viernes, 30 de abril de 2010
Diego Rosake
Veinte causas
del sabor de invierno
en los paseos de Juan:
la noche que no aparece
o el misterio disfrazado de morocha
el frío al final de sus orejas
o algún vino entre fuegos añorado
sus zapatos que no gritan
la vejez que lo acurruca
el naranjo en flor aún sin flores
el gusto que perdura entre sus dedos
las hojas que no llegan a ser cruces
y la muerte un poco más lejana
y otras diez
el poder nadar sin caracoles
el saber morirse entre sus dientes
Entonces Juan comprendió
que la mujer perfecta
no existe
todas
-incluso María
con su almacén de esquina y caderas-
acunan en su vientre
cierto complejo trasnochado
o melancolía posorgásmica
su atroz descubrimiento
lo dejó abatido de primera
furioso de segunda
sereno de tercera
no supo qué gritar
o qué exigirles
por qué correr
o con quién dormirse
pero lo cierto es que
desde entonces
apenas si les teme o idealiza
incluso
-sostiene inconmovible-
hasta en las noches de lluvia
se corre sin paraguas
en busca de una teta
EN LA ESQUINA DE CHARLONE Y VIAMONTE, SOBRE UN SUELO CADA VEZ MÁS COMPRENSIVO, EL CUERPO DE ANTONIO RECUERDA SUS FELICIDADES.
19:45 hs.
Duele el huevo
la hernia el hambre
por lo menos el cuerpo aún responde:
se acuerda de sufrir el vacío
la ausencia de comida o calor
la ausencia
a través de mis manos puedo ver llegar
a la patrona
y sí
alguna vez hubo una patrona
de muslos fuertes
y abrazos
que sabía
de compartir puchero y ausencias
la ausencia
la patrona ausencia
la ausencia de la patrona
de ella
y hacete ver decía
y yo tinto
y hacete ver
y yo más tinto
y hacete
y yo todo el tinto del mundo
que entiende de dolores
más que una junta de médicos
Nota:Nació por azar o destino en Bahía Blanca, una calurosa mañana de enero de 1979. Producto no reconocido del sistema educativo, fue beneficiado con los títulos de Profesor de 1º y 2º ciclo de EGB y Profesor de Filosofía. En febrero de 2002 parió, casi sin darse cuenta, su primer hijo en formato de libro al que bautizó con el nombre de Desesibilizarnos, hoy una verdadera pieza arqueológica-literaria. El final de 2004 lo encontró casado con Cristela, mujer ejercitada en el arte de soportarlo estoicamente. Glándula, su segundo intento de tropezar con la misma piedra, tomó su bocanada de aire inaugural en julio de 2005. Se comenta que en la actualidad gusta de jugar a la enseñanza en algún que otro instituto de la ciudad.Es director de la editorial Hemisferio Derecho.
jueves, 29 de abril de 2010
Gabriel Reches
I: Y la perra
1
algo intenta decirme
acerca de los hombres del techo
habló con ellos y sabe
son extraterrestres
yo no quería
que lo entendiese tan rápido
ahora
deberá esconder los almohadones rojos
al menos hasta que se vayan
duermo y despierto
algo intenta decirme la perra
está vestida de astronauta
está agitada
vestida de algo
un astronauta
partiré explica
su boca agita un pañuelo blanco
levita hacia la ventana se pierde
cuidaré de esos almohadones rojos
después los tiraré
y seguiré tripulando esta nave inmóvil
2
La gente se reúne en pequeñas salas
art nouveau y frecuenta
paseos peatonales
nos enteramos cómo la tele dice
que debe ser Lisboa
camina un extraño por la vereda
gruñimos los dos
no vamos a ver
son las once
hacía mucho que no pasábamos
toda la vida en la cama
3
cuando estoy recostado y mis piernas
flexionadas forman un ángulo
que ella completa hasta saberme nido
hace frío
disfruta el hibernar en mi
se carga energéticamente
con las pantorrillas
el piso es un spa para locos
II: Lécter
1
Mi perro es muy viejo
de cachorro el pelo siempre
le crece no hay forma
de mantenerlo limpio
sin nudos no hay forma
de mantenerse en pie
tres pasos para el perro
mío ya muerto diría
en un bosque parecido
al vientre de su madre
preso vive en la casa
el perro vive en la mía
tiene el pelo lleno de nudos
no sabe lavarse
cuando lo saco a pasear
se choca con los postes de luz
las ramas de los árboles
las tiradas
las cosas que no deberían
estar allí ninguna cosa
debería
ayer volvió con alambres
en la barba
de las pezuñas colgaba
una cinta adhesiva llena
de tierra había hecho pis
en todos los arbustos y
cuando pasamos frente a la puerta
de Sepelios Mérida veo
su lomo quedó lleno
de florcitas blancas
2
El tema de moda:
un tiempo hace
que lo noto
mi perro está
desapareciendo
los rulos llegan al piso
es un matorral
adopta formas
se orina encima y
marca el único
territorio que le queda
no me lleven de aquí
no me lleven de aquí
piensa al cerrarse
más no piensa
se vuelve imperceptible
una vegetación de nudos scouts
un campo imantado que atrae
esas flores blancas del parque
los alambres las cintas
siempre lo digo
estás ahí detrás?
todavía desaparecés ahí detrás?
salto de la cama
cuando no amanece todavía
corro hasta el pasillo abierto
cantan los zorzales
molestan los zorzales
el matorral se mueve y respiro
lo acaricio
me lame entero
es un día feliz
me vuelvo a dormir humedecido
todos los caracoles tienen casa
3
Mi perro está ladrando
porque le duelen las piernas
cuando le corto los nudos
y me detengo mi perro ladra
porque se puso contento
ahora lo dejo en paz
y come su alimento
balanceado mi perro
pierde el equilibrio
se excita está ladrando
porque no puede subir
la escalera lo miramos
desde la terraza le arrojo
huesos no pobre así no
lo llevo a upa lo llevo con nosotros
mi perro ladra fuerte
porque está con nosotros
todo termina
ya no hay carne bajamos
a tomar tes
mi perro está ladrando
porque no logra bajar
me llama dice no
me dejes
busco a mi perro parte de mi
perro está ladrando
porque lo pongo en mis brazos
el agua caliente se enfría
dicen y no hacemos caso
entramos al cuarto de sonido
grabo su voz gritamos cosas
mi perro y yo ladramos juntos
Nota:Gabriel Reches: nació en 1968. Publicó Gómez (araucaria 1997), el resto (Siesta 1999), Strip (bajo la luna 2000) y la evolución (Siesta 2004) y Hamster en la Rueda (ediciones obsoletas 2002).
miércoles, 28 de abril de 2010
Rafael Felipe Oteriño
La poesía
La poesía
no es
croar de ranas
en un estanque vacio
un amanecer de invierno.
Tampoco es
laboriosa
carta de amor
escrita
en nuestra memoria.
Es invención
de reglas:
una superposición
entre emoción
e idea.
El rítmico abrazo
-el beso-
de palabras
recogidas
en la calle.
O, cuanto menos,
"occasioni":
barquillo de papel
que debes conducir
a un puerto seguro.
Pues,
salvo la Musa,
¿quién puede decir
que esto
es un poema?
Cuando, en verdad,
no hay reglas;
cuando cada poema
crea sus propias
reglas.
Y cada poema
destruye
esas reglas.
Cada poema
es un sacrificio.
Lección del maestro
A diferencia de la rosa,
que, de nacer plegada, vuelta
sobre sí misma, en unido socorro,
con los días va estirándose,
ensanchándose, el espíritu,
por oposición, a medida que crece
se adelgaza, tiende a desaparecer
de lo visible.
De lo anudado, untuoso,
con huellas de nacimiento, a la acritud
de no ver más que pájaros volando
hacia un cielo desconocido,
hay apenas
un paso, que se cumple fatal
como diciendo: "este es mi reino,
una corona que se deshace".
Pero es sólo el primer paso
de una sucesión en cuyo término
está la desnudez,
cuando, perdida la rosa,
se recupera la Rosa,
y después, nada:
una palabra haciendo el amor
con otra.
El viejo sabio
que llevamos dentro, inicia entonces
el verdadero camino, aquel
para el que se preparó
desde el principio: liberarse
de toda esclavitud, de toda carga
humana, dejando a la muerte
un lugar vacío.
Lejos de tanto universo.
Escribo cartas
Ordeno manuscritos,
cartas de ayer, libros
que unos pocos envían
para sumar otra opinión
a la suya: la única
verdadera.
Todo
permitiría decir
que el mundo guarda su hambre,
que no hay riesgo
de morir a solas,
en una habitación vacía,
una tarde de invierno.
Yo
contesto puntualmente
esas cartas,
no por una fe
acostumbrada a debatir,
no para abrigar una obra
que nació sola
y que sola habrá de cruzar
el mentido mar
del que nacen dioses
y por el que mueren
hombres.
Las contesto,
porque sé que esas cartas,
los libros que llegan,
son manos abiertas
que recorren el planeta
nerviosamente,
con precipitación;
abrazos
que no nos dimos
en el momento justo,
cuando la edad
cerraba sus puertas
y nosotros emprendíamos el viaje
hacia molinos
que siempre fueron
de verdad.
Un encantamiento
de la muerte
del que no hemos regresado:
cosas así.
Nota:nació en La Plata, en 1945. Vive en Mar del Plata. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Altas lluvias (Cármina, 1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, Colección Fénix, 2000), Cármenes (Vinciguerra, 2003), Ágora (Ed.del Copista, Colección Fénix, 2005). En 1997, el Fondo Nacional de las Artes publicó su Antología poética.
martes, 27 de abril de 2010
Carlos J. Aldazábal
Las cantinitas
a Dante Sepúlveda y Álvaro Urrutia
Aquí
el mar ha regalado
una ocasión.
En la calle Torres
desfilan perros
y la noche pasea por carteles
de neón
en desuso.
Hay una luz en una puerta:
promesa de pecado y aventura.
Al frente,
tailandeses despistados
hacen de la memoria
un laberinto.
Y ahí están los poetas,
testigos del despiste,
celebrando en cornalitos
la amistad que surfea
en la cerveza
sobre el viento tembloroso
en la puerta
de la casa amarilla:
en esa brisa la libertad y la constatación
de un paraíso inalcanzable.
El ojo y el jilguero
Probablemente el ojo se equivoque
al demorarse.
Cada demora implica una condena,
la densa oscuridad que forma un círculo
para esa ventana inconsistente.
El jilguero no es cuervo y sin embargo asusta:
porque calla se puede tolerar su presencia,
porque canta se suele celebrar su silencio:
cada nota lastima.
El jilguero en el monte adensa la mañana,
estatua insospechada mueve en la sombra
los hilos de ese cuerpo y su pico es un dardo,
una saeta.
Probablemente el ojo lagrimee
cuando el jilguero le devuelva la noche.
Amelia Biagioni me habla por teléfono
Hoy no hay alfombras para Amelia.
Pero su voz me visitó de pronto
aletargando el sueño.
Ese viento feliz me permitió su imagen:
su lento deambular de diana cazadora
detrás de la sonrisa y el poema.
¿Cómo salgo de aquí para encontrarla, Amelia y su jazmín
en su alfombra encantada, en su hilito de voz,
temerosa y lunar, hilanderita, preocupada en llamar, en acordarse,
aunque tema salir a la vereda por los lobos del mundo
y prefiera quedarse visitando de lejos?
Que no me corte.
Que la muerte se olvide de nosotros.
Que el tiempo se congele para siempre.
Las mascotas
La blanca tenía la lengua triste,
con esa tristeza de perro chico
que se siente impotente
para engullir las manos de los asesinos.
La negra era un dragón
con pinchos en la espalda
que solía mirar por el vidrio
con la ternura de un Cristo,
de un Gandhi eterno,
portador de una melancolía nueva,
inadmisible.
(Cruzando la frontera vivía un oso,
sobreviviente estéril de una raza mágica
encargada de custodiar al que dormía
en cuna de mimbre trenzada por el tiempo.)
La negra cultivaba el respeto
por su madre
y la blanca enseñaba los tesoros ratones
a su hijastra
y en las noches de ánimas errantes
se juntaban en un dúo de lamentos
antes de la danza
en torno de la piedra.
(Cuentan que el oso cayó prisionero
de un cazador de animales ordinarios
y terminó en cobertor
de cuna de mimbre trenzada por el tiempo.)
Yo escarbé en la ausencia
cuando en diciembre vino la emboscada
y una guadaña roja se clavó en la frente
de la negra
y una guadaña ciega cercenó la tristeza
de la blanca
y la parca reía
y todo el mundo hablando sobre el alma
que es cosa de los hombres
y yo sin comprenderlos
y encima este recuerdo que me escarba las sienes
y todavía nada.
La higuera
Cuando el argumento lo exigía
yo era el que despertaba a los fantasmas
y llamaba a los ovnis
para viajar en el torrente sanguíneo
de lo absurdo.
Las runas se trazaban
sobre las axilas,
las esquinas de los barrios
que escondían duendes ostrogodos,
y así la invocación surtía efecto.
La higuera era el buque pirata
que conducía a la selva del fondo,
máquina del tiempo que me acercaba
al dinosaurio perro
que me mordió una tarde
y terminó ahorcado por el vecino,
el malo de la jungla
al que yo bombardeaba
con piedras de Hiroshima
para reírme de la radioactividad
que se elevaba
sobre el tejado de sus cejas.
Cierto día el buque se hundió:
mamá decidió parquizar el fondo
y eliminar las malezas
que afeaban las fuentes de las ninfas,
seres de yeso
que se comieron la tierra de las parras
y confabularon con el vecino
para terminar con mi reinado
sobre la higuera.
Nota: C. J. Aldazábal (Salta, 1974) publicó los poemarios La soberbia del monje (1996, subsidio de la Fundación Antorchas), Por qué queremos ser Quevedo (1999), Nadie enduela su voz como plegaria (2003) y Heredarás la tierra (2007). Entre otros, obtuvo el Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación y el Primer Premio del Segundo Concurso "Identidad, de las huellas a la palabra", organizado por Abuelas de Plaza de Mayo. Es Magíster en Comunicación y Cultura (Universidad de Buenos Aires) y periodista cultural.
lunes, 26 de abril de 2010
Alvaro Urrutia
*****
derrotar los ojos
que bajen que bajen
que bajen
que el empedrado
el charco
el insecto
obstaculicen su perspectiva
que esquiven
los ladridos acá no son tormentas
los borrachos son los ideólogos de las veredas
pero si mis ojos bajaron
atropellaron paragolpes
humedecieron las espinas
…mis ojos bajaron
y todo se destiñe
desaparecen colores
con un último aliento en mis manos
y yo busco
mis ojos bajaron
y bajan más
un gris yéndose en tanta luz…
pero si mis ojos bajaron
y construyeron las baldosas…
los haré estallar contra esas baldosas
en las que no corre la sangre
pero se sospecha carnes y huesos un cuerpo
*****
acá indefenso pido
que con diez clavos blancos
claven
mis diez dedos de uñas rosadas
sobre esta mesa
que revienten
mi boca
con el culo de mis brebajes
que arranquen
mis barbas
con los más falsos argumentos
solo por un día de blanco luminoso y fresco despertar
por una conversación
pero después volver
a esta noche a perforar mis ojos
*****
moverse
hacerse árbol venir huella entre el yuyal
sobre las luces del día
intentar decir en la oscuridad
anochecida
el calmo
silencio de palabras incomodas
después agachando la cabeza
discutir la sangre
para morir
Nota: Nací en 1982... Viví toda mi infancia en el campo, donde no me avergonzaba el hecho de encontrarme siempre hablando con mis perros, donde la mirada se me trepaba a los eucaliptos a discutir con los vientos y los pájaros... A los trece años nos mudamos al pueblo, a Villalonga (una localidad patagónica del sur de la provincia de Bs. As.). Mis dos perros murieron en menos de dos años, seguramente de tristeza. Ahora vivo en Bahía Blanca, curso la carrera de filosofía... En el 2005 edite mi primer y único libro “nadeando”.
En mi poesía intento moverme en una sinceridad análoga a la de mi niñez, aunque sé imposible, y además innecesario, recuperar aquella ingenuidad. (Los poemas que en este blog presento no han sido antes editados).
domingo, 25 de abril de 2010
Oliverio Girondo
Siesta
Un zumbido de moscas anestesia la aldea.
El sol unta con fósforo SIESTA
el frente de las casas,
y en el cauce reseco de las calles que sueñan
deambula un blanco espectro vestido de caballo.
Penden de los balcones racimos de glicinas
que agravan el aliento sepulcral de los patios
al insinuar la duda de que acaso estén muertos
los hombres y los niños que duermen en el suelo.
La bondad soñolienta que trasudan las cosas
se expresa en las pupilas de un burro que trabaja
y en las ubres de madre de las cabras que pasan
con un son de cencerros que, al diluirse en la tarde,
no se sabe si aún suena o ya es sólo un recuerdo
¡Es tan real el paisaje que parece fingido!
Campo nuestro
En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
pero jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.
Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mis más remota prehistoria.
Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.
Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.
Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.
Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.
Siempre volvemos, campo, de tus tardes
con un lucero humeante...
entre los labios.
Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.
Me llamaste, otra vez, con voz de madre
Y en tu silencio sólo halló una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.
Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacio, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.
Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.
Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.
Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.
Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.
Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.
Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.
Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?
Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.
A veces soledad, otras silencio,
pero ante todo, campo: padre-nuestro.
Que los ruidos te perforen los dientes
Que los ruidos te perforen los dientes,
como una lima de dentista,
y la memoria se te llene de herrumbre,
de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros,
una pata de araña;
que sólo puedas alimentarte de barajas usadas
y que el sueño te reduzca, como una aplanadora,
al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle,
hasta los faroles te corran a patadas;
que un fanatismo irresistible te obligue a posternarte
ante los tachos de basura
y que todos los habitantes de la ciudad
te confundan con un madero.
Que cuando quieras decir: "Mi amor",
digas: "Pescado frito";
que tus manos intenten estrangularte a cada rato,
y que en vez de tirar el cigarrillo,
seas tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;
que al acostarse junto a ti,
se metamorfosee en sanguijuela,
y que después de parir un cuervo,
alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,
para que los espejos, al mirarte,
se suiciden de repugnancia;
que tu único entretenimiento consista en instalarte
en la sala de espera de los dentistas,
disfrazado de cocodrilo,
y que te enamores, tan locamente,
de una caja de hierro,
que no puedas dejar, ni por un solo instante,
de lamerle la cerradura.
Nota:Oliverio Girondo nació el 17 de agosto de 1891 en Buenos Aires en el seno de una familia adinerada, lo que le permitió desde niño viajar a Europa. Gracias a esto estudió en París y en Inglaterra. Escribió y publicó desde muy joven.
Participó en las revistas que señalaron la llegada del ultraísmo (la primera vanguardia que se desarrolló en Argentina), como Proa, Prisma y Martín Fierro, en las que también escribieron Jorge Luis Borges, Raúl González Tuñón, Macedonio Fernández y Leopoldo Marechal, la mayoría de ellos del Grupo de Florida que en contraposición al Grupo de Boedo se caracterizaba por su estilo elitista y vanguardista.En 1961 sufrió un accidente muy grave que lo dejó imposibilitado físicamente. Murió el 24 de enero de 1967.Veinte poemas para leer en el tranvía (1922), Calcomanías (1925), Espantapájaros (1932), Interlunio (relato, 1937),Persuasión de los días (1942), Campo nuestro (1946), En la masmédula (1953).
viernes, 23 de abril de 2010
Claudia Prado
1899 - el vestido
1
Fácil
en la lucidez de la mañana
la risa del peón
corta el aire helado
entre la casa y los galpones.
El patrón
con voz malhumorada
prefiere dirigirse a los caballos.
Mientras arrastran los recados
dos chicos
sonríen y murmuran,
para ellos
la burla es todavía
una destreza
en la que no pueden probarse.
Enseguida
los cuatro cabalgando
se alejan
y se hacen diminutos.
Alrededor de la casa
y de los álamos
el horizonte vuelve a ser
un círculo impecable.
2
Se movía en la cocina
disfrutando a su manera
la mañana
y el cuerpo descansado.
Afuera
el sol caía puro y sin calor
sobre las piedras,
el pasto, los zanjones.
Cuando el fuego comenzó
a trepar por su vestido
no recordó
que estaba sola.
Casi nunca
comentan los detalles:
el humo
detrás suyo por la puerta,
ella corriendo por el campo.
Prefieren repetir
que los hombres
como siempre estaban lejos
y hablan de las graves
definitivas consecuencias
de un descuido.
3
Al atardecer
regresan en silencio,
dejan atrás
el cielo enrojecido
con una crueldad
que no descubren.
Mañana
va a haber viento, piensan
y no esperan más presagios.
Sobre sus cabezas
planea un aguilucho
en el aire vacío, transparente
nada anuncia la tristeza,
la cocina ennegrecida
ni los restos
de un incendio moderado
que a pesar de la sequía
no llega al tronco
de los álamos.
Sierra vieja
No crece nada en este suelo, dicen.
Esos pastitos aferrados a la tierra
tienen raíces que los doblan en tamaño.
Vamos.
Vamos a ver el pueblo viejo,
y señalan unas paredes rotas
donde ni siquiera
la imaginación puede morder.
Restos de una ventana
enmarcan las sierras y un cielo
muy oscuro.
De pie, en donde estuvo la cocina
hablan. Buscan en la memoria
nombres y apellidos olvidados.
Parece que alguien
se fue llevando los ladrillos,
sólo queda del reparo de las casas
algún rincón
en el que crecen yuyos.
la atención
una noche
sentado en esta misma mesa
escuchaba radio y miraba
la alacena en la oscuridad...
cacho detiene su relato
por un momento y nosotros
también en silencio intentamos
imaginar una soledad así,
pienso que esa noche
su mano sobre la mesa tendría
la actitud de abandono
que ya le vi al manejar,
después de hacer los cambios
la deja en la rodilla,
apoyada sobre el dorso como quede,
los dedos hacia arriba,
una mano olvidada descansando
hasta que la vuelva a usar,
ese es su gesto de hombre solo,
cuando la mano no se usa
ahí se deja,
no hay para quién disimular
...sentado en esta misma mesa, retoma,
vi una luz titilar entre los vasos
recorrí la casa y afuera
el tanque de agua, el galpón
el miedo me ayudó a pensar
era la luz del faro miren,
en tantos años no me había fijado...
y ahí estaba
ese brillo mínimo marcando
su recorrido en la alacena
iluminando los vasos y los platos
cada noche
Nota:Nació en Puerto Madryn en 1972. Vive en Buenos Aires. Publiquó “El interior de la ballena” (Nusud, 2000) y Viajar de noche (Limón, 2007) y “Aprendemos de los padres”, un libro de collages y poemas hecho con Víctor Florido.
Forma parte de la revista Ricardito. Realizó, junto a Cristián Costantini y Leandro Listorti, el documental Oro nestas piedras, sobre el poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero.
* * *
jueves, 22 de abril de 2010
Daniel Chirom
Madre
En las noches, cuando en mi ventana flamea como un
incendio el frenesí de las Bacantes, abro mis ojos y
miro el cielo raso buscando tu rostro, esa mirada
y esa voz que resplandecían mientras tu espalda se encorvaba
bajo el peso de las brujas y dragones a
quienes tanto temía. Pero ¿cómo hacías para hacer
de la oscuridad un haz luminoso?,¿qué coral te
dictaba las canciones que acunaban mis miedos?.
Ahora que las sombras son sólo sombras y no figuras
chinescas, ahora que los espejos envejecen en mi
mirada, te convoco madre-infancia.
Tus manos apaciguando la penumbra de mi ignorancia,
tus dedos deslizándose por mis cabellos como
hollando un santuario,
tus brazos moviéndose al compás de mis ferocidades.
Yo te contemplaba desde el sueño envuelto en tus
aromas de malvón, tomillo y madreselva. Y qué bien
reía tu cuello inclinado sobre mi oído para susurrarme
el último arcano, un ojo del viento.
¿En qué cesta que ahora no encuentro viven las
madejas de colores con que tejías mis rezos, y aquél
diario donde anotabas con inocente paciencia mis
primeras palabras, los primeros pasos, el primer beso?.
Madre, si eso no era tu niñez, ¿qué falta ahora
y hace que todo duela?
Pastel de manzana
Baba, Baba, tu Rusia de samovar, tus ojos verdes,
esa mirada perdida en las lejanías, presa de la
furia, del olvido, cautiva del destierro, y esas
manos empuñando las tijeras para hacer el corte
preciso y el pequeño monedero y el mismo delantal
siempre limpio y los alfileres prendidos a la
comisura de los labios mientras hablabas en voz
baja, mitad en castellano y mitad en yidish. Apenas
comprendía lo que decías pero estaba tu porte
alto,tus brazos fuertes y no tenía miedo en las
noches de aquel hospital de paredes blancas donde
transcurrieron varios días de mi infancia . Un niño
de tres años entre sábanas blancas y enfermeras
blancas, tosiendo, asombrado de la penumbra
mientras sostenía un oso en los brazos y bajo la
almohada guardaba las golosinas que no podía comer,
y esa sopa insípida que me servían en un plato
metálico y el pollo sin sabor y el termómetro
bajo las axilas. Pero estaba el postre,
tu pastel de manzana, el manjar del exilio.
Esa torta eran mis juegos , mis amigos , el muro que
me guarecía de la intemperie,mientras esperaba el
día de mi fuga, dejar de toser , no vestir más ese
camisón blanco y olvidar los azulejos celestes del
corredor y las caras bondadosas de los médicos con
su rictus de “sólo Dios sabe” y las visitas
complacientes. Y tenía miedo de la bruja de La
Bella Durmiente, esa mujer terrible de ojos negros,
rostro verde y uñas largas me acechaba detrás de
cada recoveco, y antes de dormir tenía que bajar
de la cama y espiar en todos los rincones para
asegurarme de su ausencia -temía combatir con el
dragón- y entonces yacía en el lecho con mi torta
de manzana, flacucho, temeroso,esperando el alba
como quien espera confesarse. En tus ojos veía
los miedos de tierras hostiles, negaciones,
persecuciones y abstenciones y comprendía que
también para ti el único refugio era ese pastel
de manzana, vieja receta venida al Río de la Plata
desde Kiev, la lejana Rusia, la madrecita patria.
Un poco de pan, apenas manzana, azúcar negra y
una horneada.Oh sabores de la infancia , polleras
de aromas, ¿ cómo vivir sin la cocina , la sopa verde,
el dulce nuestro de cada día, el café con leche, el
té con el terrón de azúcar pegado a la lengua , la
carne pálida del pollo, las escamas como llovizna
del pescado?; pero ¿cómo seguir sin la astucia
culinaria?.Sí, dejarse llevar por la lucidez
de la digestión, la tozudez de los intestinos,
los agridulces jugos gástricos.
Recuerdo la humedad de tu cocina , sus paredes de
azulejos rosados , su blanca mesada de mármol, la
heladera gorda de la providencia con el motor cuyo
constante ruido parecía un auto yendo a baja
velocidad en un día de lluvia, la mesa tosca de madera
verde, los platos ajados de loza blanca, los cubiertos
acerados, el vaso alto con naranjada, el pan fresco
partido en rebanadas (nunca el pan negro,
era para los mujiks decía mi Baba), la miel amarilla,
la gelatina de pescado grisácea, la mermelada roja,
la manteca blanca y esos tazones gigantes donde uno
perdía la nariz que luego emergía esmerilada de té con
leche. Ah las hornallas brillando en la penumbra,sus
débiles llamas brindando calor, la escuálida lámpara
colgando del cielo raso, el almanaque de montañas
(¡Que lejos está el pueblo de tu infancia, la estepa
rusa, las cúpulas doradas de la iglesia ortodoxa, la
pequeña sinagoga, el río congelado!). Pero también
está el paisaje de corredores blancos de mi infancia
de hospital poblada por tu mirada. Y no sabía de
Dios, no conocía su palabra: Dios era la escupidera
donde orinaba en las madrugadas, o aquellos
algodones manchados de sangre y esas sábanas
amarilleadas por el sudor y esa pequeña mesita de
luz con su aún más pequeño velador que tú cubrías
con un pañuelo rojo para que me velara el sueño,
y ese techo tan descascarado, tan diferente al cielo
del patio de la casa. La soledad no tiene edad, Rusia
y aquel hospital son la misma geografía , las bellas
palabras están ajadas y nuestros ojos sonámbulos
desesperan por encontrar un manjar donde
esconderse del vacío que nos reclama.
¿Tendrá mi hijo la suerte de apretar contra el paladar
en los días del desasosiego un trozo de torta de
manzana?, ¿poseerá la seguridad que brinda el sabor
preciso o deambulará buscando una patria, una
cocina donde hallar un aroma que lo descubra?.
Oh Baba, abuela , la mesuzah cuelga de la pared, su voz
calla, hace mucho que no enciendo los candelabros
y tus copas opalinas ya no lucen sobre manteles
bordados blancos y en mi cumpleaños nadie me trae
un pastel de manzana. Estoy solo, mi mundo es el
pretérito de un sabor, la nostalgia por la pérdida del manzano.
En estos días en que las oraciones enmudecen y hay
poco para agradecer, es buena la memoria del paladar,
la gula divina, mirar un plato con torta de manzana
que un niño se devora y luego una mujer se inclina
para llenarlo otra vez.
Pastel de mi carne, pastel de mi saber, ven ,sálvame,
necesito tu invariable corazón azucarado.
¡Qué cerca está el hospital de mi infancia!
A La Memoria De Raúl Gustavo Aguirre
Estoy de este lado
no sé cómo llegar a tu muerte
enamorarte los ojos
prenderle fuego a tus palabras.
En tu voz
veo barcos calcinándose de neblinas
y un rumor de sirenas
enlutando las anclas que buscan una pregunta
en las costillas del océano.
Tu oficio es un naufragio,
la claridad exánime del que no responde.
Bebe
has visto la luna rigiendo el leprosario
baila
el cielo vacía su blanca taza sobre el Hades
sueña
una canción es una trampa
canta
una sinfonía enloquece en tus manos
muere
pues es necesario renacer donde el corazón yace.
El silencio ruge una plegaria
y el alba abre su resplandeciente página
sobre la momia de un tiempo que no existió
y hemos vivido.
Nota:Daniel Chirom, poeta y periodista argentino. Creó el poemario El ojo de los días, dirigió la revista El Jabalí, colaboró con el suplemento de cultura de Clarín, así como publicó trabajos en La Razón y La Prensa. Con un gran empuje, Chirom trascendió su proyección poética para convertirse en gran difusor de la poesía, rescatando a través de los medios a todos aquellos poetas y escritores olvidados de las letras hispanoamericanas o voces del continente insuficientemente leídas o no conocidas.Chirom había publicado los poemarios Crónica a Robledo Puch (1975), Los Atlantes (1979), La Diáspora (1983), El Hilo de Oro (1989), Candelabros (1999, Premio de Poesía Fundación Inca 1994), El ojo de los días (2003) y Manjar del exilio (2005, Bogotá, Colombia). Compiló además la Nueva Antología de la Poesía Argentina (1980), con prólogo de Raúl Gustavo Aguirre y estudio preliminar de Cristina Piña, y para el Centro Editor de América Latina hizo antologías de Wallace Stevens, Walt Whitman, Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley.
En prosa publicó Charly García (1983) y textos para la cantata Lamdelam, cuya música pertenece al compositor y director Sergio Piterbarg. La obra, un homenaje al pintor Wilfredo Lam, fue estrenada en el Festival Garonne, Toulouse, Francia, por el ensamble vocal-instrumental Xinum.
miércoles, 21 de abril de 2010
Fernando Molle
De la lectura del libro
Libro es doble ojo que se inclina
para mirar a pique en mundo plano
vida que la vida no le alquila.
Libro es el lector, y si respira
se imprime a lo que lea continuado;
la página que sigue, nuevo día.
Libro es el contrato no leído:
cerrado, al otro libro no termina.
De cómo reemplaza al que lo lee
Minuto a su favor se cobra libro
en fijo plazo a página invertida;
postizo por un tiempo da su día,
y alumbra bajo techo en quien lo lea.
Sentado, quien se inclina a su aventura,
en rápido renglón consume y mira
su día y otro día que él reúne
en punto ciego, fecha que termina.
Leído cada día, menos hora;
vivida cada hora, menos vida.
Del que lee
¿Adónde lee? Renglón le borra
pensión, Lanús. Palabra exprime
cabeza puesta en suero a pulso lenta
(la gota en la gotera no se mira).
Renglón embolsa tiempo, borra día.
Cabeza sumergida no bucea
ni en barrio ni partido; letra imprime
ciudad sin propio dónde removida.
Del ritmo del poema
Ritmo es del poema su mensaje;
palabra, de palabra su primicia;
si canto pulsa letra, muestra vida,
y en pulso a su poeta verifica.
Nadie no respira si está vivo,
ni muere en un disfraz; poema juega
sólo a la verdad de su sonido
que en sístole y en diástole unifica
el pulso de la mano en su poema,
su ritmo en el latido del que lea
latir una palabra en su latido.
De una mujer poeta
Mujer no está sentada cuando escribe;
las cosas, a su letra, si respiran,
nacidos ojos abren, ya desnudas,
ajenas de su peso, distraídas
del cerco de la idea que liberan.
Mujer poeta loca no está loca:
es sola; cuando niña amada entienda
del pulso que en la idea no perciba,
al peso de lo vivo en tonelada
levante sin balanza que lo mida.
Del libro parecido
Poema repetir, poeta arruina;
tipeo, si no imanta, molde oprime,
y a gran bostezo amarra su albedrío.
Palabra, ya que estaba, se empeora
si vuelve a oído el taco de vecina;
poeta dicho dice que es poeta,
leído ya leído es olvidado.
Poema retirado no quería
volver a trabajar; así castiga.
Del aplaudido
Aplauso para libro, que transgreda:
tapón serena voz, mordaza amarga.
Si cuña quiso abrir, cuando retumben
palmadas para insecto, lo vivido
bifurca de palabra, duerme fuera.
No cuña sonreída, vida quiso
dar vida sin ser dicha como libro.
Nota:Fernando Molle nació en Buenos Aires en 1968. Publicó El despertador y el sordo (1995) y La revoltija (1999). Del libro, inédito (2009). Coordina talleres de escritura en el C. C. Rojas (UBA) y escribe sobre literatura en diferentes medios.
martes, 20 de abril de 2010
Estanislao del Campo
Paulino Lucero
Martín
¡Amigo! De aquella loma
que atrás del monte se ve,
apenas lo devisé,
dije: aquel mozo que asoma
se me hace por la presencia
ser el paisano Lucero;
y felizmente, aparcero,
me ha salido...
Lucero
A la evidencia:
porque como nunca juyo
de esta causa en el afán;
y como dice un refrán,
en un pie a tu tierra, grullo,
cuanto el general Urquiza
¡a quien lo conserve Dios!
pegó el grito: "Vamonós
contra Rosas", a la prisa,
como es justa la contienda,
por lo justo, al grito yo,
decidido, del Cuaró
me vine a tirar la rienda
frente de Cualeguaychú
y al Uruguay me azoté
y lueguito me largué,
a saber de su salú.
¿Y mi aparcera?
Martín
Buenaza,
siempre mentándolo a usté.
Vaya, aparcero, apiesé;
ya sabe que está en su casa,
y no precisa...
Lucero
Al momento:
velay refalo el recao
y me pongo a su mandao.
Martín
Adelante: tome asiento.
Lucero
Pues, mire, amigo Sayago,
yo al venir me presumía
que no me conocería
al volver por este pago.
Pero si usté a la fortuna
es igual en la memoria,
ya puede hacer vanagloria
de conocedor: ¡ahijuna!
Martín
Lo que yo estoy conociendo
es que usté viene templao
y, como siempre, alentao.
Conque, váyame diciendo:
¿Diadónde sale?
Lucero
¡Chancita!
De lejas tierras, cuñao,
después de haberme troteao
media América enterita.
De suerte que de mulita
ya nada tengo, ¡qué Cristo!
pues con las cosas que he visto
en tanto como he andao,
de todo estoy enterao
y para todo estoy listo.
Pero, paisano Martín,
yo creiba que su amistá
con mi larga ausiencia ya
hubiese aflojao al fin.
Ya ve que ¡siete años largos
sin vernos hemos pasao!
¡Y cómo estoy de arrugao
por tantos ratos amargos!...
Así, yo hubiera apostao
a que me desconocía,
y que ni mentas haría
de mí.
Martín
Se había equivocao:
y lejos de eso, aparcero,
tan presente lo he tenido
que lo hubiera distinguido
en el mayor entrevero.
Digo esto, en la persuasión
que usté en la otra tremolina
habrá andao de garabina,
por supuesto, y de latón;
sobre el pingo noche y día
peliando al divino ñudo,
medio en pelota o desnudo
y con la panza vacía.
Pero ya por estos pagos,
lo mesmo que por su tierra,
se anda por concluir la guerra
y las matanzas y estragos,
bajo la suposición
de que no corcoviará
Rosas, y se allanará
a organizar la nación
por el orden federal,
que Entre Ríos y Corrientes
han proclamado valientes,
y han de sostener... ¿qué tal?
Lucero
¡Muy lindo!... pero... veremos;
porque ese Rosas, amigo,
¡es tan diablo... pucha, digo!
¡Cuántos males le debemos!
Y aunque usté haiga forcejeao
en otro tiempo por él,
éste no es el tiempo aquél,
y se habrá desengañao...
Martín
¿Forcejeao, dijo? Se engaña:
por un deber he seguido,
siempre medio persuadido
que Rosas es un lagaña.
Lucero
¿Medio no más, aparcero?
¿O se le hace rana el sapo?
¿A que si se lo destapo
se persuade por entero?
¡Es un tigre hasta morir,
con unas garras que asusta!
Y a ese respeuto, si gusta,
le explicaré mi sentir.
Martín
¡Pues no!, amigo: desde luego
prosiga, y déle por ahi:
y arme un cigarro, velay,
también voy a darle fuego.
Lucero
No... deje estar... ¡Voto a bríos!
¡Maldito sea el rosín!
¡Por Cristo! amigo Martín,
he perdido los avios.
¡Ah, bruto! ¡si ha corcoviao
hasta cortarme la cincha,
y todavía relincha;
y mire, se ha revolcao!
Martín
Tiene laya de buenazo
y bellaco...
Lucero
Sin piedá,
pero de conformidá,
que luego es ¡superiorazo!
Hoy cuasi me descompuso,
porque en pelos me dejó,
y ya también se bolió,
pero salí, ¡como un huso!
Martín
¡Ah, gaucho!... Vení, Ramón;
velay, agarrá ese overo,
y acollarálo ligero
al zaino viejo rabón.
¿No será algún pescuecero
su redomón, ño Paulino,
que saque por el camino
a la rastra a mi aguatero?
No le hace: andá y del tirón
traite el mate y la caldera;
vaya, hijito, y de carrera
cebenós un cimarrón.
Lucero
Pues, yo crei que usté viviera
siempre en la otra población,
y hoy al darle el madrugón
me encontré con la tapera.
Luego me pude informar
de su salú y paradero,
y en la cruzada al overo
se le antojó retozar.
Martín
¡Voto alante! En fin ya ve,
después de tanto rodar,
me he conseguido afirmar
siempre en la costa del Clé:
donde en otro tiempo, amigo,
cuanto rancho he levantao,
lueguito me lo han quemao,
como si fuera castigo;
hasta hoy que, como la rosa,
vivo y puedo trabajar
con miras de adelantar,
si Dios no manda otra cosa.
Pues acá de varios modos,
siendo los hombres honraos,
todos viven sosegaos
y ganan su vida todos,
mediante la protección
que el gobernador Urquiza
al pobre que la precisa
le presta de corazón.
Así, el hombre es bendecido,
como bajado del cielo,
después de tanto desvelo
y atraso que hemos sufrido.
Lucero
Que dure es lo menester,
y pronto, amigo, verá
que esta provincia será
feliz como debe ser,
porque la naturaleza
y Dios mesmo se ha esmerao
en darle como le ha dao
en su suelo su riqueza.
Corriendo la agua a raudales
por sus ríos caudalosos,
y de ahi sus montes frondosos,
sus campos y pastizales.
Luego sus puertos y haciendas
su trajín y produciones...
¿No valen más estos dones,
que ejércitos y contiendas
sin término? ¿Y para qué?
Para que al fin el tirano
llegue a ser el soberano
de estos pagos.
Martín
Riasé
del Supremo y de su antojo,
pues, para tal pretender,
Rosas no debía ser
tan ruin, tan malo, y tan flojo;
ni debía ese asesino
apoyarse en el terror,
ni ser tan manotiador
como tacaño y mezquino.
Así condición ninguna
tiene, sino fantasía;
pero, ya se allega el día
de que se le acabe, ¡ahijuna!...
¡Qué distinto proceder
tiene acá el gobernador,
a quien el restaurador
le debe todo su ser!
Usté lo verá, paisano;
por supuesto, lo verá,
y si ha visto ¡me dirá!
hombre más liso y más llano.
Y verá con el empeño
que proteje al hombre honrao,
sin fijarse en lo pasao,
ni en si es de Uropa o porteño.
Porque su único sistema
es perseguir los ladrones,
pero que por opiniones
ya ningún hombre le tema.
También verá el adelanto
de nuestra provincia entera,
y al cruzar por aonde quiera
le parecerá un encanto:
Ver la porción de edificios
que se alzan en todas partes
para proteger las artes
y diferentes oficios.
Luego en los campos verá
las escuelas que sostiene
la Patria, en las cuales tiene
a hombres de capacidá:
Enseñando satisfechos
y con esmeros prolijos
a que aprendan nuestros hijos
a defender sus derechos.
Y últimamente, paisano,
si hay gobiernos bienhechores,
quizá uno de los mejores
es el gobierno entrerriano.
¡QLuceroué primor! Así debía
proceder todo gobierno,
veríamos que al infierno
iba a parar la anarquía.
Pero, desgraciadamente,
Rosas es tan envidioso,
y tan diablo y revoltoso,
que ya pretende al presente
largarnos un buscapié
para hacernos chamuscar,
porque no le ha de agradar
esta quietú; creamé.
Pues la Libertá y la paz
son dos cosas que aborrece,
a punto que se estremece
de oírlas nombrar nada más.
A bien que le he prometido
destapárselo enterito,
y voy hacerlo lueguito;
¿quiere atender?...
Martín
Decidido
le prometo mi atención:
que un hombre de su razón
merece ser atendido.
Lucero
Pues bien, amigo Sayago,
debajo de una amistá
oirá con la claridá
y la franqueza que lo hago.
No hablo como lastimao;
menos como correntino:
hablaré como argentino,
patriota y acreditao,
que nunca ha diferenciao
a porteños de entrerrianos,
ni a Vallistas de puntanos,
porque todos para mí,
desde este pago a Jujuí,
son mis queridos paisanos.
Y en el rancho de Paulino
puede con toda franqueza
disponer de la pobreza
cualquier paisano argentino,
pues nunca ha sido mezquino,
y a gala tiene Lucero,
el que cualquier forastero
llegue a golpiarle la puerta,
siguro de hallarla abierta
con agrado verdadero.
Sólo aborrezco a un audaz
que piensa que la Nación
es él solo en conclusión,
y su familia, a lo más:
y ese malevo tenaz,
matador, morao y ruin,
que ha promovido un sinfín
de guerras calamitosas,
no es una rana... ¡ése es Rosas!
mesmito, amigo Martín,
Que grita ¡federación!
y degüello a la unidá,
mientras que a su voluntá
manotea a la Nación;
y en veinte años de tesón
que mata y grita audazmente
¡federación! que nos cuente,
¿que provincia ha prosperao
o al menos se ha gobernao
de por sí federalmente?
Ninguna, amigo: al contrario,
hoy miran su destrución
v que en la Federación
Rosas se ha alzao unitario,
porque. a lo rey albitrario,
desde San José de Flores
fusila gobernadores,
niñas preñadas y curas,
y comete en sus locuras
otra máquina de horrores.
¡Vea qué Federación
tan gaucha! Y yo le respondo
que, aunque soy medio redondo,
conozco su explicación,
que consiste en mi opinión,
en que los pueblos unidos
vivan, y no sometidos
a tal provincia o caudillo
que les atraque cuchillo
y los tenga envilecidos...
Martín
¡Ahijuna!...
Lucero
No se caliente:
deje estar que le relate.
Martín
Siga, amigo: velay mate;
velay también aguardiente.
¡Barajo!... ¡Qué relación!
¡Ah, Rosas, si en este istante
te topara por delante!
Si hasta me da comezón...
Lucero
¡Viera, aparcero Sayago,
por esos pueblos de arriba,
como he visto yo cuando iba,
redotao por esos pagos!
¡Qué mortandades, qué estragos!
¡Cuánta familia inocente
hasta hoy llora amargamente
la miseria y viudedá
que deben a la crueldá
de Rosas únicamente!
Luego, el encarnizamiento
con que a los hombres persigue,
y los rastrea, y los sigue
lo mesmo que tigre hambriento.
Así es que he visto un sin cuento
de infelices desterraos,
y hombres que han sido hacendaos
rodando en tierras ajenas
y viviendo a duras penas
pobres y desesperaos.
¡Y así pretende el tirano
que el país esté sosegao,
habiéndolo desangrao
de un modo tan inhumano!
Ahora, dígame, paisano,
si a usté también lo saquiara,
lo persiguiese y rastriara
así con un odio eterno,
usté, desde el quinto infierno,
¿con Rosas no se estrellara?
Martín
Siguro, hasta el fin del mundo
como a pleito lo seguía,
y hasta lo perseguiría
de la mar en lo profundo.
Y a la prueba me remito
en la presente patriarda,
yendo a darle una sableada
allá en Palermo mesmito.
Y siendo tan revoltoso
el paisano Juan Manuel,
preciso es librarnos de él
lo mesmo que de un rabioso;
y entre todos sin reposo
dejándonos de pelear,
lo debemos corretear,
que dispare a lo ñandú
y se vaya a la gran-pu
y nos deje sosegar.
Lucero
Y que deje de amolarnos
con tanta guerra al botón
que arma allá ese baladrón
con miras de exterminarnos.
Que acá para gobernarnos
federal y lindamente,
sin hacer matar la gente,
pero haciendo prosperar
la patria no han de faltar
gobiernos como el presente.
Martín
¡Ah, gaucho sabio y ladino!
si es la cencia consumada,
y patriota más que nada;
eche un trago, ño Paulino.
Lucero
Vaya, amigo, ¡a la salú
de sus pagos y los míos,
y el gobierno de Entre Ríos
que nos ha de dar quietú!
¡Y por la Federación!
Martín
¿La gaucha?...
Lucero
No: ¡la entrerriana!
la linda, la veterana,
que hará feliz la Nación,
hoy que su proclamación
alza el general Urquiza,
diciendo: "¡Aquí finaliza
todo el poder de un tirano,
que el ejército entrerriano,
va a reducir a ceniza!"
Martín
Amigo, ahi tengo un changango
que pasa de rigular,
y ahora mesmo hemos de armar
para esta noche un fandango.
Aunque ya no me acordaba
que ayer, cuando iba al arroyo,
mi Juana Rosa en un hoyo
medio se sacó una taba;
Y hoy de mañana salió
con la Nicasia en las ancas,
y en aquellas casas blancas
debe estar, presumo yo,
haciéndose acomodar
la pata que se le ha hinchao:
pero así mesino, cunao,
esta noche ha de bailar.
Y usté templando el changango
saquemelé hasta la frisa,
a salú de don Urquiza
federal lindo y de rango!
Lucero
Lo haré por él, lo prometo;
pues, si antes fui su enernigo,
ahora de veras le digo,
me ha cautivao el afeto.
viendo el empeño completo
con que llama a los paisanos
para que se den las manos
y se dejen de matar;
así es que lo han de apreciar
todos los americanos.
Y así, yo de corazón
rendiré la vida a gusto
en las filas de don Justo,
sosteniendo su opinión
de organizar la nación,
hoy que el caso se presenta,
para ajustarle la cuenta
a ese tirano ambicioso,
causal de tanto destrozo
que nuestra patria lamenta.
Y a quien el mesmo Entre Ríos
le debe tantos atrasos,
por las trabas y embarazos
que antes le puso a estos ríos;
creyendo en sus desvaríos
Juan Manuel que el Paraná
era de su propiedá;
y cuando le daba gana
no entraba ni una chalana.
¡Mire qué barbaridá!
Y a todo barco atajaba,
sin más razón ni derecho
que sacarle hasta el afrecho
en tributos que cobraba;
de otro modo no largaba
a ningún barco jamás
y sólo a San Nicolás
cuando más podían dir,
pues si quería subir
los hacía echar atrás.
¡Qué diferencia hoy en día
es recostarse a estos puertos,
y verlos siempre cubiertos
de purita barquería!
con tanta banderería
y tanta gente platuda
que al criollo que Dios lo ayuda
se arma rico redepente;
lo que antes cuasi la gente
andaba medio desnuda.
Luego, en ganar amistades,
¿acaso se pierde nada?...
¿Y con gente bien portada
que nos trae comodidades,
cayendo de esas ciudades
de Uropa tantos naciones,
a levantar poblaciones
en nuestros campos disiertos,
que antes estaban cubiertos
de tigres y cimarrones?
¿O debemos ahuyentar
la gente que habla en la lengua?
No, amigo, porque no hay mengua
en que vengan a poblar;
pues nos pueden enseñar
muchas cosas que inoramos
de toda laya: ¿a qué andamos
con que naides necesita,
si hay tanto y tanto mulita
entre los que más pintamos?
Dicen que "la extranjerada
¡algunos no dicen todos!
nos han de comer los codos".
¿Qué nos han de comer? -¡Nada!
Podrán comer carne asada,
cuando apriendan a enlazar;
y no se puede negar
que son muy aficionaos
a echar un pial, y alentaos
si se ofrece a trabajar.
Allá en mi pago tenemos
un nacioncito bozal,
muchacho muy liberal
con quien nos entretenemos;
y al lazo le conocemos
mucha afición de una vez.
Y, ni sé qué nación es,
pero cuando entre otras cosas
le grito: "Pialáme a Rosas".
Martín
¡Será el diablo! Pues aquí
anda otro carcamancito
que contesta a lo chanchito,
y a todo dice: "güi, güi",
y ayer peló un bisturí
de dos cuartas, afilao,
y yo que estaba a su lao
le dije: "¿Para qué es eso?"
y él señalando el pescuezo
nombró a Rosas, retobao
Lucero
¡Pero, si es temeridá
lo que el hombre es mal querido
y putiao y maldecido
en todo pago y ciudá!
Ya le dije, yo he corrido
muchas tierras, y embarcao
desde la mar del Callao
hasta la Esquina he venido,
y en Bolivia he conocido
a hombres que no morirán
de antojo, y le pegarán
al Supremo una sumida,
si Dios le presta la vida,
al general Ballivián.
Éste anda por Chuquisaca,
y allá en Lima anda un Castilla,
general, que si lo pilla
a Rosas le arrima estaca;
porque es libertal de a placa
ese general limeño;
y a todo gaucho abajeño
que anda infeliz por allá
en cualquier necesidá
lo proteje con empeño.
Así, yo vine prendao
de otro general Torrijo.
¡Ah, mozo! un día me dijo,
viéndome medio atrasao;
"¿Muchacho, sos emigrao?"
"Sí, señor", le respondí;
"Pues tomá", -y le recebí;
y como quien no da nada
ahi me largó una gatiada
que luego la redetí.
Después en Chile, paisano,
también me puse las botas,
con muchos mozos patriotas
que detestan al tirano;
y el gobierno es tan humano,
que a todos nos compadece,
y dice que no merece
Buenos Aires esa suerte,
en que hoy se mira, y de muerte
a Juan Manuel lo aborrece.
¿Y el general Virasoro?
¿Y el ejército que manda?
¡Por Dios! Le asiguro que anda
contra Rosas, como un toro;
y antes en manos de un Moro
caiga ese bruto asesino,
que no en las de un correntino.
Así, que ande Rosas listo,
pues si lo pillan ¡ah, Cristo!
¡Infeliz de su destino!
Luego, en colmo de sus males,
al Presidente su aliao,
ya lo tienen apretao
veintidós mil imperiales,
todos mozos ternejales
que lo han de sacar muriendo,
y todos, estoy creyendo
como una cosa sigura,
que por sacarle una achura
a Rosas se andan lambiendo.
Y en todo el género humano,
no crea, ni le parezca
que hay hombre que no aborrezca
a Juan Manuel por tirano.
¿Y en el Paraguay, paisanos?
¡Viera a los paraguayitos
todavía mamoncitos
que apenas andan gatiando,
y ya se largan gritando:
¡Ah hijitos!
Y además el Presidente
es un quiebra, sigún veo,
pues le ha pedido rodeo
al Héroe del Continente.
Lucero
Sí, amigo, muy suavemente
al principio lo ha palmeao,
y ya lo ha redomoneao,
hasta el verano que viene,
que puede ser que lo enfrene
y lo haga de su recao.
Martín
¡Ah, cosa! Dios lo bendiga,
y le dé su santa gracia.
¡Che! mire: ahi viene Nicasia
con mi china. Pero, diga:
¿se acuerda de Sandoval
el payador?
Lucero
¡Cómo no!
Martín
Un chumbo lo desnucó.
Lucero
¿Dónde?...
Martín
En la Banda Oriental:
donde también por mi mal
andando por esa tierra,
cuando la maldita guerra
en que Rosas nos metió,
cuasi, cuasi, quedé yo
estirao en una sierra.
Lucero
Velay otra guerra, amigo,
que hace Rosas al botón,
de cuya desolación
usté habrá sido testigo.
Y ¿qué oriental enemigo
tiene Entre Ríos? pregunto.
¿A qué cargas, a qué asunto
mandó allá a la paisanada?
¿Sabe a qué, aparcero? A nada;
a peliar por él, por junto.
Cierto es que Frutos Rivero
vino acá la vez pasada,
porque allá la entrerrianada
a él lo atropelló primero
con don Pascual, que altanero
se guasquió a Santa Lucía,
pues de terne presumía,
hasta que en una mañana
y que vuelva, ¡y qué volvía!
Y de ahi, Rosas se ha propuesto
destruir la Banda Oriental
que no le ha hecho ningún mal,
¡mire si es hombre funesto!
Y no alega otro pretexto
que mudarle presidente.
¿Qué le importa que Vicente,
o Pedro, o Juan o Tadeo
gobierne en Montevideo?
¿No digo bien?
Martín
Mesmamente.
Lucero
Pues ya ve a los orientales
matándose con horror,
lo que es, amigo, un dolor,
¡porque son tan liberales!
Y hay mozos tan racionales
entre uno y otro partido,
que si ya no se han unido
no es por rencor, creamé,
es solamente porqué
ahi anda Rosas metido.
Lo que antes, los orientales
se daban cuatro sabliadas,
y al tiro de camaradas
quedaban todos iguales;
mas hoy, con los federales
que Rosas les ha injertao
tan fiero los ha trenzao,
que algunos ya lo coligen,
y Dios permita y la Virgen
que le hagan el cuerpo a un lao.
Dios lo permita, repito,
que se abracen como hermanos;
porque, sin ser mis paisanos
los apreceo infinito;
pues ya sabe, aparcerito,
que yo me crie por allá,
y así es con temeridá
lo que esa gente me agrada,
y esas hembras más que nada,
porque son una deidá.
Martín
¡Oiganle al cantor Lucero
cómo se explica y se amaña!
Pues bien, una media caña
conciérteme, compañero.
Toda de amor enterita,
que se alborote el hembraje
con las coplas, y le faje
hasta la madrugadita.
Lucero
Media caña y cielo junto,
será más lindo, aparcero,
y que yo duerma primero,
porque... ya me siento en punto...
Martín
Echesé, aunque Juana Rosa
venía y se ha entretenido,
y si lo pilla dormido
quizá se muestre quejosa.
Pero ya que está templao,
no hay que hacer caso, echesé,
que yo lo dispertaré
con un buen cordero asao...
Aunque, amigo, la patrona
lo ha querer agradar:
dejemé, voy a carniar
con cuero una vaquillona.
Y ya enderezó Martín
rumbiando para el rodeo
y Paulino a su deseo,
hizo estas coplas por fin.
Nota:Estanislao del Campo, escritor argentino, nacido en Buenos Aires, que perteneció a la generación del 80 y llevó a su culminación el juego dialogado de los poetas gauchos.
Inició su carrera literaria con versos gauchescos que aparecieron bajo el seudónimo de Anastasio el Pollo y es a raíz de esa actividad que se vincula con Ascasubi.
Entre sus obras son de destacar: Los debates de Mitre y Carta de Anastasio el Pollo, ambas de 1857; esta última es una anticipación de Fausto (1866). En Fausto, un paisano, Anastasio el Pollo, que por casualidad, asiste a una función en el Teatro Colón de Buenos Aires, en donde se representaba la ópera "Fausto" de Gounod.
El hombre conversa largamente con Don Laguna, un gaucho amigo
lunes, 19 de abril de 2010
Liliana Campazzo
I
No tengo ningún interés de irme en un barco negro
mi casa es mi lugar acá las sillas allá las plantas
mi perro es mi perro
mi casa es el lugar de las ventanas
se cubren de vapores que regalan palabras
Los escritos duran nada y es suficiente
la mesa guarda la exacta proporción de mis comidas
sobre ella reposan mis papeles
la lista de las compras las notas de la escuela
la carta a un hijo que está lejos la boleta de la luz
aquellas flores secas
esas
las tres rosas amarillas.
II
La ventana de mi cocina regala espacios para escribir
sobre el vapor tiro un poema
prendo el fuego la pava la taza el café
desaparece del vidrio la huella
nada mas efímero que ese verso .
III
Cada palabra escrita sobre el vidrio dura sólo lo que dura
el amor también
las escobas duran más
barren arrastran crujen
siempre queda algo de una escoba
de los vidrios quedan las astillas
de lo otro mejor no hablar.
lV
El juego lo había inventado en la infancia
primero eran ojitos que miraban después besos
apoyar la cara sobre el vidrio helado sigue siendo hoy un placer doloroso
igual al de sentir la mano fría de un hombre por la espalda.
Después empecé a escribir en letras góticas mi nombre
dibujaba al lado una flor de lis
no quedaba ventana en los pasillos en los que no apareciera
la huella de mi dedo flaco
la monja protestaba
rezaba rosarios para perdonar los vidrios escritos
rezaba rosarios para borrar lo escrito
rezaba rosarios
aprendí la brevedad de una palabra en el apuro
no ser vista era importante
igual que hoy
no ser vista
seguir el juego
nada de papeles ni tinta negra
no ser vista.
“Mi mesa de escribir está puesta para todos”
Escritos en el vidrio / Los poemas del después
VI
Escritos en el vidrio los nombres
de todas las mujeres de esta casa
de los lugares donde ellas fueron
de los hombres que las amaron
de los hijos que no tuvieron
en los vidrios
para siempre
la escritura en el agua
la escritura
el pezón
la escoba
escritos en el vidrio
todos los adioses
escritos para siempre.
VII
Los vecinos no saben leer estas ventanas.
VIII
Hoy tengo que pelar esta naranja que es el día
y en las ventanas destrozadas en la infancia
hacer volar palomas
las piernas cruzadas las manos frías la boca abierta
enhebro la aguja de coser con agua
zurzo o bordo o tejo
nada dura
escribo en agua
alguien vino a decirme dónde estoy
la que no soy está llamando.
IX
La cosa es que una se muere para siempre
queda la escoba los vidrios sucios
algo flotando en el lavarropas
los libros de las otras sobre la mesa
la rúbrica en el aire,
gesto destrapado,
una carta sin final
rastros del placer en el cenicero robado en un bar de Los Altares
la cosa es que una se muere para siempre
se muere de escritura
moneda impune
señor juez hablábamos de qué
X
Deshabito mi casa.
Incendio mis papeles.
No puedo aceptar edificios sin ventanas
ladrillos como signos de pregunta
destruyendo paredes últimas
destruyendo
acallando escritos en los vidrios
hay color de vinagre donde se cierra el cielo.
:Liliana Campazzo, 1959, Buenos Aires, vive en la provincia de RíNotao Negro desde 1976
Docente, de nivel medio, coordinadora de talleres de escritura, talleres de Educación por el Arte, talleres de promoción de la lectura. Durante los años 1989 a1995 fue coordinadora del Plan de Bibliotecas Viajeras de la provincia de Río Negro, realizando todo el recorrido de la Línea Sur con material de lectura y títeres. En el año 2002,2003, dirigió los cursos de capacitación del Plan Jefas y Jefes de Familias en Bibliotecología y Promoción de la Lectura, en el marco de la Legislatura de la provincia. Formó parte hasta el presente año del equipo de trabajo del Plan Provincial de Lectura. En el ámbito privado trabaja en los talleres de promoción de la lectura y escritura que lleva a cabo la librería Don Quijote, de Viedma, por el cual recibieron el Premio La Andariega de la Feria Internacional del Libro en 2001.
Artista Plástica, recibió menciones provinciales en 1990, 1992 en Pintura.
Realizó muestras colectivas en la región patagónica, en 1997 hizo su primera muestra individual Los Venenos, en Viedma. Escribe e investiga sobre la escritura en la región Patagónica.
Obras publicadas: Firme como el acaso- Fundación Banco Provincia de Neuquen 1991
De no poder- Feminaria revista de Creación para Mujeres 1992
Las Mujeres de mi casa- Patagonia Poesía Aisén –Chile 1998
Quieta para la foto- edit. Simurg Buenos Aires 2003
Las voces de escritoras de la Patagonia- Ensayo-
Asociación Culturas del Sur del Mundo Chiloé 2004
Yuyo Seco- Editorial Limón, Neuquén, 2006
Artículos sobre Literatura y Arte en revistas de Argentina y Chile.
domingo, 18 de abril de 2010
Carlos Ardohain
tanto llanto
Al principio yo recolectaba tus lágrimas
en palanganas blancas
las consideraba casi sagradas
y las sometía al sol de la terraza
para fabricar sal y construir
una estatua a tu imagen y semejanza
como una moderna mujer de Lot
tarde me di cuenta de que eras
una lloradora sin desazón
sin angustia ni tristeza ni motivo
sin verdadera pena
tu cerebro era una enorme esponja
que absorbía toda la humedad ambiente
y debía exprimirse para recuperar liviandad
soltabas tus aguas, eras la mujer nube
y yo por consiguiente
el hombre obnubilado
mojaste la alfombra
inundaste el baño
empapaste las sábanas
hembra lacrimógena
ahogaste mi deseo en agua salada
helada
petrificada
pasado el tiempo sólo quedó
una capa de moho
como el que se forma en la superficie
de todo lo que se descompone
llueve lluvia
Está lloviendo sobre la tumba de mi madre
el agua se filtra entre los terrones
como si quisiera extinguir la eterna sed de la muerte
está lloviendo sobre la cabeza centenaria
de mi padre que da vueltas en la calle
buscando un fiat 600 que tuvo hace 50 años
cuando lo convenzo de que el auto es un recuerdo
finge que ya lo sabía y sube conmigo a casa
está lloviendo sobre las infectas aguas del riachuelo
en las que la lluvia no tardará en morir
ahogada por las miasmas de esta cuenca negra
llueve sobre el amor que se da
que se niega que se rechaza
sobre el odio y la ignominia
llueve sobre el tiempo y la historia
sobre la marcha inexorable de los días
llueve sobre la desolación de pensar que
el agua que cae no lava nada
sólo cambia la mugre de lugar
deslocaliza la roña pone en movimiento
lo podrido pero aun así
no obstante eso
sin embargo
arder
Déjame descansar sobre tu alfombra
dice Anne Sexton en el poema, aquí no hay
alfombra alguna pero es una tarde
para descansar, leo recostado en el sillón,
afuera arde el aire de febrero y el hipnótico
ladrido de perros lejanos, muertos de tedio
y de sed, rebota entre los edificios,
al poco rato me quedo dormido
y ya no sucede nada más.
Despierto mucho después con el libro en la cara,
mi respiración tibia humedeció el papel
y algunas palabras quedaron pegadas a mi boca,
no es que mi aliento se haya unido
al aliento poético de Anne, ni que yo
haya bebido sus palabras cuando dormía
pero leo: aquí está el ojo, aquí está la joya
esa frase me inquieta de una manera
desconocida, tengo mucha sed,
tiembla la luz que me rodea
y yo caigo en el último verso:
ardo del modo en que arde el dinero.
a tarde ser
El cielo color gris cinco en la escala
de valores encapota la silueta de la city
en medio de unos edificios viejos
sube una columna de humo blanco
mi hemisferio izquierdo me dice: incendio
miro las nubes me gusta el cielo así
debajo del puente todo es negro casi
no hay agua ya ni vida queda
unas bandas amarillas el reflejo de las luces
la noche inminente el viento amenazante
el horizonte desaparecido el agua en el aire
el lobo no abre la boca ya casi no come
no queda nadie que se jacte de estar vivo
al lado del puente un inmenso cartel rojo
exhibe un slogan de campaña una frase
de ocasión: la seguridad se hace
del otro lado el cartel rojo de Caserita
postales de la frontera poemas sin escribir
teléfonos mudos habitaciones vacías
recibo un mensaje que me dice que la nada
y el vacío son inspiradores preferiría no saberlo
preferiría estar lleno mi hemisferio derecho
piensa en la luz piensa en el espacio
piensa en color rojo negro blanco gris
salgo a la curva del balcón me dejo mojar
de este lado y del lado de allá es igual
el lobo no está el lobo perdió los dientes
el pelo las mañas murió por su boca
ahíto de carne podrida harto de alimentar
los rincones del conurbano con su fama
no era en verdad un lobo era un perro
abandonado cansado de ladrar para nadie
el humo blanco ahora es negro el cielo
también como la boca del lobo muerto
como la muerte que espera en el horizonte
como la noche que espera por mí
Nota: Poeta y artista plástico.
Nació en Mar del Plata - Estudió pintura en la Universidad Nacional de La Plata.
Trabajó como actor en la ciudad de La Plata formando parte del grupo Tal (1974-77) participando de la puesta de Homo Dramáticus (A. Adelach) y A través del espejo y lo que Alica descubrió allí (L. Carroll).
Hizo taller de poesía con Elizabeth Azcona Cranwell (1989) y Arturo Carrera (2000).
Publiquó las plaquetas El ojo secreto (1998) La Hoja Bífida (1999) y Ojo x Ojo (2000).
Tiene un libro inédito: Penúltimas palabras (2005)
En marzo de 2004 obtuvo un premio accésit en el Concurso Poesía en Tierra, organizado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires.
El libro Poesía en Tierra con las obras seleccionadas fue editado en 2005 por el Fondo de Cultura Económica.
sábado, 17 de abril de 2010
Leopoldo Lugones
El martín pescador
Sobre el remanso azul, agudo acecha
Desde un lánguido gajo del sauzal,
En inminente inclinación de flecha,
La lentitud profunda del caudal.
Oro de sol en la corriente boya...
Y destellando un súbito arrebol,
Identifica el pájaro en su joya,
Sauce verde, agua azul, y oro de sol...
La torcaz
El pleno sol goza enhiesta
Sobre un seco y alto tronco.
Desgrana en su arrullo ronco
Su áurea mazorca la siesta.
El follaje, más umbrío,
Le ofrece en vano su toldo,
Y en palpitante rescoldo
Mulle su pluma el estío...
La tarde clara
En el jagüel, más trémulo, la rana
Repercute sus teclas cristalinas.
La noche, por detrás de las colinas,
Su ala de torvo azul tiende cercana.
No acaban de decir "hasta mañana",
Locas de inmensidad las golondrinas...
La noche pura
Floreció, con la lluvia, en los jardines,
El cándido jazmín de primavera.
La noche, cual profunda enredadera,
Cuaja también en luz claros jazmines...
El Hornero
La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.
En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.
Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.
Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.
Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.
Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.
Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.
La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.
La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.
Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.
Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.
La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.
Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.
La cachila
Un gemidito titila.
Por el aire, donde en vilo,
Como colgada de un hilo
Va subiendo la cachila.
Allá cerca ha hecho su nido,
De la huella que en el barro
Deja la mula del carro
Al pasar cuando ha llovido.
Y así el pajarillo blando,
Entre el riesgo y el estruendo,
Vive volando y gimiendo,
Muere gimiendo y volando.
Nota:Nació en 1874 en Villa de María en el departamento cordobés del Río Seco. Fue el primogénito del matrimonio de Santiago Lugones y Custodia Argüello. El año de 1896 fue decisivo para Lugones: se instaló en Buenos Aires y se casó con Juana González. En la gran ciudad se unió al grupo socialista de escritores integrado por José Ingenieros, Roberto Payró, Ernesto de la Cárcova, escribió en el periódico socialista "La Vanguardia" y en la "Tribuna", órgano del roquismo y se ganó al distinguido auditorio del Ateneo. A los 22 años comienza a escribir en "La Nación", promovido por su amigo Rubén Darío. Publicó su primer libro "Las montañas del oro" (1897), basado en una influencia tardía del Romanticismo Francés.Su trabajo incesante se plasmó en numerosos escritos, artículos de prensa y conferencias que le merecieron el nombramiento en la Asamblea de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones (1924), el Premio Nacional de Literatura (1926) y la presidencia de la Sociedad Argentina de Escritores, fundada con su impulso (1928).Puso fin voluntariamente a su vida en una isla del Tigre. Los boletines informativos sorprendieron a la opinión pública tanto como a quienes lo trataban cotidianamente en la Biblioteca Nacional de Maestros.
Lugones aún hoy genera controversias por su cambiante temperamento político. El tiempo, sin embargo, lo ha destacado como una figura central de la cultura argentina y como uno de sus más grandes escritores.
viernes, 16 de abril de 2010
Silvio Mattoni
autobiografía
Nací en los suburbios de Córdoba,
a la noche, en un hospital de locos,
cabeza abajo y pataleando al cielo.
El aire del murciélago ya era
para mí una fábrica de espanto.
Me llamo Silvio, y naturalmente
no elegí la ciudad ni el adjetivo
paradójico. Un día me atraparon
con unos libros y llegué sin pausas
a la universidad. Algunas chicas,
como suele ocurrir, no me miraron...
Después encontré una y me casé.
Casi tengo tres hijas, cuando aplico
mi invierno a estos versitos, sus demandas
me tiran boca arriba y me retuerzo
de muda risa. ¿Me habré muerto afuera
de tanto ver el cielo que se torna
cada vez más hermoso?
alfabetización
No tengo más que un día en primer grado,
único recuerdo que no inventó
sus palabras. Seguro que mi cara
competía en blancura con la tela
del guardapolvo. Pero llegó el miedo
cuando unos profesores de gimnasia
pidieron uniformes, sogas, palos
de escoba recortados. ¿Qué pensé?
¿De dónde aquella idea de torturas
o de combates cuerpo a cuerpo? ¿Dónde
capté esa información interceptada
sobre un castigo que no discrimina
y pega a todos por igual? Me cuentan
que estuve ahí tres meses, ya vaciados
de mi memoria. Dicen: “otro día
te hiciste pis encima, la maestra
no te dejó ir al baño hasta el recreo”.
¿Canjearon la vergüenza incontinente
por las artes marciales tan temidas?
Y habré escondido la felicidad
de no saber leer y poco a poco
dibujar, descifrar mi paraíso.
En la siguiente escuela, que parece
eterna, saturada de minutos
de intensa expectativa y de niñitas
deseadas, quizá aprendí dos lemas:
no hay que mostrar el miedo ni el amor
- aprovechar el sabor de las bocas
con que la suerte besa -, y que siempre
es preciso fingir que uno es judío
para escapar del catecismo y ver
la risa de seis años de Judith.
Las calamidades
Los faros del auto iluminan la ruta.
¿Cómo podremos decir lo que debe ser dicho,
si cuatro amigos viajan, perdido el tiempo
en que se visitaban? Largo y viejo
es el auto: la edad de las visitaciones
se ha ido con los éxtasis. Ni la más pequeña
de las lágrimas cabe en las palabras.
Los conduce la noche, si no el sombrío
encierro de esa cápsula arrojada
en el camino, a hablar, ¿con qué propósito?
Uno por uno, aunque se dirigiesen
a los demás, siempre sería uno.
El presente, en efecto, es igual para todos,
pero lo que se pierde nunca lo es:
así el instante de sus palabras permanece
virtual y simplemente separado del resto.
1
Maldice el día en que se detuvo
¿Quién puede prever lo que va a pasar?
¿Quién, saber lo que le espera? Yo tuve
la esperanza acuática de mi destreza
en el arte de pintar. Mezclaba entonces
cada tono, finísimas láminas, efectos
de luz y sombra. Pero los años
no me dieron la medida exacta
de mi trabajo. ¿Adónde están ahora
mis potencias? ¿En qué lugar se decidió
poner un límite a mis manos? ¿Tuve
algo, alguna vez? Recuerdo, amigos,
a una chica pálida y diminuta
que hablaba muy despacio. La quise,
vivimos juntos cuatro años. Al pintar,
su cuerpo era un remolino vacilante
sobre un banco de madera. Cuando se fue,
supe que yo no sería nada, apenas
un mediocre artesano, uno de miles,
preparando un futuro ajeno. ¿Adónde
se cortó ese hilo que me sostenía
del cielo? Entonces yo flotaba y ahora
me hundo en los más oscuros pozos,
en la inmovilidad, en la repetición
más anodina. Las aguas del destino,
¿pude haberlas surcado? ¿Había un barquero?
¿Qué hice mal? ¿Qué moneda olvidé,
cegado por el velo de mi juventud? Amigos,
ustedes no pueden saberlo, pero pienso:
¿habrá aún esperanza para mí?
Nota:Silvio Mattoni nació en Córdoba en 1969. Publicó los libros de poemas El bizantino (1994), Tres poemas dramáticos (1995), Sagitario (1998), Canéforas (2000), El país de las larvas (2001), Hilos (2002), El paseo (2003) y Poemas sentimentales (2005). Algunos de sus numerosos ensayos se reunieron en Koré (2000) y El cuenco de plata (2003).
jueves, 15 de abril de 2010
Alejandro Guyot
Posada
Entrada ya la noche
alguien conversa con sus propios fantasmas,
esos que a veces llegan a pedir posada
en el alma polizonte.
Algo que comer, al que beber,
tabaco y un lugar para pasar la noche
-si es la noche algo que realmente pasa-.
El rezongo de los resortes
bajo el peso de los cuerpos no molesta a nadie
a estas horas de la madrugada;
porque aunque todos crean que duermen,
nadie en realidad descansa.
Homenaje
Hacemos cola ante el país al descampado
Juan Gelman: Exilio, IX
Homenaje
a la vida nómade,
huérfana de estrellas y religiones,
a las noches en el monte,
bajo el cielo,
al descampado, al desconsuelo,
homenaje a nuestros antepasados
y a sus vidas en el monte.
Algarabía de penas en el valle.
Sensación de casa nueva
de primer día,
de primera noche en la casa nueva.
De recién llegado
a la cima del monte Ararat.
Linaje
Yo
Y otras veces
Como tantas otras
Como dentro mio
Y otras tantas
Como veces pueda
Repetirme
Yo
El color del nomadismo
A Marcelo Arce
Todos beberemos el veneno verde
Y el demonio lo que quede.
James Joyce, Ulises
En busca de tierras más dulces
al paladar nuestro- y al ajeno también-
fue que partimos hacia el sudeste
de todas las cosas
llevando con nosotros
tan sólo algunas cantimploras
llenas de ajenjo
y unas cuantas
viejas valijas vacías
repletas de mariposas muertas
azules y amarillas.
Nota: (Buenos Aires 1972), músico, poeta, letrista. Cantante y compositor del grupo 34 Puñaladas.
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