martes, 27 de abril de 2010
Carlos J. Aldazábal
Las cantinitas
a Dante Sepúlveda y Álvaro Urrutia
Aquí
el mar ha regalado
una ocasión.
En la calle Torres
desfilan perros
y la noche pasea por carteles
de neón
en desuso.
Hay una luz en una puerta:
promesa de pecado y aventura.
Al frente,
tailandeses despistados
hacen de la memoria
un laberinto.
Y ahí están los poetas,
testigos del despiste,
celebrando en cornalitos
la amistad que surfea
en la cerveza
sobre el viento tembloroso
en la puerta
de la casa amarilla:
en esa brisa la libertad y la constatación
de un paraíso inalcanzable.
El ojo y el jilguero
Probablemente el ojo se equivoque
al demorarse.
Cada demora implica una condena,
la densa oscuridad que forma un círculo
para esa ventana inconsistente.
El jilguero no es cuervo y sin embargo asusta:
porque calla se puede tolerar su presencia,
porque canta se suele celebrar su silencio:
cada nota lastima.
El jilguero en el monte adensa la mañana,
estatua insospechada mueve en la sombra
los hilos de ese cuerpo y su pico es un dardo,
una saeta.
Probablemente el ojo lagrimee
cuando el jilguero le devuelva la noche.
Amelia Biagioni me habla por teléfono
Hoy no hay alfombras para Amelia.
Pero su voz me visitó de pronto
aletargando el sueño.
Ese viento feliz me permitió su imagen:
su lento deambular de diana cazadora
detrás de la sonrisa y el poema.
¿Cómo salgo de aquí para encontrarla, Amelia y su jazmín
en su alfombra encantada, en su hilito de voz,
temerosa y lunar, hilanderita, preocupada en llamar, en acordarse,
aunque tema salir a la vereda por los lobos del mundo
y prefiera quedarse visitando de lejos?
Que no me corte.
Que la muerte se olvide de nosotros.
Que el tiempo se congele para siempre.
Las mascotas
La blanca tenía la lengua triste,
con esa tristeza de perro chico
que se siente impotente
para engullir las manos de los asesinos.
La negra era un dragón
con pinchos en la espalda
que solía mirar por el vidrio
con la ternura de un Cristo,
de un Gandhi eterno,
portador de una melancolía nueva,
inadmisible.
(Cruzando la frontera vivía un oso,
sobreviviente estéril de una raza mágica
encargada de custodiar al que dormía
en cuna de mimbre trenzada por el tiempo.)
La negra cultivaba el respeto
por su madre
y la blanca enseñaba los tesoros ratones
a su hijastra
y en las noches de ánimas errantes
se juntaban en un dúo de lamentos
antes de la danza
en torno de la piedra.
(Cuentan que el oso cayó prisionero
de un cazador de animales ordinarios
y terminó en cobertor
de cuna de mimbre trenzada por el tiempo.)
Yo escarbé en la ausencia
cuando en diciembre vino la emboscada
y una guadaña roja se clavó en la frente
de la negra
y una guadaña ciega cercenó la tristeza
de la blanca
y la parca reía
y todo el mundo hablando sobre el alma
que es cosa de los hombres
y yo sin comprenderlos
y encima este recuerdo que me escarba las sienes
y todavía nada.
La higuera
Cuando el argumento lo exigía
yo era el que despertaba a los fantasmas
y llamaba a los ovnis
para viajar en el torrente sanguíneo
de lo absurdo.
Las runas se trazaban
sobre las axilas,
las esquinas de los barrios
que escondían duendes ostrogodos,
y así la invocación surtía efecto.
La higuera era el buque pirata
que conducía a la selva del fondo,
máquina del tiempo que me acercaba
al dinosaurio perro
que me mordió una tarde
y terminó ahorcado por el vecino,
el malo de la jungla
al que yo bombardeaba
con piedras de Hiroshima
para reírme de la radioactividad
que se elevaba
sobre el tejado de sus cejas.
Cierto día el buque se hundió:
mamá decidió parquizar el fondo
y eliminar las malezas
que afeaban las fuentes de las ninfas,
seres de yeso
que se comieron la tierra de las parras
y confabularon con el vecino
para terminar con mi reinado
sobre la higuera.
Nota: C. J. Aldazábal (Salta, 1974) publicó los poemarios La soberbia del monje (1996, subsidio de la Fundación Antorchas), Por qué queremos ser Quevedo (1999), Nadie enduela su voz como plegaria (2003) y Heredarás la tierra (2007). Entre otros, obtuvo el Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación y el Primer Premio del Segundo Concurso "Identidad, de las huellas a la palabra", organizado por Abuelas de Plaza de Mayo. Es Magíster en Comunicación y Cultura (Universidad de Buenos Aires) y periodista cultural.
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