Como
en Vista al Gran Hall, Conway Castle, de Samuel Prout,
no
puedo dar final a lo que no lo tiene.
Una
cosa en otra se repite
cada
vez más gris, y lo que es claro
es
lo confuso, una niebla sutil e inamovible
entre
el Conway Castle y su arco.
Como
él, unos días lo pienso así,
y
la verdad se vuelve un salmón
saltando
fuera de la mandíbula de un oso viejo.
Otros
días, cómo él, también yo me canso de mí
y
la verdad es algo firme que se evapora lento,
como
ese helecho fuerte e invisible
que
crece arriba, contra toda voluntad,
entre
los huecos del ladrillo.
Como el Dani, en su cueva de agua, la
tortuga ve un siglo
Prometí escribir una obra por casa y comida
y no paso de la escena 2. ¿Cómo pudo
August escribir en seis meses Camino de
Damasco?
Esta obra no es para ser representada
en un teatro cozy con luz tenue
ni en el dance hall del que habla el zuko.
Tampoco es para ser leída, sus palabras
no valen mucho. Quizás ni siquiera sea
para ser mostrada. Esta obra no parece
funcionar
más allá de mis propios límites,
pero ¿cómo quieren que me expanda,
mutantes?
De
mi mente a otras mentes,
sólo porque no queda otra.
Sin correr para poner la lapicera en el
papel.
Tranqui tron, otros ya sufrieron esa
aflicción,
murmura Ms. Écrivain, desde atrás de su
platón de calabazas.
Ah, amigos, ustedes no saben... Es
como cuando Fram dijo: ella es... él es...
no es un hombre encarcelado en un cuerpo de
mujer,
es un hombre que entra y sale de un cuerpo
de mujer.
Sentí algo que ya había sentido:
A los cuartos soleados amplios absorbentes
va el tronar de los monstruos.
Una alarma estremece a todo el barrio.
Como el Dani, en su cueva de agua, la
tortuga ve un siglo.
Y el turco le dijo: ¿pero qué hay en el
hueco?
Claro, si sale hombre, tiene que entrar
algo, o quedar eso vacío.
La mujer que el hombre no le entró, ¿queda
vacía, Fram?
A la calle baja el silencio de los cuartos,
de los búmetros que estallan en volumen
cero,
de esos fosforescentes resplandores débiles
se cubren los cabellos húmedos, brillosos
de una mujer dormida en celo improductivo
Hasta la calle baja el silencio de las
casas
y de las avenidas a los edificios
se filtra el gran silencio de los autos
guardados:
un patrullero lleno de hojas secas y
húmedas.
Finalmente responde Ms. Écrivain
con otra pregunta:
¿pueden entrar dos almas en un cuerpo?
Triple halo blanco azul y rojo de la luna
que estuvo llena hace dos días
y ahora mengua.
Al oído de nosotros llega el zumbido del
mosquito
que gira sobre sí mismo y sube
el humo de los cigarros se compacta de a
poco entre las molduras de este casco viejo
y sale
en una fila ululante hasta la pequeña
rendija
que el vasito de Marian sostiene,
con su vino.
¿Quién se debate en una idea inmortal?
¿Quién está ahora pensando en el momento en
que se detienen
todos los derroches?
Suena suave sobre las melodías el slide de
Richard Co.
de a poco suben los volúmenes
de nuestras percepciones,
del crujido de la laca de una puerta que se
desmembrana
y ya hemos pasado la atención al golpe
grotesco
de las ramas que se chocan en los cables.
Silvestre la noche eyecta sus pájaros de
árbol a árbol.
Mati me aconsejaría que me fije en el cero,
habitaría el vacío y lo contemplaría,
muy hermoso, cierra todo, ¿pero para qué?
Dani me aconsejaría que mejor lo olvide,
¿pero para qué?
Yo les diría hoy que las dos almas son una
expresión de la misma cosa,
y argumentaría que pudieran ser un bucle,
o un reflejo, ¿pero para qué?
La luna se descompacta de su imantada
redondez
y cranean todos la respuesta en el silencio
¿pueden entrar dos almas en un cuerpo?
y entonces
tímidamente
apegada a su birrita,
como si tuviera quince años
y habiendo pasado algo muy cercano a un
segundo,
la Gurí respondió:
apretadas.
Es un gran día para Hoja de Trabajo.
Lee, sobre el tablado, Ashbery su recital.
Decenas de caras parecen haber pactado
escucharlo.
Ojos como flechas al pecho del que habla.
Los primeros versos parecen penetrarlos,
entra el sentido, afligido, en sus
expresiones.
Cuchillo de sílabas, manteca de conceptos.
Hasta que uno en particular, acodado en la
barra, tose,
incómodo por el humo de los cigarros,
y otro, de aspecto jocoso, gay, se acomoda
en su silla.
Empiezan a mirarse chicos y chicas
y se empapan todos de una fiesta hormonal.
De repente, sin que nadie lo note, el
lector ha enloquecido.
Rebotan ideas y sonidos en las paredes
viejas.
Nada más que cascotes que se descascara.
Y como agarrando las sílabas desperdiciadas
por el lector,
crece rápido el murmullo en la habitación.
En un tren de pensamiento invisible, se ha
parado
y ahora chilla en voz alta su canción
interior.
Se detiene. Esto es casi casi un instante.
Nada queda en los cráneos huecos,
ni de él, ni de ellos,
que ahora de nuevo lo contemplan
y actúan como partes de un gran espectáculo
superior a ellos, y que los contiene.
Arropados, respiran todos la colonia
repugnante del genio
y al unísono se levantan.
Se abren de par en par los brazos
y el público aplaude, "Bien,
¡Bravo!",
y reclama la victoria del poema
que ya descansa en su propio lugar:
pisoteado, junto a los pegotes de cerveza
Hola Marie,
llamo para describirte este sueño
y que no se me olvide
porque recién me acabo de despertar.
Bueno, en verdad no llamo, sino que
escribo.
Hace poco soñé que Aldo vivía en una ciudad
paralela
que estaba en las nubes,
pero no en las nubes de ficción,
sino en las terrazas de todos los
edificios,
que se conectaban entre sí con túneles y
pasarelas.
Enormes jardines... ¿cómo sería lo
contrario de colgantes?
¿surgentes?
Enormes jardines surgentes desde el
subsuelo suburbano
hacían de esa ciudad una "ciudad
verde".
Desde entonces, casi todos mis sueños
transcurren en este escenario.
Las chicas aman a los chicos que viven en
la ciudad de las nubes,
y eso vos lo sabés bien.
Tarde es de noche en la ciudad de las nubes
y nunca se cansan sus habitantes de vagar
por las pasarelas.
En este sueño de hoy, más allá de la
maqueta,
estabas vos caminando sola
por una pasarela poco iluminada
que no había visto nunca antes.
Tenías la piel grasa y algún granito,
los ojos saltones de siempre y una gorrita.
Apretabas con una chica, de la que te
deshacías
tirandolá al vacío de la ciudad de las
nubes.
No es que hubiera pasado algo.
La chica era linda, pero vos no sabías qué
querías de ella.
Después que la tiraste, te pusiste la
gorrita para atrás,
y te sentiste sola, porque estabas sola.
A medida que arrastrabas tus pies
alejándote del callejón
parecías irte preguntando esas preguntas
que sólo una mente que funciona en verso
puede generar
como
¿quién resuelve este debate inmortal?
o
en las precisiones despojadas de ilusión,
¿quién vive?
Preguntas que vienen repetidas de otras
mentes
y que ocupan espacio en la tuya
que acaba de decidir tirar al vacío a una
chica hermosa,
con futuro, que sólo quería un poco de
aventura
entre las calles oscuras de la ciudad de
las nubes.
Bajaste unas escaleritas y te sentaste en
el tercer escalón
como esperando el autobús espacial.
Se te sentía roer una inquietud más grosa,
pero como no te conozco tanto en la vida
real
creo que tampoco pude adivinar qué te
pasaba en el sueño.
A veces me apeno, Marie,
realmente me hubiese gustado ayudarte.
Decirte que esa chica que tiraste al vacío,
que está todo bien, que es sólo un sueño
mío,
y encima un sueño mío,
que no te preocupes,
que en el debate inmortal estamos todos,
pero no pude hablarte en el sueño.
Había un murmullo de metal
entre tu cara dada vuelta
y el ojo espía de mi sueño.
Me acerco lo más posible,
voy a tocarte un hombro y ser simple, me
digo,
nada, eso: hola... ¿Marie? ¿Cómo estás?
te
noté preocupada y pasé a saludar...
Tirito de frío y nervios. De nervios,
porque voy a hablarte y descubrir
nuevos rincones de tu pensamiento,
pienso, un poco despierto ya. De frío,
porque parece que empieza a amanecer
y ya empezó el otoño en el plenilunio.
Soy todo un hombre valeroso.
Te toco el hombro.
Te das vuelta.
De tus ojos saltones, sólo queda la sombra.
De la mandíbula, que roía esa cuestión
inmortal,
sólo algunos harapos quedan, unos hilos de
carne y baba
que parecen destrozados por una especie de
bruxismo alienígena.
Los dedos derritiéndose como queso cheddar
en una hamburguesa de Mac,
y bajo la gorra, el poco pelo, crespo,
como intentando volar.
Creí
que ibas a darme un beso,
así que me alejé del miedo,
y le pifié el paso a la pasarela,
y me uní a la chica con la que transabas.
Me acordé en ese momento del sueño,
cuando caía,
de la parte que Fram resaltó de tu poema,
la del diagrama de Benn.
Yo no creo, amiga Marie, que puedas usar
matemáticas tan simples
para describir tus sentimientos.
Si te interesa, allá abajo, en la otra
ciudad,
podemos aprender astrofísica, ecuaciones
diferenciales,
y quizás así podamos comprender mejor las
emociones
que nos llevan a escribir estos poemas.
Todo eso parecía gritarte
después de pifiar el paso
y caer hacia el vacío
Atontado,
destapado,
despierto.
Bio: Nació en Tunuyán, Mendoza. Traductor y editor, publicó Finca (Colección Chapita, 2010), Miniaturas (Neutrinos, 2013), El recital de Ashbery (Hoja de trabajo, 2014), La Montaña (Fadel&Fadel, 2014) y las traducciones de Su Tung P'o Viñas desmoronadas (Colección Chapita, 2012), Las flores de más, de Baudelaire (Colección Chapita, 2013) y "A"-12 de Louis Zukofsky (Fadel&Fadel, 2015). Participó de la antología 30.30 (emr, 2013). Codirigió la editorial Colección Chapita junto a Daniel Durand y Matías Heer y formó parte de la curadoría de Embalse, gimnasio de poesía. Actualmente desarrolla su propio proyecto editorial, Fadel&Fadel, además de trabajar como traductor y diseñador editorial para distintos medios gráficos.