viernes, 14 de mayo de 2010
Tomás Watkins
YO BEBO
inciertos caminos persigo
alfombra de espinos mis días
vacías estepas mis horas
sin vino
(Roberto Mariani)
yo bebo
así me encuentra la noche
bebiendo
bebo
ya se fue la luz del día
me contenta saber
tu nombre y este miedo
bebo
mi hígado tiene el tamaño del mundo
es el vino
lo que te mata y te hace más fuerte
bebo esta noche sin hielo
esperando
bebo sobre todo
sillas lanas
en cuartos de hotel
para olvidar o recordarte
bebo
el sabor me hace pensar
en el vino de Li Po
que jamás probaré
bebo
placer efímero
con tantas cosas que hacer
bebo porque sí
no golpeo el mentón del creyente
yo bebo
déjenme en la realidad del vaso
bebo
hay una mina de oro
ahora
no mañana
bebo
el vaso tiene miedo a la muerte
que acecha en el piso
bebo
un Gato Negro baila en mi estómago
dejando rastros
bebo
regreso a la plaza Ministro González
el tiempo vela
mis reliquias
bebo mientras orino
el baño asiste al acontecimiento
soy la antena
de un mundo líquido
bebo y pienso
una mujer alojada en la memoria
es un arma celosa
bebo
llegan visitas
dormir es para quienes lo merecen
bebo
revuelven la biblioteca
están despiertos
no saben del infierno
de la vigilia
bebo
bebo y ellos no dejan de venir
están en su derecho
les debo este abismo
bebo tu nombre
tiemblo
me embriago de angustia
contra el pronóstico
no llueve
bebo
el espejo se burla
llamándome
no vengas a verme
siento vergüenza
bebo con Li Po con Bukowski
con los otros que no beben tanto
y se indignan
todos en su sitio
cada uno
con sus fantasmas
bebo con mi colección de poetas altos
–es frívolo
dijiste
no sé qué esperabas de mí
y de lo que fue dejando la noche
bebo
siento el caer de los imperios
no es tan importante
como estas nuevas ganas
de ir al baño
bebo
ahora llueve
pienso en camas que se enfrían
más allá de esta ventana
bebo
hay tormenta
y otra mayor
dentro
bebo
huelo restos de otro vaso nocturno
es un incienso escuálido
propiciando alguna muerte
bebo
escucho el tañido de campanas
no me siento solo
todavía tengo el vaso en la mano
bebo
pero deseo beber la lluvia
gotas de redención
para un domingo olvidado
bebo
nada es permanente en la vida
ahora
esta sensación
del líquido en la boca
bebo
las bestias buscan refugio
otro día empieza
y estoy
vivo
silencio
tengo ganas de gritar
el vino se acabó
voy a dormir
para soñar una bodega
que lleve mi apellido
bebo
luego existo
ésa es
mi única certeza
VENDAS & GASAS
2004,
creo que ahí comienza
todo:
los viajes, el frío,
el vino. Los golpes
a uno mismo
dado
vuelta. Las manos rotas,
temblando, el pie sangra
y la jefa de guardia me grita,
–borracho,
con los casos serios
que hay.
Comienza de pibe
con perros que te muerden,
con laderas rojas de bardas
donde nos tirábamos
sentados en cartones,
la risa desbocada
y la mente haciéndose agua.
Más tarde empecé a robar
nostalgia a las tardes, al cine,
a libros que leía por única vez
y perdía.
Pocos años de vida y se veía venir,
tanta sed de cosas rápidas,
el alcohol esperando
ahí afuera.
Y la plata para las vendas,
y la plata para el cartel
que rompí a trompadas
una noche de whisky.
Entonces el juzgado,
de testigo, de acusado,
víctima siempre
y la doctora que no logra
mi redención.
Ella y sus piernas,
sus pechos enormes,
masticando chicle
jurídicamente.
Me aconsejaron
que no la deje
hasta que todo se calme;
no pude hacerlo.
Debe haber empezado
aquella tarde
cuando no llamé a mi viejo
para el cumpleaños.
Dos días más tarde
lloré.
Por la inclemencia,
el tiempo perdido.
Mi viejo trajo ese libro
con un cuento para cada día del año,
nos leía al Pablito y a mí
[Belcebú lo tenga en la gloria,
se fue a una ciudad colorada
a vender algo
y lo vendió todo];
jugábamos al fútbol y leíamos,
qué magia de pibes.
Salvo el Luigi:
años después
apareció de milico
al que le pesa la camiseta,
nos dijo –qué bueno verlos,
dejen de fumar,
hay chicos.
Ahora que lo pienso
estaba Sofía,
aquella chica implicada
en mis primeros cigarrillos.
Cuando mis viejos me preguntaron
dije
que ya era tarde.
Teníamos viento,
a veces silencio.
15 verdes años:
ella
eligió.
O empezó cuando Aylén dijo
que los poetas somos
un poco más lentos,
aquella tarde lluviosa
que perdí mis palabras
tratando de armarle el corpiño.
Ahora cambió el discurso
y cría a su hija
lejos del pibe que la golpeaba,
que también mordió a Delfina
en la frente y una vez
me gritó –¡no te metas
en mi vida!
Debí romperle la cara,
estábamos justo
enfrente de la farmacia
donde me conocen.
Son cosas que pesan
por no ser santos, por guardar
la intención y el deseo
para un momento ideal.
[En el libro de ese pibe
decía
“matar: quitar la posibilidad
de las miserias y conquistas,
de lidiar con la resaca,
la oportunidad.”
Una mierda, la crónica.]
Cuando pasa tiempo y no veo
a este sujeto fascinante y violento
me siento intranquilo;
pienso en la nueva víctima,
en su casa,
los seres queridos.
No empezó ahí, es cierto,
pero la Biblioteca fue mi faro,
un pararrayos, el manantial.
Las socias se acercaban salvajes
en la escasez de la tarde
y reían.
¿Qué fue de la gordita con trenzas
que batió el récord
de permanencia en sala?
¿y de las otras dos,
en eterna maniobra?
¿De qué se reían?
Ahora las cosas cambiaron
pero ellas siguen frescas,
en estación,
como en un poema
de otro.
Los viajes trajeron
de nuevo el aire fresco
que reinaba en la plaza,
cuando creía que el mundo
era hacer goles.
Viajar es bueno, una vez
miré a una mujer a los ojos
y me vi mirando a otra mujer a los ojos,
en otro lugar, no hace tanto.
Alguna de ellas me dijo
–tenés talento
para los finales. El viaje hace bien,
y olvidar.
Después la vuelta, tener que volver
con frío, calor,
película o baño.
Chatarra,
chatarra en los pueblos del regreso,
chatarra somos
aguantando el peso
de la cara oxidada.
Escribo mientras la gente
se va quedando dormida;
los colectivos tienen luces
dentro y fuera.
Escribo porque ahora no tengo
las manos vendadas,
estoy en paz.
No puedo recordar
tantos viajes, tal vez lleve
fragmentos, esquirlas,
dos líneas, el vino inconstante,
las señoras inmortales
leyendo poemitas
para sus nietos, egoístas.
Y el calor, la humedad,
lluvias torrenciales y uno siempre
distinto en los recuerdos,
en las cosas que dejamos
o no tenemos
y el clima de a poco
se mete en las letras.
“Siempre la misma cantinera,
siempre la misma canción”
en el anfiteatro donde aterricé
de cabeza y le dije a una mujer
que no estaba en oferta;
di un paso en falso
desafiando la noche:
el pasto y los vidrios
en mis dedos.
Vendas & gasas,
barata la caída,
un clavado sin agua
para complacer al mareo.
–Cuidate, la garganta es débil
me dijo mi viejo.
Pelado, me hubieras visto,
tan prolijo venía
con los codos morados
de sangre, de vino,
de noche en el piso
y la agüita, el rocío
en la espalda del Seba
con raíz en el pasto.
Vuelvo en forma de prosa, –¡Ja!
dijo ella, –¡vos no podés
volver en forma de prosa!
Pero vine,
vine en forma de prosa
y escribo la sangre de mis amigos
que no puedo traerme;
escribo la muerte de las mujeres
de mis amigos que no puedo traerme;
escribo el recuerdo
de las mujeres muertas
cuyas manos siguen cubriendo
a mis amigos que no puedo traerme;
en Chile o en Bahía Blanca,
de poesía o de cáncer,
la muerte nos muerde los labios
cada vez que amamos
el vino, el vodka, la birra de Ale
y el idiota que dijo –¡porro! bien fuerte
para que no fumemos más,
y callemos.
Debió comenzar
de un momento a otro,
tortura o suerte;
pero debe terminar.
Se cansan las ventanas,
los cordones, las salas de espera
de consultorios blancos.
Hoy no soy más grande, no he cambiado,
me voy a cortar el pelo
y aprendí cuánto tarda
en curar cada herida:
la de los pies
molesta tanto
que no podés escapar;
la de las manos
siente vergüenza.
Hay otra,
más profunda y secreta;
tanto
que ya no duele.
Nota: Tomás Watkins nació en la ciudad de Neuquén en 1978. Integra el grupo de poetas Celebriedades, con el cual ha desarrollado una vasta difusión poética en las Patagonias argentina y chilena mediante el espectáculo poético—musical que los caracteriza.
En 2004 Celebriedades emprende un proyecto editorial denominado El barco ebrio con el cual Watkins edita su primer libro, intitulado 26. En 2007 se publica la versión definitiva en la editorial El Suri Porfiado, de Buenos Aires.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
El fragmento de poema utilizado como epígrafe del primer texto no pertenece a Roberto Mariani sino a su sobrino, Reynaldo, enorme poeta argentino.
ResponderEliminarGracias