lunes, 23 de noviembre de 2009
Beatriz Vignoli
Función de la lírica
Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.
Canción negra de sangre
—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?
En el sueño componíamos una canción.
Se ponía difícil, yo me impacientaba,
sacaba mi revólver y lo ponía
entre las dos, sobre la mesa.
—¿En el cielo, se llora?
¿Vamos a poder llorar
cuando estemos muertas?
En el sueño, yo recién llegaba a tu ciudad.
Vos me dabas trabajo: convertir un mapa
en un árbol.
Se ponía difícil, no me salía,
el árbol no me salía ni pegándole
hojas de verdad.
—Las muertas, ¿son felices?
¿Me diste el nombre de la felicidad
porque querés que muera?
No soporto tu letra; me enfurece
recordar la forma de tus trazos.
Odio tu forma de curvar las efes
como patas chuecas que se sienten simpáticas.
Odio tu be larga, muy especialmente.
Odio la esperanza, la esperanza,
odio, odio la estúpida esperanza
que anima tu escritura.
Si no querés que muera,
¿por qué decís entonces que me vas a matar?
—Creés demasiado en las palabras.
Hace falta un metal más espeso que el odio
para contar, para cantar esto.
Hace falta un metal, un metal más que asesino,
un metal resucitante.
—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?
Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.
—Te traje estos papeles.
"El trabajo libera".
—¿De qué?
En el sueño, no éramos de metal.
En el sueño, no había
porqué mostrarnos fuertes.
En el sueño, no me pateaban en el piso.
En el sueño, yo no era para siempre
alguien a quien habían pateado en el piso.
Odio tus piernas, odio
que puedas caminar.
—¿Y la canción?
He guardado los papeles que trajiste.
No los puedo leer; me los trajiste
a tiempo para el trabajo, pero tarde:
ya no podría soportar leer
los papeles que trajiste. Y en el sueño
la canción
se cantaba.
La canción era una voluntad de inocencia
que conseguía atravesar la noche
de esto que he dado en llamar traición
y no es más que cansancio,
indiferencia,
olvido,
desaparición.
Viernes santo
Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
El sol brilla sin dioses.
No tenemos esperanza;
tenemos, sí, la esperanza de la esperanza,
esperamos que la esperanza
suceda.
Hemos tenido fe
y voluntad; hemos luchado,
con una fe sin esperanza hemos luchado.
Para perder mejor hemos luchado,
para que no nos ganen así como así,
para que les cueste
aplastarnos, para eso
hemos luchado sin esperanza,
sólo con voluntad hemos luchado.
Ha muerto la
Gracia. ¿Resucitará? (¿Estás
llorando?) ¿Resucitará?
Hemos amado sin esperanza,
con deseo hemos amado,
sin esperanza hemos amado.
Con una piedad sin esperanza hemos amado,
con una piedad funeraria.
El sol brilla sin dioses.
En tu cara.
Estoy forjando el día
como si fuera de hierro el vivir.
Estoy sosteniendo el tiempo.
Estoy mirando cómo el cielo lentamente cae,
una vez más
cae.
Sin esperanza alguna recuerdo tu belleza,
con una piedad funeraria.
Pero estoy tallando la espera
como si fuera de mármol el día de mañana.
En el declive de lo que cae derrotado,
en el de lo que cae derrotado para siempre
sostengo la nada,
sostengo la nada,
como si de dioses se tratara.
En retirada, enarbolo todavía
con una mano herida, la forma del cielo.
No te vayas. Yo sé los nombres del mundo.
Sé pronunciarlos. No te vayas.
Podrías, todavía, hacer algo
con la distancia entre tu amor y mi muerte.
Podría, esa distancia,
no ser del todo una cosa desesperada.
Podría yo no perderte así como así.
Pero la Gracia ha muerto,
el sol brilla sin dioses,
la tierra es dura.
Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
No hay dónde fundar
ningún futuro: las casas son pequeñas
o ajenas, y sus estantes están atestados
de ciervitos de vidrio fumé,
sus estantes atestados,
melancólicos, ebriamente lluviosos bajo este sol.
Este es el país donde nadie fundó nada.
Pero yo (no te vayas)
sé pronunciar el nombre de tu carne.
Podrías ayudarme, por ejemplo
a limpiar.
En cambio estás ahí, tan art decó
en tu quietud de cadáver en pie,
tan neoplatónica tu pose que
no pueden con eso los plumeros comunes;
es terrible, con tu belleza no puede nadie,
es más terrible que la misma piedad
funeraria.
Escuchame, yo sé,
yo sé pronunciar los nombres del mundo.
No te vayas.
Nota:Beatriz Elvira Vignoli es una novelista, poetisa, periodista, traductora y crítica de arte argentina.
Nació en Rosario (provincia de Santa Fe), el 29 de enero de 1965.
Es nieta del escultor rosarino Erminio Blotta (1892-1976).
En los años ochenta colaboró en revistas «subterráneas» (como Umbral Cultural, de Buenos Aires, dirigida por Gerardo Diego Sofía) de Rosario y Buenos Aires.
Entre 1992 y 1997 impulsó una serie de lecturas de poesía y narrativa de un grupo de escritores jóvenes de Rosario, núcleo de lo que luego serían las revistas Ciudad Gótica y Viajeros de la Underwood.
Entre 1993 y 1995 fue crítica de arte y espectáculos del diario Buenos Aires Herald (en idioma inglés).
Entre 1991 y 1998 colaboró en las secciones «Cultura» y «Contratapa» del suplemento Rosario/12 del diario Página/12.
En 1998 estuvo brevemente a cargo de la sección «Cultura» de este diario.
Entre 1998 y 2000 colabroró regularmente en el suplemento cultural «Grandes líneas» del diario El Ciudadano y la Región
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Me encanta la poesía de Vignoli.estoy buscando adjetivos que no encuentro, ella toda palabras y las mías tan escasas
ResponderEliminarBestial visceral Beatriz Vignoli. Adoro un poema cuando me provoca mudez.
ResponderEliminarMás que la poesía de la Vignoli, son los comentarios tan banales los que me dejan mudo.
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