Tierra del fuego
La luz rodea el verano en el recuerdo,
aquí la sombra deambula con los niños;
entre turberas y fiordos, los glaciares
hacen que el hielo se vuelva un enemigo.
En esta isla, la sangre se congela,
la piel se raja, la voz se hace chillido;
y hasta las bestias, las plantas, los caminos
creen que la nieve es ajena al paraíso.
Y es que no hay cardos, sudor, no hay regocijo
de tambos, de granjas ni de silos;
y si hay un sol, un día, una tarde,
se esconde junto al hierro sin aviso.
Jugar es cosa de adentro, no de plaza,
y a nadie se le antoja el infinito,
que está en el mar, en el nombre, en la bahía,
en todo el viento, y también, en todo el frío.
En un domingo de bosque y costa espesa,
la libertad una rama de lenga
quiebra
con la ilusión de salir y no encontrarse
con el blanco, el gris y la tristeza.
La isla para el niño es una cárcel
con gaviotas, nutrias y orcas muertas,
un exilio, un castigo, una venganza,
que en el sur de estos pies dejó su
huella.
Corazón de aire
Mamá hace
pan
como yo
dibujo con crayones la pared
—así de
fácil
como mi
hermano ríe
desde la
cuna cuando la ve
—así de
natural
como si
fuera panadera
y no
maestra.
Gira la
masa,
la dobla
sobre sí misma,
engendra un
corazón de aire
y lo
presiona
con la
intensidad de una caricia.
La mesada se
templa para recibir la harina,
dan ganas de
acostarse encima
con la panza
desnuda
—la tibieza
del pan se huele cinco horas antes.
Mamá hace
panes trenzados,
como varas,
como hogazas,
con cruces o
rayitas,
panes
integrales,
de leche,
con semillas
y agua de
azahar para las Fiestas.
Nunca le
salen igual —eso ya es regla—
“a ojo”
siempre dice
y todo, todo
le queda tan rico.
Cuando los
bollos están
engordando
bajo el repasador
y se renueva
la advertencia de no entrar
a la cocina,
yo le voy avisando a mi estómago
que se
prepare. Con Tatung no nos alejamos
ni dos pasos de la mesa.
Horizonte
Bicicleta y
pedaleo
veo pasar la
piedra
toda cortada
en figuritas,
veo el
cemento y las baldosas,
la tierra
bajo mis ruedas
de triciclo
pedaleo
y me alejo porque
no quiero
pero quiero
llegar al
campo, rascar el cielo.
Perderme
entre los
maíces
que grises
se van poniendo
y entre
semillas
y tallos —tumbas,
trigo,
puentes, bayos
punzar el
horizonte
muy lejos
muy alto
y en un
punto
desbordado nubloso
extremo
quedarme
porque me siento
muy afuera
y muy adentro.
En
constante retorno
Vuelvo a los sueños eternos de los veranos,
al cálido roce de las colchas rojas
sobre el piso helado.
Vuelvo a tomar la leche de las botellas,
a comer masitas de latas negras.
Entre la lluvia nadan unas memorias
y en una gota cabe todo el universo,
en una gota que me trago,
cuando cierro los ojos y adormezco el pecho.
Las baldosas bajo mis pies diminutos
son rojas —mis zapatos, negros.
A veces no sé si es cierto lo que veo,
las imágenes se funden con los hechos.
Sólo sé que vuelvo como un pájaro,
me extravío en los silencios.
Vuelvo al centro de la ausencia
y me construyo con ecos.
Barda
No escucho
más que la voz
del viento,
la veo
quebrar
instantes
como frutos secos.
El valle —un
infierno verde—
nos hunde en
este desierto
y son dos
los cauces
que irrigan tu perfil bermejo.
Yo corrí esa
piel muchas veces,
me enredé
entre alpatacos
y le di mi
carne a las espinas.
Pisé —y
resbalé
tus piedras
sueltas
y el hueso
de algún cocodrilo
enraizado en
tu vientre.
Desde el
mirador, junto al canal de la ciudad
y la
avenida, vi extenderse el campo de golf
—otra conquista
sobre tu parte dormida.
Me sentí libre en tus venas
—creo que también me sentí presa
y me fui antes de morderte más las uñas,
un
intento voraz
de escaparle a la locura.
Bio: Aixa Rava
(Tierra del Fuego, 1982) Profesora en Letras y de Español como Lengua
Extranjera egresada de la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén). Es correctora
de la editorial Buenos Aires Poetry y de agencias de traducción nacionales y
extranjeras, y reseñadora de Solo
Tempestad. Publicó el poemario Barda
(Buenos Aires Poetry, 2014) y varios cuentos y microrrelatos en Revista eSe (Rosario)
y Revista Kundra, en la cual colaboró como redactora y cronista. Actualmente, está
terminando de corregir su segundo poemario.
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