo, y que las olas de ese río invencible
acomodan y pulen el lecho, las arenas,
y que es idiota, inútil querer otros destinos
para la roca, para la desembocadura.
Que en adelante sea lo mejor navegar
en busca de más sanas provisiones, y hacer
del día y de la luz un emblema que nutra
versos que deberían mirar con más frecuencia
ese grácil cardumen, esa playa, estos remos.




Babía 


Todo un día de libros.
Rueda la madrugada,
jadea. Te ausentaste
ya sin palabras en
la mente en la pared.
Perentorio durar,
definitivo. (Duerme
tu pareja.) Cegado,
tu impavidez registra
una espera de nadie,
un alma que se fue. 





Ahora que todo nos deslumbra 


Tiempo para mi madre.
Y los vasos se ensañan
en los manteles últimos.
Y ella ya no comprende
que comienzo a entreverla.
Muñeco de hilos dulces
que destripamos pronto.

   Tiempo para mi madre.
Acompañarla ahora
que todo nos deslumbra.
Conciso testimonio
el temblor de sus manos
de aljibe. Ya se aleja:
destrozada, menor. 





Vereda de mi hogar 
                                                                    

Yo tengo que colgar un ataúd
(el yo: los otros) de las flores, dichas
por los que ya no están (aún se escuchan)
porque pasaron y, a la vez, reír
o sonreír, quizá porque el renuevo,
esto es, la primavera ¡rotación!
hizo que de ramitas varias nuevas
hojitas (yemas, brotes) se formasen:
señal de actividad. "¡Cinco minutos!",
canta Marisa Monte: ¡la delicia
de ir viendo la pezuña (ése, su nombre)
de vaca cómo crece...! Se aminora
de nuevo la mirada: cuando riego
en la vereda. Hacerlo. Renacer.


Bio: Entre los 8 y los 17 años estudió violín, para luego volcarse hacia la poesía. Ha publicado tres libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja/Cero, 2005) y Naturaleza muerta (El Copista, 2011).
Desde hace varios años ya publica sus poemas en sucesivos blogs, entre los cuales figuran: El tren y la mujer que llena el cieloLa lección de pianoEl bakelitaPor el jornalCrocante de seco y el actual, Voces en La Babía. Los poemas que componen Otro verano y éste han sido seleccionados de algunos de dichos blogs.