Navegación
solar
A pesar de que nadie funge ya
de censor
y de que las palabras, alguna
vez heridas
por el morbo, regresan liviana,
mansamente
a su seno; a pesar de que en
la noche absorta
pueda hablar sin temer que
cruja el corazón;
o tal vez justamente porque
ahora dispongo
de dulce libertad y un
horizonte abierto,
es que callo y evito, vanidad
que me hundía,
aquel ritmo salaz que medía
desmanes.
Fiebres en que abjuré,
desordenado, injusto,
del sentido, de la posible,
rechazada
por años, sucesión de pasos en
la ruta
del que ve que las cosas, más
allá del probable
desatino, son sólo múltiples
ocurrencias
del tiempo, y que las olas de
ese río invencible
acomodan y pulen el lecho, las
arenas,
y que es idiota, inútil querer
otros destinos
para la roca, para la
desembocadura.
Que en adelante sea lo mejor
navegar
en busca de más sanas
provisiones, y hacer
del día y de la luz un emblema
que nutra
versos que deberían mirar con
más frecuencia
ese grácil cardumen, esa
playa, estos remos.
Babía
Todo un día de libros.
Rueda la madrugada,
jadea. Te ausentaste
—ya sin palabras en
la mente— en la pared.
Perentorio durar,
definitivo. (Duerme
tu pareja.) Cegado,
tu impavidez registra
una espera de nadie,
un alma que se fue.
Ahora
que todo nos deslumbra
Tiempo para mi madre.
Y los vasos se ensañan
en los manteles últimos.
Y ella ya no comprende
que comienzo a entreverla.
Muñeco de hilos dulces
que destripamos pronto.
Tiempo para mi madre.
Acompañarla ahora
que todo nos deslumbra.
Conciso testimonio
el temblor de sus manos
de aljibe. Ya se aleja:
destrozada, menor.
Vereda
de mi hogar
Yo tengo que colgar un ataúd
(el yo: los otros) de las
flores, dichas
por los que ya no están (aún
se escuchan)
porque pasaron y, a la vez,
reír
—o sonreír, quizá— porque el renuevo,
esto es, la primavera —¡rotación!—
hizo que de ramitas varias
nuevas
hojitas (yemas, brotes) se
formasen:
señal de actividad.
"¡Cinco minutos!",
canta Marisa Monte: ¡la
delicia
de ir viendo la pezuña (ése,
su nombre)
de vaca cómo crece...! Se
aminora
de nuevo la mirada: cuando
riego
en la vereda. Hacerlo.
Renacer.
Bio: Entre los 8 y los 17 años estudió violín, para luego volcarse hacia la poesía. Ha publicado tres libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja/Cero, 2005) y Naturaleza muerta (El Copista, 2011).
Desde hace varios años ya publica sus poemas en sucesivos blogs, entre los cuales figuran: El tren y la mujer que llena el cielo, La lección de piano, El bakelita, Por el jornal, Crocante de seco y el actual, Voces en La Babía. Los poemas que componen Otro verano y éste han sido seleccionados de algunos de dichos blogs.
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