jueves, 4 de marzo de 2010
José Portogalo
Canto a mi pan
Con pan de mi amor alimenté raíces.
De ráfaga-navío pan de nube
de noche-madrugada pan de trinos
y lágrima de pan de la pobreza.
El pan del vino aguado.
El funerario pan de los rincones.
El pan del ofendido
humillado
abolido.
En pan el pan el pan de los canteros
con el pan de los pájaros de mi alma.
Mi pan dije una vez (oh pan de piedra
trizándome los dientes)
nació del frío denso de los surcos
y del hueso pelado del rocío.
Y había una gaviota iluminada
y una espiga
de cárdeno rumor viva en mis sienes.
Había un cielo efímero
una lluvia
cenicienta y atroz con cicatrices
socavando mis yemas.
Había sin embargo dulzura de pan fresco
de gorrión despeinado de la música
que se nutrió del árbol de mi sangre
con ese ritmo sordo de cigarras
que aturden mi memoria.
Sus plumas custodiaron mis palabras
y su pico el latido de la brisa
sobre mi corazón amotinada.
Vino a mi voz en símbolo clareado
y me dio con el viento el pan insobornable
imbatible
durísimo
del mar con la cuchara de las olas
y el humo del tabaco de mi padre que ha muerto.
Cómo lo conoció mi infancia
definida
en la mejilla aireada del aromo
del abrojo del níspero del pámpano la higuera
y del libro escolar garuado en un baldío.
De pronto salió el pan salió de las arrugs
del labrador con hambre
y de la finca aérea del hornero.
Y yo
salta-alambrados
pierna al aire del aire avispa ronca
y hojaldre de los sueños
"como un ojo que ve claro" pude ver
destellando esplendores
el ojo de la vida
la inocencia del pan
y el encendido soplo de la escarcha
que preanuncia el exilio ante el abismo.
Y diría en fugaces imágenes del vértigo
primavera-gorrión gorrión-verano
y amor hilo de fragua
resplandor
caricia de agua quieta sobre el musgo.
Y mi vocabulario y mi cuaderno
perdido en un galpón
con la locomotora de un tren que nunca olvido.
Y diría también linterna humedecida
armónica herrumbrosa
y mendrugo de pan entre mis vértebras.
De pan-gorrión entonces mi esqueleto
mi barba con espuma mi calvicie
mi fulgurante lengua de pan-gorrión
alígera
y súbita alfarera de mañanas
que ha rodeado mi pecho de júbilo radiante.
Mi pan dije una vez (oh pan reflorecido
del vaho en las colinas)
izó luz infinita pan de gallos
que asea alta la noche los molinos
y el belfo echando azufre de un potro ingobernable.
Y vi cómo del ojo de Éluard amanecía
el ojo que ve claro pan de fuego
y de raudo aletear mi pan de río
mi gorrión-primavera mi semilla
de ese pan rutilante
pan de sol.
Pan de lumbre ganado repartido.
Pan de frente rozando el horizonte.
Pan de hermano de amigo solidario
pan de voz.
Film
Una vez a Nemo, "el ángel" le rompí la cabeza de un hondazo.
Yo tenía diez años y un corazón violento como mis malas palabras.
Y una voz agria y dura que sabía colarse en los tranvías
y dar vueltas en las barrancas de Belgrano seguida por los guardianes.
El era un niño rubio y manso dejado de la mano de Dios.
Y hasta tenía los ojos húmedos de un galgo que lame las manos del castigo.
Pactaba con medallitas de lata y se regía por una oración.
Y jamás se le ocurría pensar que a las muchachas había que poseerlas.
Pero éramos camaradas.
Yo con mi afán de romperlo todo. De socavarlo todo.
Hasta las lenguas grasosas del Río de la Plata en días de rabona.
Con mi lujosa agresividad de niño aceptada en rueda de mayores.
Con mi inocencia zumbona de pantaloncitos rotos en el traste.
Con mi alegría salvaje que tuteaba a las "señoritas".
En Echeverría y 11 de setiembre le lustraba los ojos a mi infancia.
Entre el olor y el sabor de la mañana sentada sobre mis rodillas
sacaba mi corazón y en mis manos se lo daba de comer a los gorriones.
Esto hacía gruñir a los ingleses de piernas de palo y voz de vidrios rotos.
Pero mi honda lograba frustrar el servilismo de los porteros.
y el corazón salía ileso porque era puro como la pepita de un carozo.
Entonces yo estaba enamorado de Perla White y de mi maestra de 3er. grado.
Me gustaban los ojos oscuros y las pestañas rizadas de Pola Negri.
Y tenía una novia a quien le relataba las aventuras de Sandokán.
Se llamaba Pola Morera y era linda como la estampa de un libro.
Por ella quería ser William S. Hart o el capitán de "La amenaza oculta".
A mi novia le gustaban los ojos de acero de los cowboys de las películas
y me llamaba su pequeño soldadito invasor.
Porque mi voz agria y dura dolía como una pedrada
y siempre tenía los puños listos para trizar narices.
El, con su dulzura de arcángel bajo los cornizones
en una mañana de primavera de cielo verde nube y de cartón,
yo, con mi hisopo flamígero encendiendo las mejillas de las muchachas
en una barricada de guerrillero de barrio.
Hoy Nemo "el ángel" anda por las plazas de Buenos Aires
y predica el salvacionismo con voz de Biblia y un tajo en la cabeza.
A veces se acompaña de un órgano y dice que ve a Dios sobre los árboles
y a Cristo sobre las aguas sucias del pecado con intención de lavarlas.
Pero yo sólo sé que Nemo "el ángel" es corredor de retratos.
Canción con la muerte de un sueño
I
Permitidme amigos que os cante esta mañana transparente
en que la primavera da brillo a las hojas de los arboles
y en Villa Ortuzar -mi barrio- el sol tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.
Oh, mis amigos:
Hoy que arranqué la piel de cordero de mi humildad
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis.
Un hombre que estaba adherido a la piel de cordero de mi humildad.
Estoy libre ¡libre! del sueño de los pobres.
Esa nube violenta que nos ciega los ojos
Que nos tumba sobre un camastro de algodón
y nos transforma -como a fumadores de opio- en sacos inservibles,
tirados en un fondo de mar verdoso, como buzos ahogados,
para soñar el pobre sueño de los pobres.
Le arranqué los tornillos a mi angustia. Y amo y odio.
Amo con la conciencia limpia cómo la de los niños,
Odio con la conciencia pura como la de los pájaros.
Porque me arranqué los sueños como guantes
-la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel-
y ando en cueros gritando mi alegre animalidad.
Oh, mis amigos:
Vuelvo a mis 12 años de edad turbulentos como un sueño de vagancia.
Cuando leía las aventuras de Salgari y las novelas de Julio Verne.
Y abrazaba a las muchachas para levantarles las polleras
y encenderlas de pudor ante mi audacia de capitán pirata sin turbante
ni mares que conquistar. No tenía súbditos que obedecieran,
pero tenía mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte.
Y unas ganas tremendas de amar la vida.
Y una injuria despierta -sin goznes- para el más cobarde.
Y unos puños crispados que levantaban mi corazón y mi osadía.
(Cómo cantan en mí los años de la escuela. Oh, mis amigos:
Ahora que oigo el tañido suave de una campana lejana
y su mar erizado de músicas repercute en mis tímpanos cómo en un caracol.
Ahora que los pregones de la calle
abren la piel transparente de esta mañana de primavera
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis).
Era el más osado de la clase y Armando Casafúz, mi maestro,
una vez me abrió su confianza cómo una puerta de amigo.
Ese día fumé cigarrillos de 30, conocí el puerto de Buenos Aires,
y me di un atracón de vidrieras sin pensar en romperlas.
Porque era en mí libertad el niño más feliz del mundo.
Oh, mis amigos:
Entonces yo sabía organizar las revoluciones infantiles.
Gritar: ¡Viva el socialismo! ¡Abajo los que tienen plata!
Hacerles un corte de manga a los vigilantes y a los porteros.
El pito catalán a los maestros y a los Hermanos Maristas.
Y en Cramer y Mendoza trompear a los monitores por alcahuetes,
para proveerme de sueños que me aislarán de las cuatro paredes frías de la ciudad,
y vengarme de mi cotidiana amargura:
Las vociferaciones groseras de los cocheros, los choferes, los feriantes.
Las corridas de los guardianes tuertos, o sordos, o mancos, o rengos,
en torno a las tres barrancas de Belgrano con sus héroes inmóviles,
sucios de verdín y de tiempo, donde hacían el amor las arañas,
y servían para que yo les meara con la inocencia de los ángeles.
Las vejaciones de una solterona histérica que leía a Vargas Vila
mientras yo enceraba una escalera de 50 peldaños y cantaba para aturdirme,
o rompía las vajillas en la cocina porque ansiaba partir, partir.
Oh, mis amigos:
Aunque el corazón de mi madre me defendiera como una garra,
y mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte bloquearan las ofensas más turbias.
II
Y ésta es mi Elegía, camaradas:
la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel.
Al sueño de los pobres lo arranqué con tirabuzones de aliento
y estoy de vuestra parte porque el mundo nos pertenece
bajo este sol que tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.
Nota: José Portogalo (1904-1973). Poeta, escritor y periodista nacido en Calabria (Italia); a los cuatro años lo traen a la Argentina, donde décadas después nacerá a su seudónimo. Desempeñó diversos oficios antes del llegar al periodismo, que ejerció, entre otros diarios, en "Noticias Gráficas" y "Clarín". El tango, y caminar su ciudad -Buenos Aires- fueron dos de sus grandes pasiones. "Portogalo -dijo el poeta cubano Manuel Navarro Luna- ha podido llegar, como muy pocos poetas de esta generación, a un perfecto dominio del lenguaje poético, sin que por ello su comunicación directa con el pueblo falte en ningún momento en su poesía". Citamos entre su producción poética: "Tumulto", "Destino del canto", "Mundo del acordeón", "Perduración de la fábula".
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Genial. No lo conocía.
ResponderEliminarPero genial.
Gracias, Germán.
Elena....¿viste que bueno es Portogalo?...un capo.
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