miércoles, 2 de junio de 2010

Pablo Anadón


La luz de la cocina en la mañana

La luz de la cocina en la mañana
cuando la casa aún está a oscuras
y todos duermen, y en los vidrios
el día es un presentimiento
parecido a la espera o a la añoranza.

La luz de la cocina cuando el sol aparece
anaranjado entre las ramas negras
y las flores celestes del jacarandá
y el hombre hace el café, hojea un libro,
se asoma al patio y piensa

que es posible que llueva,
que ya casi el la hora
de despertar a su mujer, que hay ropa
tendida en la soga, que el silencio
con olor a hume
dad le recuerda su infancia,
que la vejez se acerca
y el poema se aleja
y aún no sabe vivir.




Fábula triste

A mis hijos

1

Nada más que un cachorro de unos meses
que una mañana vino a nuestra casa
y se quedó.



2
Me levantaba al alba
y lo primero que veía
al bajar la escalera
eran sus ojos lagañosos
que me miraban fijos
mientras se oía el redoble
risueño de la cola
golpeando el almohadón.


3

La alfombra, el plato, los juguetes
de los chicos, donde hallo todavía
las huellas de sus dientes,
de su pequeña vida.


4

Hueso puro de ausencia,
vengo a roerlo aquí,
a este rincón donde pasábamos
largas horas los dos.


5

¿Qué significa, perro
perdido, tu existencia
en la mía? ¿Quién eras
de verdad, perro niño?


6

Pronto también nosotros
tendremos que dejar
esta casa. Muy pronto
no habrá nadie que abra
la puerta que raspabas,
si volvieras un día.


7

Desde aquí, escucho
antes de adormecerme
y apenas me despierto
el murmullo constante
del arroyo. No hay tiempo
ahí, todo es presencia
mineral, fugitiva,
que fluye sin saber
lo que pasa o se queda…
y aquí uno, restregándose
los ojos por un perro
que ya no está, extraviado
ladrido que en la mente
resuena como un eco
de todo lo perdido.


8

Y ahora,
¿de dónde viene ese oro
de la luz en la hora más hermosa del campo,
la luz que nos quedábamos mirando
aquí, en la galería, donde
sueño que lo querido
puede quedarse para siempre
como el fondo dorado de un retablo de Siena?





In memoriam

A. N. (1961-1964)
Hermano mío,
mi amuleto de la infancia,
¿se lleva la memoria
de la mano que aprieta nuestra mano
hasta que nos dormimos?

Niño mayor
y para siempre niño,
que casi no estuviste
y creciste a mi lado
como la sombra suave
que se alarga en la tarde,
¿en dónde están aquellos días
que nadie más que vos podía vivir?
¿Por qué he vivido yo, y vos
has muerto todos estos años?

Hermano, mi pequeño
amuleto de la infancia,
hoy más pequeño que mis hijos,
¿hay un lugar
donde lo muerto permanece?
¿Por qué sólo en el sueño
y nunca en la mañana
podemos verle la cara a nuestros muertos?

En ese día, hermano, el último,
dame tu mano diminuta
y regresemos juntos a la nada
por el zaguán de nuestra casa vieja.

Nota:Pablo Anadón: nació en Villa Dolores (Córdoba), en 1963. Ha publicado en poesía. "Poemas" (Colmegna, Santa Fe, Primer Premio José Cibils, 1979); "Estaciones del árbol" (Il Nuovo, Vecchio Stil, Córdoba, 1990); "Cuaderno florentino y otros poemas italianos" (Uiversitá degli Studi della Calabria, Aracávata de Rende, 1994); "Lo que trae y lleva el mar / Poesía 1978-1993" (Rubbettino Editore, Soveria Mannelli, 1994); "La mesa de café y otros poemas" (AMG Editor, Logroño, 2003) y "El trabajo de las horas" , "Poesía 1994-2004". (Ediciones del Copista Col Fénix, Córdoba, 2006).

1 comentario:

  1. el ultimo es un dolor compartido.... bello y gracias.mi ultimo dia de marzo habla de lo mismo, como llamar al huerfano de hermano... no hay palabra para eso pienso.

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