Organismo
Llegabas a las
diez
la mesa estaba puesta.
En el tendal se agitaba
nuestra ropa limpia.
Hablabamos de Kristina
y del campo. Te servía más.
De postre mandarinas.
El médico dice: -Sus pulmones
ya no funcionan-.
Como mucho le dan dos años,
lo que viven las endorfinas
en el cerebro de los enamorados.
Bailaré
por ti
En la tira de banderines
que cuelga sobre la Belgrano,
de colores corrompidos
por la lluvia,
del mes de mayo. Pesan
las
noches de Rey Momo y los
desfiles de lentejuelas,
tambores y guirnaldas,
parlantes a todo trapo,
saturados
con el viento caliente
lleno de interferencias y acoples,
ahora lisiados de
jaranas populares, de
romances veraniegos, de
arrebatos borracheros,
de
–no se le puede pedir a
nadie que te ame-.
El calendario da vuelta
la hoja en
la heladera con
almanaque, en la gomería,
en la parrilla, en la
maderera y todo indica que
–hay que irnos a la
mierda-.
El aire despioja los
árboles altos,
que se desarman en
lluvias de papel picado,
piñatas mudas sobre
el gladiador que regresa
a su casa en bicicleta
y nadie sale a su
encuentro vencido.
Mientras tanto los
banderines no se caen,
aunque haya aumentado la
yerba, y nadie pregunta por
aquellos diskettes que
se quedaron sin formato. Firmes
a la pequeña cuerda de
nylon que
los une como cotorras
analfabetas que esperan el atardecer para
volver a sus cuevas en
las grutas que enmarcan
un tramo de una ruta
cualquiera del sur.
Algo que no sé qué es no
tiene imagen y
estoy tratando de
sacarla
de todo esto.
De esta memoria de
cartera de mujer, inventariada con
amoroso descuido.
Pero lo cierto es que no
quiero que el poema me
asista en nada. Para eso
está
Cerrito, la cerveza
barata y ese
número en el celular que
vos marcás
y siempre está
a cualquier hora y corre
por vos,
y pone me gusta en todas
tus fotos de perfil.
Hay un montón de
docentes
nadie los necesita, hay
un montón de
periodistas. Nadie
necesita. Sobran los
doctores, los rubios,
los
abogados, los
verduleros, los camioneros, las
prostitutas, los
telemarketers, las morenas que sirven las
maquinitas de helado
bicolor, las hippies que
hacen pan con cebolla y
los volanteros. Lo que faltan son
sacadores de piojos,
asesinos de polillas,
sepulteros de
cucarachas. Patovicas piolas que
saquen a los chetos de
las bailantas
que entran a ver qué
onda, a mirar
a los que la mueven de
verdad.
A pensar por dentro y
comentar entre ellos
en batones floreados,
con las piernas hinchadas
y clavos en las caderas
rotas,
asomando las cataratas
de sus ojos
por las hendijas de la
persiana:
-Guau, que flash,
que loco, que bizarro,
me siento un
Pablito Lescano-.
Los chetos a la larga
son malos.
Alguien que haga que
esto que no tiene imagen
vuelva a mis manos con
esos banderines recién
tendidos al sol rojo
azul, amarillo, verde,
verde más
clarito, verde manzana
sería; con nosotros dos sacándonos fotos en
automático bajo la
llovizna para hacer un .gif; con
escritos cortos con
acciones y seguros remates; con
capelettinis de oferta y
pelis en la cama;
la carita de la Kristina
serigrafiada en
el olor del choripan que
llena de humo el aire
y hace de velo de novia
hermosa
a las luces del
escenario,
montado como el de las
campañas evangélicas en
los barrios, con
tablones ingenuos y
estructuras de caño amarillo,
con macetitas blancas
con sus potus de
plástico colgando a cada lado.
Que algo lo contenga,
que no se escape, que no se
venga abajo aunque suba
la más gorda a cantar un tango
antes de las bandas de
cumbia, el coro de niños,
el grupo de
improvisación de ancianos y
el viejo que va a
agradecer a los
centros culturales una
y otra y otra vez
y a las madres que le
hicieron el repulgue
a trescientas empanadas
de carne.
Te
prometí que te iba a encontrarte
Me gusta
el chico en cuero moreno
de la tapa del libro
prestado, me gusta.
Pasearlo en la mochila
por la Buenos Aires que
con él se pone más linda
aunque este
enquilombada, me gusta.
Y hacernos el aguante
en el tiempo lento de diez días
de paros de subte,
me gusta.
Pero no lo leo, al
pequeño encuadernado
sólo lo llevo sostenido
entre las manos,
corte estampita
para mirarlo al pibe de la tapa. Imaginarme
sus piernas fuertes,
calientes
de potrero embarrado,
de carro cirujero
empujado cuesta arriba.
Pensar en el nombre de
su novia que es el mío,
en sus manos venosas
calibre 22
y su voz de pelotas de humo
que no conoce las S
y repite que me quiere:
-te quiero loca, te quiero-
al caer tumbado porque
a su pecho lampiño de
lujos
lo abrió un chumbazo:
Pero tranquila, no pasa
nada
las balas de la
metropolitana
no entran como las de la
federal.
No le cierran la jeta a
nadie, menos
al guacho que
me dice que
me quiere banda, que
como vos no hay.
Voy a seguir insistiendo
en todo esto
que no es la foto del
libro.
Hay algo que no tiene
imagen
y se la puedo inventar
porque tampoco es la
nuestra,
aunque los dos usemos
Nike
y miremos Los Simpsons.
Voy a porfiarme,
ponerme cabeza
en todo eso
que a veces nos hace
guardarnos
y andar solos. Irnos al
sobre temprano,
emocionarnos con una de
Sin Banderas en la radio
o matarnos en las pistas cumbieras con apenas conocidos,
quebrar las rodillas
hasta abajo
y caretear los besos
agradecidos
por la birra invitada. Mientras
en el bosillo del jean
ajustado
el brip del celular
jetonea
que pronta está a la
puerta
-como lo está de todas
las cosas-
la muerte
de la bateria baja
y vieja. Que mantuvo
encendidos
todos los sms de
amor enviados
y borrados.
Incluso los que no
llegaron.
Incluso los que no eran
de amor:
Que descanses. Que
linda sos. Te armás un
fino? Hoy
no quiero fumar tanto.
Mentime
que me gusta. En 10
paso. Al final reculaste.
Decime donde
te encuentro que voy.
Estoy
por Rivadavia y
Pueyrredón
No todos desean
estar
en catálogos, ni en un
libro de historia,
ni en una libreta civil,
ni en nada de nada.
Mucho menos tener
una foto de parejita de
perfil con
35 me gusta
23 comentarios, que halagan
lo lindo que se ven
lo felices que
están.
Estamos los que deseamos
ser cualquiera
y ver nuestro nombre
dedicado
en un pasacalles; en la
remera
bajo la camiseta azul y
oro del jugador
que la descubre dos
segundos
frente a la cámara
cuando mete un gol;
o en la boca
decorosa
de un locutor contrabajo
de una am trasnochada.
Ponemos la fé
en ver nuestro nombre
como una yerra
en la puerta del baño de
una bailanta,
en la porland fresca
frente a nuestras casas,
en el margen de una hoja
Gloria,
o en el pino de la
parrilla de la cucheta:
Hundida las letras
mochas, mal talladas
en la madera blanda de
la parte de abajo
de una cama
encastrada
arriba
de otra cama.
Somos víctimas con
onda
gustosas de la espera
de dejarlo escrito
en un pecho de seda
oscura del once
moreno,
tirando a negro, negro
azabache, sería
como el del pibe de la
foto
del libro prestado que
me acompaña a pleno.
Víctimas victimarías
de querer hacer nuestro
nombre ocupa
de un pecho lampiño de lujos
a fuerza de tinta china
y agujas baratas.
En un toallón
junto a cada bandera
están pintadas
el número de copas que
cada país
consiguió pegar de la
historia del mundial:
Argentina dos
copitas.
Brasil cinco
copitas.
En ese pedazo de tela
impresa
está la información
que voy a usar
para que te apasiones
por mí
(porque hallé com
alegría que ya me estás mirando).
Vamos a conversar así:
Voy a preguntar:
-Você sabe que
Argentina ganó dois copas e Brasil cinco?
Y muy entusiasmado me
vas a contestar:
-Eu sei. Mas você sabe
que
dois de essas copas
gano com jogadores de Botafogo?
Boas noites
hablan los letreros de los colectivos
Trae por favor la noche,
las lucecitas navideñas sobre las
palmeras.
Ayudame a que esto sea un canto,
que repitan las madres en las cunas
de sus recién nacidos cuando tengan miedo
de dormir.
Con silencio terminemos la cena.
Ssssshhh, ssssshhhhh
Suave, no vayas a golpear la cuchara
contra el plato.
Salgamos andando.
Podés darme la mano, te doy permiso.
Mostrame el nombre de los árboles,
de los autos estacionados. Besémosnos.
Contame cuál es tu modelo y color
preferido:
Amarelo, preto, branco, azul, vermelho,
prata.
Chebrolet,
Nissan, Peugeot. Citroen, Renault.
Ford, Honda, Volkswagen. Recitame
el nombre de las estrellas,
para que sea nuestra charla como la
novela de las nueve.
Qué felicidad cuando algo bueno se
repite:
Los lunares en la piel de un padre,
los lunares en la piel de un hijo.
Qué alegría cuando pasa algo parecido a otro
algo que ya pasó.
porque siempre estamos extrañando, pero
ahora mejor
seamos valientes y hagamos algo que sirva
para algo.
Cualquier cosa.
¡Ya sé! Tapemos los buracos de la calle
con los huesos
de pata de vaca,
que a la tarde perfumamos con limas y hervimos
con el calor de la garrafa.
Eduquémoslos a ocupar los agujeros del
suelo
encastrándolos hermosos con nuestras
manos.
¡Los autos van a quedar agradecidos
de que cuidemos sus pasos!
Pero si los huesos no alcanzan
podemos juntar vidrios de vasos rotos
en algún festejo. Y sino encontramos
nada,
podemos caminar hasta la playa
y juntar piedras y caracoles. Esqueletos
de pescado.
Escamas iluminadas por la luna.
Escamas iluminadas por los barcos.
Escamas sin iluminar.
¡Eso para después igual! Ahora vos quedá
tranquilo,
acostémonos encima de los charcos.
Sobre la lluvia quieta entre los huecos
del mato,
para pintar sobre mí –con barro-
tu color. De verdad lo necesito.
Tu color.
Y si todavía no llovió,
volvamos a la casa y traigamos con baldes
el agua enjabonada
que brilla en el tambor del lavarropas.
Y si está desagotado
caminemos hasta la playa
y saquemos del mar
agua salada para temperar la tierra.
Podría quedarme
con uno y dedicarme:
Lavarle la ropa,
cepillarle los dientes.
Lustrarle la piel con
blem
en una gamuza muy
suave que no lo ralle.
¡Que brille como un
cerámico encerado!
¡Que sea el
tornasolado de unos lentes de sol!
Alimentarlo con las
carnes más baratas, los porotos más pesados.
Arroz blanco sacado
del fuego en el momento justo.
Esperarlo a que llegue
del trabajo
con el deseo de tomar
un baño,
para sacarle las
chinelas,
y la ropa sucia de la
construcción.
Sentarlo en una silla,
en el frente de la casa
bajo los árvores. En
el pedazo de tierra que
liberé del mato para
él.
Ponerle los pies en
una palangana con agua tibia
y con una esponja
cubrirlo con espuma de jabón.
Después con un
jarrita, enjuagarlo despacito,
ayudando con la manito
para que todo corra
y no quede nada que
arruine la belleza de su color.
¡Los hombres siempre
quieren algo
y en ellos está muy
claro!
Puedo poner flores
rojas, violetas y blancas en su almohada.
Sábanas de seda que lo
abracen si un día,
quera, ya no estoy.
Encender el ventilador
que espante los mosquitos
que traen el calor y
la noche.
Y por si eso no
alcanza, quedar a su lado besándole la espalda,
echándole aire con
palmas de cocotera,
y sirviéndole vasos de
agua fresca
que cuiden su sueño.
Ellos tienen madres
también negras, buenas suegras.
Como leonas me ofrecen
dormir a su lado,
en camas rosadas, la
siesta.
Para convencerme con
novelas y cerveja fría
que me quede con su
último cachorro libre:
El más joven, el más
hermoso, el más fuerte.
-Você pode voltar para casar com Baby.
Você pode. Você quer?-.
Al
final se me dio y amanecí negra
Preta, nega, escura, noturna.
un tronco de palmera que un bandido incendió
en un terreno fértil.
Un hermoso hematoma como cuerpo
porque la negrez es la abundancia:
El cabello más
enrolado. La carne más
dura. Los pechos engrandecidos de leche
y un tremendo bum bum
naciendo en mis espaldas, debajo de mi
pollera
sin pedir permiso
para darme la bienvenida al color que siempre
baila.
Que tiene las piernas duras de bajar y subir
el morro andando todos
los días. Todos los días más probabilidades
de meter un gol tiene
ahora la superficie de mi estuche
por negra, luminosa y brillante como
sumergida
en campos prósperos de aceite de girasol.
Y con la obscuridad en mi piel surgieron los
dones:
En los árboles que no dan flores
colgué flores de plástico.
Si el árbol no me da flores,
¡Yo le voy a dar flores al árbol!
Envolví en míos brazos
las ropas de todos,
y llevé a todas ellas para lavarlas
al frente de la casa.
En un lavarropas la ropa se lava.
En el otro la ropa se enjuaga.
Se doblan y se enroscan, se escurren,
pequeñas nubes de algodón, nylon y jean
para hacer llover .
Como no tengo broches, en tiernos alambres
de púa
pinché los vestuarios, para que no se
caigan.
Que calvario cristiano se armó sostenidas las prendas
para que no se ensucien, crucificadas.
-Ahora puedo pedirles un deseo- pensé -pero
cierto que ya estoy negra-.
Mi deseo ya estaba.
Cuando acabé,
saqué el agua con un balde
para empujar, con pequeños oleajes
inventados con escobas de pelo duro,
desde el suelo de cemento hasta el suelo de
tierra
las hojas de los árboles
y las manchas de aceite que desangraron
los autos.
En mi nuevo don también saludé a puro grito
a todos los que pasaban
levantando mios brazos, con mía sonrisa
blanca:
-Paixão de mia vida! Oi meu amor!
Apaixãonada por você estou!-
Convidé todos beber cerveza
que cobré siete reales, la de litro. Y dejé
que me invitaran a beber con ellos
los más hermosos albañiles que en mia vida
vi.
Mios amigos para siempre.
Esos que salen del trabajo y pasan por el
bar para olvidar
y poder continuar el día con alegría
como si nunca hubiesen trabajado
ni tuvieran que volver a trabajar.
Desarmar
la memoria con la mecánica misma
que se ensambló un ladrillo con
otro ladrillo en la construcción:
Una copa, otra copa.
Otra.
Una copa, sólo otra. Una más.
Esta bien, otra. Otra más.
Trajeron para mí pescados pequeños
más o menos de este tamaño:
……………………….
Sentada sobre el tronco de banqueta,
abiertas
mias piernas,
sostuve cada pez que limpié
con mío cuchillo
con mía alegría:
Abrí,
corté,
raspé
y
separé
casi como a Dios le encanta hacerlo:
lo bueno de lo
malo. Lo feo de lo
bello.
Igual todo es alimento.
En la olla hirvió lo bueno, como una sopa
perfumada en limones.
Un caldo que chuparemos con las manos,
sostendremos con las lenguas y tragaremos.
Lo malo quedará al costado de la casa
para que sean el alimento
de los gatos domésticos
que nunca se dejaron acariciar.
Esto no es apología de la negrez
pero ahora que soy negra me siento mejor.
Hasta puedo enseñar a bailar.
Antes podía pero nadie me creía.
Você
tem que escutar a música.
Escutar, escutar, escutar.
No vale espiar suyos pies.
Escucha y siente tu corazón.
Mirada al frente, sonrisa grande,
nada de espiar los pies
y así se baila:
…………………………………….
Bio:
Nació en Bahía Blanca en 1985. Es Profesora de Artes Visuales. Participó en
distintas muestras colectivas desde 2007. Publicó el poemario Tramontina (ediciones
Vox) en 2012 y participa en diferentes ciclos de lectura desde el mismo año.
Además sus poesías han sido publicadas en distintos fanzines, revistas
virtuales e impresas y en la antología 30.30 (emr).
Actualmente vive en la ciudad de Buenos Aires donde trabaja como docente en la
escuela de arte Belleza
y Felicidad en
Villa Fiorito y en distintas escuelas públicas de la ciudad; y forma parte del
grupo de becarios del Centro de Investigaciones Artísticas.