martes, 20 de marzo de 2018

Sofía de la Vega







 Iceberg

Estoy hablando por teléfono con un amigo que vive
a 1200 km de mi casa. Me cuenta que no sabe nada
sobre las piedras pero  piensa coleccionar
los dientes de leche de sus hijos. Por el teléfono escucho ruidos de bar,
él dice que es un bar de día, la gente toma café, no whisky.
Siento los sonidos de una mesa de pool y mujeres
riendo como si fuera la 1 de la mañana y son las 6
de la tarde. En el lugar donde vivo casi siempre se cumplen
las 12 horas de luz y 12 de oscuridad. En verano amanece
antes pero no somos como Islandia donde hay días enteros
luminosos o negros. Le cuento que estoy interesada
en las pinturas de icebergs. Mi curiosidad empezó con un novio
que pintaba cuadros de 15x15 donde los hielos eran rosados
y lilas, a veces también celestes. Eso lo hacía especial.
No tengo fotos de él porque su cara es un gran hielo
en mi memoria. El único hielo que me gusta
es el que pongo para enfriar el té, se ríe
mi amigo. El té es agua sucia dicen los médicos nutricionistas
pero llega una edad en que la leche te hace doler
la panza. Nunca entendí porque las cosas  que nos hacen bien
de chicos son malas de grandes. Es como si
fueramos mini personas y después personas grandes distintas,
por eso se puede aprender cualquier idioma
hasta los seis años. Después no podemos pronunciar:
Un oiseau né en cage pense que voler est une maladi
Me gustan los icebergs porque fueron gotas
de lluvia o algo así y después se volvieron gigantes donde
está el futuro del agua potable. Quizás
ese amor veía el futuro y el congelamiento de las cosas
que se unen como fotos de vacaciones en la playa.
La imagen de mujeres riendo en el billar, también, quieta
y el sonido de la porcelana que choca mientras mi amigo
me pregunta si estoy por tomar té de vuelta
por el silbido largo  de la pava.



Iceberg imaginario

Estoy mandándole un mail a un amigo. Me distraigo 
y veo trailers de películas. No soy buena con la tecnología
siempre tengo miedo que todo se llene de virus
entonces me tengo que conformar con Netflix
o YouTube. Veo un video hermoso de una película
que se llama Reaching for the moon en ingles pero en español
tiene un nombre mucho mejor: Flores raras.
Es sobre la relación de la poeta Elizabeth Bishop con una mujer 
brasileña y arquitecta. Me gusta mucho el poema
Iceberg imaginario de Bishop y no podía imaginar que haya vivido
en Brasil. Es como si se hubiera armado una casa de cristal
para escribir sobre paisajes helados cuando afuera hacían 35 grados.
Me pregunto si el poema y ese estado de fijación con el gigante de hielo
fue anterior o posterior a su amor. Uno de los primeros poemas
que escribí se llamó Hombre de hielo, era sobre un chico
que no me hablaba y que en realidad nunca quise. Bishop dice que es mejor 
ser iceberg que barco, aunque ello signifique el fin del viaje.
Esto no lo dice ningún poeta pero es más fácil inventar
que no tenés sentimientos a inventar que los tenés
cuando no los tenés. Ese amor que veía el congelamiento
de las cosas es el iceberg fijo en mi memoria,
es el cruce de Nueva York a Brasil, es mi curva.
Bishop tiene otro poema que habla del arte de perder,
en el verso final grita entre paréntesis ¡escríbelo!
y escribo lo que perdí en ese gesto que amo.
Las fotos que no nos pasamos, el pelo de nuestros perros,
el libro que le regalé y empezó a leer,
las gomitas duras al fondo de la mochila,
la pintura de un paisaje pequeño y gris
que no es un iceberg.
La cama que sigue destendida
y no es de ninguna de nuestras casas.




Soy una de las zorritas que estropean las uvas

I

Hace días llueve y sale el sol
como un ciclo cósmico imparable.
Salgo de casa para comprar lechuga y tomate
porque tengo carne y unas hamburguesas.
Alrededor, la fauna se expande y con un sonido imperceptible
todo comienza a crecer,
reproducirse en pleno centro de la ciudad.
Piso a todo lo que me bordea
y se mete en mi camino.
Soy una de las zorritas que estropean las uvas,
quedan restos violetas y rojos en mi boca,
blanca despúes de comerlas
y avanzo, porque la ebullición sigue.
La gente está de ojotas y su piel es verde,
son animales de otro corral.
Caminan con la mirada hacia abajo 
y cruzan mal la calle a pesar de que hay muchos autos.
Cada vez que llego a la verdulería miro al costado
esperando ver tus pies por debajo de la cortina de plástico.
Tus piernas son macizas y fuertes, aparentan una vida deportista
que nunca tuviste.
Soy una de las zorritas que estropean las uvas,
melosa huelo tu pelo en mi mente
y llego a casa.
II

Todo lo que tienes que hacer,
Zorrita, está en ese papel:
sonreí siempre aunque tus dientes estén sucios
pintate las uñas aunque las patas te pesen
sé siempre muy complaciente.
A nadie le gustan las zorritas que estropean las uvas,
manchan todo y crean un caos.
¿Acaso no te diste cuenta lo que pasa cada vez que te movés?
Deberías quedarte en casa o ir al supermercado
deberías acicalarte el pelo
deberías tener olor a lavanda.
La vida es un deber para las zorritas no un derecho.
Deberías saberlo.
Tus caminatas se extienden cada vez más,
en realidad corrés y ganás espacio.
Sos un tornado con algún nombre precioso de mujer,
¿será, Zorrita, que la naturaleza nunca es masculina?
Sigue creciendo todo a tu paso,
crees que ya llegaste al tope, al vacío,
pero eso no llega ni va a llegar.
Sabés que podés meterte en los campos,
robar a esos personajes verdes toda su fruta
y también su amor.
Eso no tenías que hacer,
no estaba en el papel.




Supernova
Desde su terraza en la ciudad de Rosario,
Busso observa a través del telescopio
un punto negro en su cámara nueva.
La limpia pero cada vez el punto se hace más grande
y la forma de una medusa espacial
se agigante en colores metalizados.
La supernova es una explosión estelar,
le cuenta a su mujer mientras lava los platos.
Manda a sus amigos astrónomos la información
pero todos están en un avistaje de ovnis en Capilla del monte.
Logra comunicarse con otro aficionado
y le ratifica lo que él pensaba.
Busso es el primer ser humano
que logra asistir al velorio de una estrella gigante.
¿Cuántos años habrán pasado desde que esa estrella murió?
La cerrajería de Busso se llama Halley,
se arrepiente porque es un nombre cliché,
sabe que hay estrellas y cometas mucho más interesantes.
Las supernovas tienen solo nombres de números:
1054, 2005, 1181, 165, 2016, 1897, 1604.
Busso tiene en su terraza un dibujo de Galileo Galileo
Enmarcado junto a las fotos de sus hijos.
Galileo usó para sus investigaciones la supernova 1604
para demostrar que el cielo cambia

que nada permanece a lo largo del tiempo.
Cuando todo parece estar a millones de años
y a millones de kilometros
una luz celeste en el cielo nos hace pensar que somos uno,
todos los que vemos el espacio cuando apagamos las luces.
Busso le dice por teléfono a un científico de Harvard
que hay cosas que no cambian
como mirar al cielo antes de dormir.

Bio:  Nació en San Miguel de Tucumán, en la provincia de Tucumán en 1993. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Tucumán. Es organizadora del Festival Internacional de Literatura Tucumán (FILT). Trabajó como editora en Culiquitaca Ediciones, actualmente, está trabajando en la edición y prólogo de la obra reunida de Inés Aráoz. Es parte de la Antología Jardín 16 (Minibuses, 2016) y Fanzine (Almadegoma ediciones, 2016). Publicó la plaqueta Encuentro Latinoamericano de Lengua de Señas y Sordos (Charqui Ediciones, 2016). Participó de la residencia para poetas jóvenes en el Festival Internacional de Poesía de Rosario (FIPR) en el 2017.