jueves, 17 de junio de 2010

Claudia Masín


El alud

Antes de que los sentidos se empañen, se acostumbren a la vida,
hay una época en la que todo lo que nos roza nos produce
un deslumbramiento, un ligero, aunque profundísimo,
temblor de regocijo y miedo: el relieve sutil, casi invisible,
de la nervadura de una hoja, las hondonadas
y canales del cuerpo de una piedra,
la vibración que deja el tacto de un ser vivo sobre la piel,
el calor irradiándose en ondas que se apagan lentamente.
Después llega el hábito, un fuego fatuo
que no sabe quemar ni tampoco guarecer a nadie del frío
con su presencia. La capacidad de sentir es suplantada
por el gesto que debería acompañar una emoción,
pero es todo lo que queda de ella,
un sedimento irreconocible de lo que alguna vez fue cierto,
de la misma manera que un coral fosilizado en el lecho marino
es lo que la vida –perfecta un día en la precisión de su tarea-
deja cuando se retira. ¿Sería necesario,
para volver a estar en el mundo, un cataclismo,
un encadenamiento de hechos que socave insidiosamente
los cimientos de la pequeña cueva que hemos construido,
sin lugar para la luz, la compañía de los otros,
haría falta un derrumbe que llegue súbitamente
y nos sorprenda? Quizás no podría ser de otra manera: el alud,
desprendido de miles de pequeños hechos y sensaciones
que hemos dejado pasar con indiferencia, cuando se desencadena
no deja nada en pie: es nuestra propia fuerza,
la del apego irrenunciable al mundo, la que retorna con él,
es la mirada, el tacto que recién empieza a conocer los objetos,
son nuestro asombro y atención transmutados en violencia,
porque apartar el cuerpo de lo que le trae felicidad,
dejar incluso de verlo, es causar una herida
en la frágil corteza del universo, mucho más sensible
que nosotros, mucho más indefenso.

(de “La plenitud”, inédito)




El regreso

¿Qué trae el padre de su largo recorrido por los campos
amplios y planos como pasillos de hospitales donde él,
médico viejo y cansado, pasea su mirada pacífica, experta,
sobre todas las cosas del mundo como si fueran suyas,
las hubiera tenido en la mano tanto tiempo
que conociera sus exactas concavidades y accidentes?
No hay nada nuevo para él, ¿pero y nosotros?
¿Preguntándonos el cómo y el porqué, desasidos como estrellas fugaces
de la generosa custodia del cielo, nosotros cómo hacemos
para mirar las cosas sin angustia, sin que nos sobre o nos falte
siempre algo: una medida quizás, cuya ausencia hace imposible
caminar sin tropezarse a cada paso?
¿Qué mirada capturó de la muerte en sus ojos, qué amor
hizo descender sobre él para después dejarlo ir,
pájaro rapaz que de un momento a otro se volvió compasivo
y desechó los restos que le eran ofrecidos,
con la magnanimidad de quien ya fue llenado, está completo?
¿Pero y nosotros, a quienes esos restos cubrirían los huesos?
No podemos pedir, ya está perdido
lo que quedaba, lo que había de más.
¿Madre, por qué no dejarme salir a los caminos, entonces?
Si no hay nada que él traiga en los brazos, ¿por qué no dejarme
ir yo misma a buscar, si ese regalo que él esconde
cuidadosamente bajo la cama es una caja vacía?
¿Qué va a ser de nosotros ahora,
si es, y siempre fue mentira que de los baúles sacaba
objetos maravillosos, que podía enseñarte a pescar peces
de aletas brillantes como una moneda al sol? ¿Si es mentira también
que con sólo raspar un carboncito contra su pecho creaba el fuego
que iluminaba la superficie curva de la tierra, la geometría perfecta de la casa,
o que a nuestros cuerpos pequeños, con sólo mirarlos,
los volvía exuberantes como si fueran plantas parásitas colmadas
por la savia de otra planta? Dame la libertad, entonces
para soltarme de esta atadura que no ata a nada,
que yo de todos modos ya lo sé: hay un cielo
como hay una tierra, hay un desorden que, extrañamente, nos cuida,
hay quien desata la peste y a veces hay cura, hay mañanas
donde vamos a ser niños una vez, una vez sola,
para poder ir tomados de la mano de él,
de él que es esa tela secándose al sol
los días de buen clima, ropa dejada por un muerto, no me mientas,
no hubo padre ni habrá.

(De “La piedra”, inédito)




Detrás de la puerta


En las noches de Marrakesh, los hombres viejos
que me llevan a recorrer la ciudad
y esperan que los guíe, terminan inexorablemente
perdidos. Tal vez sólo sé un camino,
y los demás son rodeos
que convergen en él. No tengo preguntas,
la certeza es un sitio donde me crío a mí misma,
como si yo fuera una hija mía. ¿Ves? me digo,
aquí están las imágenes de tu vida,
desfilan como en una película muda,
las películas mudas son aburridas. No importa
demasiado tu vida. ¿Ves? aquí tu casa, tus padres,
las cosas que olvidaste en las mudanzas,
no importan demasiado tus cosas. Podrías ser
cualquiera, podrías no existir, una sirena
dibujada en un libro de mitos. Escuché la historia
de un grupo de exploradores en la Antártida:
iban a vivir un año en el medio de la soledad
y el frío para estudiar la zoología, la botánica,
el clima. El barco de rescate chocó contra un témpano
mientras viajaban para llevárselos
a Europa de regreso. Pasaron inviernos enteros
en el refugio, una casita noruega que ellos mismos
habían construido en el medio
de un país de hielo. Se inventaron
una vida cotidiana, distribuyeron
las tareas y esperaron. Uno de ellos escribió
en su diario: llegué a olvidarme de que tenía un rostro.
Sólo sobrevivía para estar presente en el momento
en que un improbable barco fantasma
asomara entre las olas. Así es como todo se borra,
la propia voz, el propio cuerpo, cuando alguien
tiene que llegar hasta nosotros
y no llega. El azar es ecuánime -solías decir-
todos encontramos al menos una vez
lo que siempre hemos buscado. Ya no te creo:
el azar, por definición, es injusto. Hay
una vez, sí, pero una sola, y lo demás es el deseo
de que vuelva.

(Basado en el film homónimo de Liliana Cavani- De “la vista”, Visor, Madrid, 2002)

Nota:Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, en 1972. Es psicoanalista y escritora.
Vive desde 1990 en Buenos Aires.
Publicó los libros de poesía "Bizarría", "Geología", "la vista", "El secreto (antología 1997-2007)" y "Abrigo". Su libro “la vista” obtuvo el Premio Casa de América de España en 2002 y fue editado por Visor. En el curso de este año se publicará su nuevo libro de poemas “La plenitud”
Textos suyos han sido traducidos al francés y al portugués, y publicados en diversas antologías de Argentina y el exterior. Ha creado y coordinado, junto a artistas de diversas disciplinas, ciclos de poesía como "El pez que habla" y "La musik”. Coordina talleres de escritura desde 1998.

3 comentarios:

  1. ¡qué poeta! La profundidad, la precisión de las imágenes, el mundo que se deshace y vuelve a armarse, tan otro, en sus poemas. Me encanta, gracias, Ger.

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  2. qué placer volver a leerte claudia! dolor, profundidad, nostalgia, imágenes fuertes y precisas, todo conjugado en su medida justa. te admiro profundamente.

    y gracias a vos, germán, por este espacio imprescindible.

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  3. El recorrido estético existencial en forma de espiral...El "impacto" que puede provocar la búsqueda de "la justa visión"...Leer a Claudia Masín es revitalizar armoniosamente los sentidos, sin golpes bajos...Entrando al mismo tiempo a un amplio escenario de tenaz búsqueda de verdad.
    Mauro Viñuela.

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