Entrada
en calor
Mientras pedaleo en la bici fija en el
gimnasio
miro al chico que me gusta
el chico que me gusta corre en la cinta
a diez kilómetros por hora, después
hace pesas y abdominales y termina
con quince minutos de bici
no es un chico atlético, tiene un torso
más bien pequeño pero dedicado
me atrae su constancia, su total entrega.
Muchos de los que vamos al gimnasio
a los pocos meses de empezar
variamos la rutina que nos fue impuesta
la cambiamos, obviamos las cosas que nos
aburren
y si sobrevivimos terminamos haciendo
la mitad de lo que nos dieron.
Pero el chico que me gusta hace toda la
rutina
con devoción, tres series de diez flexiones
de brazos
los muslos y el abdomen contraídos
sosteniendo
un mundo con sus manos.
Me gusta pensar si tendrá la misma
constancia
en su vida diaria, si le hará el amor a su
mujer
siempre de la misma manera, un beso en el
cuello
hasta bajar a los pechos y solo recién ahí
cuando le toca los pezones empieza
a sacarle la ropa, primero la remera y
después
el corpiño, dejándole la bombacha puesta
incluso para la penetración.
Me pregunto si conocerá el recorrido de
memoria,
si a veces tendrá caminos alternativos,
disfrutara su mujer o le fastidiara lo
previsible del acto.
Mi mente divaga en estas cosas hasta que
vuelve
los veinte minutos de bici se me pasaron
volando
y pienso que si el chico que me gusta me
preguntara
le pediría que tome un atajo, que ya hice
la entrada en calor.
Ese
mediodía
Ese mediodía vino la abuela a almorzar a
casa
desde que está en el geriátrico cada tanto
viene de visita
yo llegue un poco más tarde y me senté
junto a ella
su impecable vestido, sus ojos enormes que
miran al cielo
y su boca torcida por los antidepresivos.
Apenas me vio me agarró la mano besándola
con fuerza
y se la llevo a su pecho
papá le contó que me separé pensé enseguida
y al rato hablé con mi viejo y me dijo que
si
un alivio porque yo no hubiera podido largar
esa noticia
frente a los ojos de mi abuela que absorben
y refractan todas mis emociones
me siguió mirando y me dijo sos preciosa un
sinnúmero de veces
mi mano aferrada a la suya contra su pecho
como un ancla
sintiendo el latido de su corazón, el tic
tac de esa maquinaria
que estando tan cerca de la muerte, me
enseña
cómo podemos seguir viviendo.
Un
huequito para respirar
De chica le tenía miedo a los ladrones
por eso me cubría la cabeza con las sabanas
para ir a dormir
dejando apenas un huequito para respirar.
Me acuerdo cuando mama nos decía
que no juguemos a ponernos bolsas en la cabeza
porque podíamos morir asfixiados.
Yo que todo lo agrandaba
vivía con un miedo constante
a la falta de aire y con una gran
conciencia
del que entraba y salía por mis pulmones.
Me encantaba nadar, tres brazadas
y a la cuarta sacaba la cabeza para inspirar
esa constancia rítmica, ese compas
inhalando por nariz exhalando por boca
me protegía de todos mis miedos
como lo hacía mama
cuando me
abrigaba para irme a dormir
y me daba el beso de las buenas noches.
Nunca
tuve un noviecito en el jardín de infantes
Nunca tuve un noviecito en el jardín de
infantes
ni alguien que gustase de mí
mi familia ocupó hasta mi adolescencia
todo mi universo sentimental
el ancho patio de la escuela
con la higuera y la máquina que compactaba
latas.
El primer día de escuela entré de la mano
de mi hermano, Lauti sabía muchísimo
y yo lo admiraba tanto que me pegué a él
durante muchos años, quería ser su novia
pasar todos los días juntos
en los recreos del colegio.
Recuerdo que mi prima también quería ser su
novia
y peleábamos tanto que
dejábamos de hablarnos durante días
sin compartirnos los juguetes
ni quedarnos a dormir la una en la casa de
la otra.
Cuando mamá preguntaba
por qué nos habíamos peleado
yo le mentía y le inventaba historias
de alguna manera las dos teníamos en claro
que ninguna se iba a casar con mi hermano
y que la vida nos iba a honrar
con hombres mucho más importantes.
Romance
Conversamos solo una vez hace diez años
pero esa charla todavía perdura
como quien hace el amor, siendo todos los
encuentros
una continua prolongación del primero
así son nuestras charlas, nos encontramos a
tomar un café
a beber dos copas de vino, y de un momento
a otro
nuestras lenguas se desentienden de los dos
se agotan en el juego del parloteo
y cada tanto hacen pausa
cuando están a punto de despedirse, de
cerrar
el dialogo, de coser el circulo que explica
y previene
la próxima conversación, se arrepienten
retroceden espantadas, se refugian en el
caparazón de la garganta
y se someten al invierno de las lenguas
aguardan cautelosas, deshilvanan las palabras
las lamen como si fueran carne de la otra
lengua amada
se preparan para la siguiente charla
que para ellas no es otra sino la misma, la
gran charla de las lenguas.
Cuando nos volvemos a encontrar y te intento agarrar la mano
mi paladar no logra contener a la
prisionera
vislumbra la punta de la otra y retoman el juego
se desbordan en un baile continuo, transpiran la danza
nunca se tocan ni siquiera se raspan
como si los fonemas que escaparan por sus
puntas
corrieran presurosos al encuentro
para abrazarse y amarse en el aire
y eso bastara para dejarnos satisfechos.
Bio:Nació en la
localidad de Lanús en 1990. Es Socióloga recibida de la Universidad de Buenos
Aires. Poeta inédita, concurre al taller de poesía con Osvaldo Bossi desde el
2010. Poemas suyos fueron publicados en la Antología del Rayo Verde editada por
Viajero Insomne en el 2014.
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