lunes, 14 de junio de 2010
Jorge Estrella
SUDESTADA
Memoria que no sabe de qué color vestirse.
Región donde el misterio teje las telarañas.
Pichicito escondido.
Eco de otro eco de otro eco cada vez más lejano.
¿Había sudestada?.
Gusanos de la noche me robaron el día.
Un paisaje entre nieblas es un álbum quemado.
La canoa.
Su grito.
Pretérito paisaje de fantasmas sin norte.
Caperucita herida.
Los tábanos volando en medio de la lluvia.
Su nombre...
Los remos como dagas hundiéndose en las olas.
Nadie llega.
Inasible recuerdo que palpita hecho añicos.
El camalote sabe cuando crece el espasmo.
¿Dónde han ido los corchos?.
La novia se encamina hacia un altar con agua.
No hay silencio que aguante los embates del viento.
Los ángeles ahogados.
Las mantarrayas vuelan.
La soledad recuesta su cabeza en la almohada.
Los ceibos se retuercen.
Las tacuaras se tensan.
Un cenital alumbra la canoa y el grito.
La procesión se pierde entre paisajes
hoscos de huidos pichicitos.
El nombre...
No me acuerdo.
La hora de los juncos arrancada de cuajo.
Había sudestada.
ESTE CEMENTERIO
¿Cómo llegó aquel muerto a este cementerio?.
Son notables los ojos –es decir la mirada-
que descansa sobre las cosas
como gotas de rocío en los pétalos.
Y también la sonrisa
que sobresale de los pliegues de la mortaja
y alegra los nichos y las fosas comunes.
¿Quién lo depositó con la elegancia en ristre
y la pulcra energía que le canta a las rosas?
Yo me detengo a velo –cuando voy por mi padre-
y se me va la tarde admirando su porte.
¡Qué muerto tan gracioso, tan viril, tan enhiesto,
tan señor, tan gallardo!
Contradice a la muerte con su sola presencia
pero no resucita
porque es un muerto vivo que nos hace vivir.
Yo me baño en sus ondas como en un Atlántico
rodeado de cruces, de lápidas, de olvido.
Él vence a su contexto y nos salta en las manos
con una flor de ensueños y un poema de notas.
A veces me pregunto si, en estos tiempos raros,
la verdadera vida se hospedará en las tumbas.
Pero yo me contesto que sólo es este muerto,
este único muerto,
el que ofrece miradas como gotas de rocío.
Los demás están cómodos en sus lechos de nada
y no emiten mensajes ni da gusto mirarlos.
Son cadáveres ciertos
que se atienen a reglas propias de los cadáveres.
Mi padre, por ejemplo, ni siquiera se asoma
cuando me paro enfrente de su sólido nicho
y yo entonces recuerdo y la vida es memoria.
Pero este muerto vivo está vivo en su muerte
y, orgulloso y festivo,
se muestra como ofrenda de un festín de verano.
Es un sol entre hielos pero que no derrite
sino que se demora en dar luz y calor
y lo hace con la elegancia de un desfile de modas.
A veces tengo ganas de averiguar su nombre,
su destino, los pasos que dio para llegar a esto.
Pero prefiero anclarme frente a su mausoleo
ignorando el pasado y gozando el presente.
Me cargo de sus fuerzas, me empapo de su lumbre
y me voy por las calles largas del cementerio
rumbo a mi purgatorio
CALLE CON CIELO
La calle tiene un cielo
pegado a las espaldas de los muertos
y camino la calle
con recuerdos que olvidaré
cuando la noche nazca.
No sé por qué los pies a veces duelen
como un alma cortada a pedacitos
y camino la noche de los muertos
con un sol en las manos.
El fin está en el principio,
allí donde se encuentra lo que se escapa
y somos lo que somos
caminando el abismo
que soñamos.
Los animales están en la guarida
con el hocico lleno de nostalgias
y voy sembrando flores ya marchitas
mientras camino
la selva
de mi casa.
¿Por qué será
que siempre pierdo los anteojos
y ando a ciegas
por patios sin geranios
y me choco con todos los fantasmas
de mi futuro?
La vida tiene tumbas
escondidas
en los recodos de cada circunstancia
y caminamos
con los pies que duelen como un alma
pisando las espaldas de los muertos.
OLVIDÓ PERDERSE
Olvidó perderse y se encontró boqueando en plena calle
desnudo con un trébol florecido en el ojal de la esperanza
y la bandera de un club de fútbol flamenado a contramano.
Lo llevaron a la comisaría que está a dos cuadras del silencio
y allí le levantaron un sumario y un restario y un abecedario
y le pusieron un sello de goma en la frente cerca del cuerno izquierdo.
Más tarde lo soltaron en una celda grande como el Atlántico
y le prometieron ir a visitarlo cuando no hubiera pobreza
y los unicornios pastaran tranquilos lejos de la basura.
Se sonó la nariz por hacer algo y se quedó dormido
mientras gritaban los árboles frente a la tormenta
y Caperucita se comía un lobo asado a la parrilla.
Cuando le dio ganas de orinar soñó con un papagayo,
un loro parlachín, dos teros mudos, tres torcazas
y alivió su vejiga que albergaba un océano de espasmos y de angustias.
Después,
al darse cuenta de que su odisea se estaba convirtiendo en una ilíada,
comenzó a recordar cómo era perderse entre almohadas y madreselvas,
entre besos y lunas y alegrías, entre clavos de olor y mariposas,
se sacudió la cárcel grande que llevaba a cuestas
y se topó con el futuro que andaba mordisqueando hinojo tierno
en el borde occidental de la barranca.
NIÑO Y POTRO SALVAJE
Niño, ese potro salvaje corre más rápido
que una Ferrari
y sabe saborear el pasto
y pronunciar tu nombre.
Míralo, con la crin desafiante,
volar por encima de los girasoles de van Goh
y los toros de Picasso.
Niño, acércate a él y acarícialo con los dientes
para que escuche la oración de tu aliento.
Míralo levantar una humareda con la espuma de su orina
hasta segar los tréboles de cuatro hojas.
Niño, móntalo como después harás con la mujer de tus sueños
y llévalo a parir centauros.
Míralo cocear en dirección a los testículos
de los danzantes demonios de la noche.
Niño, muéstrale que el horizonte es infinito
y miles de millones de años
tienden un césped azul esperando su galope.
Míralo estremecer la tierra
hasta arañar las vísceras de los seres
que se ocultan más allá de las napas de agua y de petróleo.
Niño, sécale el sudor que lo baña
y déjalo hociquear en la llanura
hasta que la sangre del tiempo se coagule.
Míralo revolcarse en las espadañas
fingiendo que la vida no es un sendero
que indefectiblemente conduce a la muerte.
Niño, despídete de él
y déjalo avisorar el futuro como un vidente
que adivinara la ubicación de cada abismo
en el confín de cada barranco.
Míralo irse lentamente volviéndose para relinchar
a los cuatro vientos de la tarde vírgen.
Nota: Jorge Luis Estrella. Nació en Zárate, Provincia de Buenos Aires el 14 de Diciembre de 1944. Es poeta, narrador, dramaturgo y Licenciado en Literatura Modernas recibido en 1969 en la Universidad Nacional de Córdoba.
Ha publicado en numerosas antologías. En 1997 publicó una libreta digital a la dio el título de "El moribundo y otros
poemtos" en donde realizó una conjunción de poemas-cuentos e ilustraciones.
Fueron estrenadas sus obras "Dulce Mamá", "Turrón de almendras", "Invasiones" y "La Pulga", que obtuvo el segundo premio en el Concurso del Teatro Gral. San Martín en 1972.
En el mes de mayo de 2010 presentó su libro de poemas "Menú Ejecutivo".
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Un placer leer a este poeta y amigo.
ResponderEliminarMaravillosos tus poema Jorge, de verdad maravillosos!!!
ResponderEliminarUn abrazo y mi admiración!
Cris Chaca
Gracias, Cecilia, gracias, Cristina. Es una alegría enorme que mis textos estén aquí, en este cálido y magnífico blog.
ResponderEliminarAbrazos.
Jorge Luis Estrella