viernes, 23 de abril de 2010
Claudia Prado
1899 - el vestido
1
Fácil
en la lucidez de la mañana
la risa del peón
corta el aire helado
entre la casa y los galpones.
El patrón
con voz malhumorada
prefiere dirigirse a los caballos.
Mientras arrastran los recados
dos chicos
sonríen y murmuran,
para ellos
la burla es todavía
una destreza
en la que no pueden probarse.
Enseguida
los cuatro cabalgando
se alejan
y se hacen diminutos.
Alrededor de la casa
y de los álamos
el horizonte vuelve a ser
un círculo impecable.
2
Se movía en la cocina
disfrutando a su manera
la mañana
y el cuerpo descansado.
Afuera
el sol caía puro y sin calor
sobre las piedras,
el pasto, los zanjones.
Cuando el fuego comenzó
a trepar por su vestido
no recordó
que estaba sola.
Casi nunca
comentan los detalles:
el humo
detrás suyo por la puerta,
ella corriendo por el campo.
Prefieren repetir
que los hombres
como siempre estaban lejos
y hablan de las graves
definitivas consecuencias
de un descuido.
3
Al atardecer
regresan en silencio,
dejan atrás
el cielo enrojecido
con una crueldad
que no descubren.
Mañana
va a haber viento, piensan
y no esperan más presagios.
Sobre sus cabezas
planea un aguilucho
en el aire vacío, transparente
nada anuncia la tristeza,
la cocina ennegrecida
ni los restos
de un incendio moderado
que a pesar de la sequía
no llega al tronco
de los álamos.
Sierra vieja
No crece nada en este suelo, dicen.
Esos pastitos aferrados a la tierra
tienen raíces que los doblan en tamaño.
Vamos.
Vamos a ver el pueblo viejo,
y señalan unas paredes rotas
donde ni siquiera
la imaginación puede morder.
Restos de una ventana
enmarcan las sierras y un cielo
muy oscuro.
De pie, en donde estuvo la cocina
hablan. Buscan en la memoria
nombres y apellidos olvidados.
Parece que alguien
se fue llevando los ladrillos,
sólo queda del reparo de las casas
algún rincón
en el que crecen yuyos.
la atención
una noche
sentado en esta misma mesa
escuchaba radio y miraba
la alacena en la oscuridad...
cacho detiene su relato
por un momento y nosotros
también en silencio intentamos
imaginar una soledad así,
pienso que esa noche
su mano sobre la mesa tendría
la actitud de abandono
que ya le vi al manejar,
después de hacer los cambios
la deja en la rodilla,
apoyada sobre el dorso como quede,
los dedos hacia arriba,
una mano olvidada descansando
hasta que la vuelva a usar,
ese es su gesto de hombre solo,
cuando la mano no se usa
ahí se deja,
no hay para quién disimular
...sentado en esta misma mesa, retoma,
vi una luz titilar entre los vasos
recorrí la casa y afuera
el tanque de agua, el galpón
el miedo me ayudó a pensar
era la luz del faro miren,
en tantos años no me había fijado...
y ahí estaba
ese brillo mínimo marcando
su recorrido en la alacena
iluminando los vasos y los platos
cada noche
Nota:Nació en Puerto Madryn en 1972. Vive en Buenos Aires. Publiquó “El interior de la ballena” (Nusud, 2000) y Viajar de noche (Limón, 2007) y “Aprendemos de los padres”, un libro de collages y poemas hecho con Víctor Florido.
Forma parte de la revista Ricardito. Realizó, junto a Cristián Costantini y Leandro Listorti, el documental Oro nestas piedras, sobre el poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero.
* * *
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
una divinura de la sencillez
ResponderEliminar