sábado, 10 de abril de 2010
osvaldo aguirre
rio de un cardenal
1.
Entre las hojas oscuras
de la enredadera
el cardenal mostró
el color más vivo
del atardecer.
2.
El cardenal anda
lo más tranquilo:
no hay chicos
que lo corran.
3.
Le das maíz,
y viene.
El cardenal
ya entiende:
encuentra,
entre nosotros,
su hogar.
4.
Quién sabe
por dónde,
pero ha entrado
a la pieza.
También yo
me asusto
y golpeo, ciego,
contra los vidrios
y busco salir.
5.
Las gallinas
lo quieren picar.
Y tenés miedo
por el gato,
que finge dormir
cuando campanea
la siesta del cardenal
en la enredadera.
6.
Es lo hermoso,
decís, lo hermoso:
el rojo más vivo
en la cabecita
y el pecho,
como una medalla.
Inmóvil, oculto
tras una chapa,
uno no se cansa
nunca de mirar.
7.
Ya entendemos:
en el cardenal,
en el rojo solar
para siempre
encendido,
late
el hogar.
La persecución
El gran error del Negro
fue pasar la noche
en el pueblo. No dijo
una palabra, nada,
pero lo afligido.
¿Cómo?
Los galgos lo siguieron
y aunque extrañaban
dejaron sin guardia
la casa. A la mañana
esperaba una desgracia:
alguna gallina menos,
la comadreja adentro
con pichones, el almácigo
dañado, pero jamás
de los jamases el padrillo
perdido ni las chanchas
en un charco de sangre.
Los perros que crecían
salvajes en las taperas
las habían liquidado
-las crías se salvaron
porque los maíces
y Dios es grande.
Furioso por la carnicería
que hacían de las hembras
el padrillo destrozó
a uno de los cimarrones
-y el Negro encontró
la cabeza por un lado
y las patas y el resto-
pero estaba herido
y lo superaban en número.
Los vecinos vieron
que salía como escupida
por el campo: nada
del otro mundo, ojo,
porque era costumbre
que los animales del Negro
buscaran la comida
sueltos en el camino.
Ese padrillo era,
decían, más malo
que la peste: una bestia
de 200 kilos, y para peor
enardecida por el chillido
de las chanchas, su sangre,
y para peor que desconocía
más allá de la chacra.
La voz de alarma corrió
con el Negro, que quería
seguir el rastro y de paso,
con la escopeta y los galgos,
barrer con los perros salvajes
que se le pusieran delante.
Así andaba del camino
del Consejo a la escuela
de Campo Albornoz
y en ese radio no pasaba
un día sin noticias
del padrillo: hacía
un desquicio en la soja,
llegaba medio muerto
al molino de una casa,
una señora lo topaba
cuando colgaba la ropa.
Pero siempre tenía
la forma de escapar
antes que el Negro
y la gente que ayudaba,
porque a esa altura,
después de una semana
de martes 13, desastres
y sustos, esa bestia
suelta era un peligro
para cualquiera.
Había que ver: iban
y venían con una jaula,
maíces para invitarlo,
palos y perros de todo
tamaño. Al final
lo rodearon en una laguna,
tan rendido de cansancio
que se dejó llevar
de lo más manso.
Nota:Osvaldo Aguirre (1964) estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Publicó los libros de poemas Las vueltas del camino (1992), Al fuego (1994), Narraciones extraordinarias (1999), El General (2000), Ningún nombre (2005) y Lengua natal (2007); las novelas La deriva (1996), Estrella del Norte (1998) y Graffiti Ninja (en colaboración, 2007); los libros de cuentos La noche del gato de angora (2006) y Rocanrol (2006, premio Fondo Nacional de las Artes); las investigaciones periodísticas Historias de la mafia en la Argentina (2000), Enemigos públicos. Los más buscados en la historia criminal argentina (2003; Finalista del premio Rodolfo Walsh. Semana Negra de Gijón) y La pandilla salvaje. Butch Cassidy en la Patagonia (2004); los libros de crónicas Los pasos de la memoria (1996) y La Chicago argentina (2006); un volumen de notas y entrevistas sobre la literatura de Jujuy, El margen, el centro (2006) y un libro de relatos de no ficción, Notas en un diario (2006, premio Ciudad de Rosario). Editó las obras poéticas de Arturo Fruttero y Felipe Aldana. Desde 1993 trabaja como periodista en el diario La Capital, de Rosario. Colabora en diversos medios periodísticos y publicaciones culturales.
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