domingo, 29 de noviembre de 2015

Tomás Fadel






Como en Vista al Gran Hall, Conway Castle, de Samuel Prout,
no puedo dar final a lo que no lo tiene.

Una cosa en otra se repite
cada vez más gris, y lo que es claro

es lo confuso, una niebla sutil e inamovible
entre el Conway Castle y su arco.

Como él, unos días lo pienso así,
y la verdad se vuelve un salmón

saltando fuera de la mandíbula de un oso viejo.
Otros días, cómo él, también yo me canso de mí

y la verdad es algo firme que se evapora lento,
como ese helecho fuerte e invisible

que crece arriba, contra toda voluntad,
entre los huecos del ladrillo. 







Como el Dani, en su cueva de agua, la tortuga ve un siglo

Prometí escribir una obra por casa y comida
y no paso de la escena 2. ¿Cómo pudo
August escribir en seis meses Camino de Damasco?
Esta obra no es para ser representada
en un teatro cozy con luz tenue
ni en el dance hall del que habla el zuko.
Tampoco es para ser leída, sus palabras
no valen mucho. Quizás ni siquiera sea
para ser mostrada. Esta obra no parece funcionar
más allá de mis propios límites,
pero ¿cómo quieren que me expanda,
mutantes?
                                               De mi mente a otras mentes,
sólo porque no queda otra.
Sin correr para poner la lapicera en el papel.
Tranqui tron, otros ya sufrieron esa aflicción,
murmura Ms. Écrivain, desde atrás de su platón de calabazas.
Ah, amigos, ustedes no saben... Es
como cuando Fram dijo: ella es... él es...
no es un hombre encarcelado en un cuerpo de mujer,
es un hombre que entra y sale de un cuerpo de mujer.
Sentí algo que ya había sentido:
A los cuartos soleados amplios absorbentes
va el tronar de los monstruos.
Una alarma estremece a todo el barrio.
Como el Dani, en su cueva de agua, la tortuga ve un siglo.
Y el turco le dijo: ¿pero qué hay en el hueco?
Claro, si sale hombre, tiene que entrar algo, o quedar eso vacío.
La mujer que el hombre no le entró, ¿queda vacía, Fram?
A la calle baja el silencio de los cuartos,
de los búmetros que estallan en volumen cero,
de esos fosforescentes resplandores débiles
se cubren los cabellos húmedos, brillosos
de una mujer dormida en celo improductivo
Hasta la calle baja el silencio de las casas
y de las avenidas a los edificios
se filtra el gran silencio de los autos guardados:
un patrullero lleno de hojas secas y húmedas.
Finalmente responde Ms. Écrivain
con otra pregunta:
¿pueden entrar dos almas en un cuerpo?
Triple halo blanco azul y rojo de la luna
que estuvo llena hace dos días
y ahora mengua.
Al oído de nosotros llega el zumbido del mosquito
que gira sobre sí mismo y sube
el humo de los cigarros se compacta de a poco entre las molduras de este casco viejo
y sale
en una fila ululante hasta la pequeña rendija
que el vasito de Marian sostiene,
con su vino.
¿Quién se debate en una idea inmortal?
¿Quién está ahora pensando en el momento en que se detienen
todos los derroches?
Suena suave sobre las melodías el slide de Richard Co.
de a poco suben los volúmenes
de nuestras percepciones,
del crujido de la laca de una puerta que se desmembrana
y ya hemos pasado la atención al golpe grotesco
de las ramas que se chocan en los cables.
Silvestre la noche eyecta sus pájaros de árbol a árbol.
Mati me aconsejaría que me fije en el cero,
habitaría el vacío y lo contemplaría,
muy hermoso, cierra todo, ¿pero para qué?
Dani me aconsejaría que mejor lo olvide,
¿pero para qué?
Yo les diría hoy que las dos almas son una expresión de la misma cosa,
y argumentaría que pudieran ser un bucle,
o un reflejo, ¿pero para qué?
La luna se descompacta de su imantada redondez
y cranean todos la respuesta en el silencio
¿pueden entrar dos almas en un cuerpo?
y entonces
tímidamente
apegada a su birrita,
como si tuviera quince años
y habiendo pasado algo muy cercano a un segundo,
la Gurí respondió:
apretadas.







Es un gran día para Hoja de Trabajo.
Lee, sobre el tablado, Ashbery su recital.

Decenas de caras parecen haber pactado escucharlo.
Ojos como flechas al pecho del que habla.

Los primeros versos parecen penetrarlos,
entra el sentido, afligido, en sus expresiones.

Cuchillo de sílabas, manteca de conceptos.
Hasta que uno en particular, acodado en la barra, tose,

incómodo por el humo de los cigarros,
y otro, de aspecto jocoso, gay, se acomoda en su silla.

Empiezan a mirarse chicos y chicas
y se empapan todos de una fiesta hormonal.

De repente, sin que nadie lo note, el lector ha enloquecido.
Rebotan ideas y sonidos en las paredes viejas.
Nada más que cascotes que se descascara.

Y como agarrando las sílabas desperdiciadas por el lector,
crece rápido el murmullo en la habitación.

En un tren de pensamiento invisible, se ha parado
y ahora chilla en voz alta su canción interior.

Se detiene. Esto es casi casi un instante.
Nada queda en los cráneos huecos,

ni de él, ni de ellos,
que ahora de nuevo lo contemplan

y actúan como partes de un gran espectáculo
superior a ellos, y que los contiene.

Arropados, respiran todos la colonia repugnante del genio
y al unísono se levantan.

Se abren de par en par los brazos
y el público aplaude, "Bien, ¡Bravo!",

y reclama la victoria del poema
que ya descansa en su propio lugar:
pisoteado, junto a los pegotes de cerveza







Hola Marie,
llamo para describirte este sueño
y que no se me olvide
porque recién me acabo de despertar.
Bueno, en verdad no llamo, sino que escribo.
Hace poco soñé que Aldo vivía en una ciudad paralela
que estaba en las nubes,
pero no en las nubes de ficción,
sino en las terrazas de todos los edificios,
que se conectaban entre sí con túneles y pasarelas.
Enormes jardines... ¿cómo sería lo contrario de colgantes?
¿surgentes?
Enormes jardines surgentes desde el subsuelo suburbano
hacían de esa ciudad una "ciudad verde".
Desde entonces, casi todos mis sueños transcurren en este escenario.
Las chicas aman a los chicos que viven en la ciudad de las nubes,  
y eso vos lo sabés bien.
Tarde es de noche en la ciudad de las nubes
y nunca se cansan sus habitantes de vagar por las pasarelas.
En este sueño de hoy, más allá de la maqueta,
estabas vos caminando sola
por una pasarela poco iluminada
que no había visto nunca antes.
Tenías la piel grasa y algún granito,
los ojos saltones de siempre y una gorrita.
Apretabas con una chica, de la que te deshacías
tirandolá al vacío de la ciudad de las nubes.
No es que hubiera pasado algo.
La chica era linda, pero vos no sabías qué querías de ella.
Después que la tiraste, te pusiste la gorrita para atrás,
y te sentiste sola, porque estabas sola.
A medida que arrastrabas tus pies alejándote del  callejón
parecías irte preguntando esas preguntas
que sólo una mente que funciona en verso puede generar
como
¿quién resuelve este debate inmortal?
o
en las precisiones despojadas de ilusión, ¿quién vive?
Preguntas que vienen repetidas de otras mentes
y que ocupan espacio en la tuya
que acaba de decidir tirar al vacío a una chica hermosa,
con futuro, que sólo quería un poco de aventura
entre las calles oscuras de la ciudad de las nubes.
Bajaste unas escaleritas y te sentaste en el tercer escalón
como esperando el autobús espacial.
Se te sentía roer una inquietud más grosa,
pero como no te conozco tanto en la vida real
creo que tampoco pude adivinar qué te pasaba en el sueño.
A veces me apeno, Marie,
realmente me hubiese gustado ayudarte.
Decirte que esa chica que tiraste al vacío,
que está todo bien, que es sólo un sueño mío,
y encima un sueño mío,
que no te preocupes,
que en el debate inmortal estamos todos,
pero no pude hablarte en el sueño.
Había un murmullo de metal
entre tu cara dada vuelta
y el ojo espía de mi sueño.
Me acerco lo más posible,
voy a tocarte un hombro y ser simple, me digo,
nada, eso: hola... ¿Marie? ¿Cómo estás?
 te noté preocupada y pasé a saludar...
Tirito de frío y nervios. De nervios,
porque voy a hablarte y descubrir
nuevos rincones de tu pensamiento,
pienso, un poco despierto ya. De frío,
porque parece que empieza a amanecer
y ya empezó el otoño en el plenilunio.
Soy todo un hombre valeroso.
Te toco el hombro.
Te das vuelta.
De tus ojos saltones, sólo queda la sombra.
De la mandíbula, que roía esa cuestión inmortal,
sólo algunos harapos quedan, unos hilos de carne y baba
que parecen destrozados por una especie de bruxismo alienígena.
Los dedos derritiéndose como queso cheddar
en una hamburguesa de Mac,
y bajo la gorra, el poco pelo, crespo,
como intentando volar.
Creí  que ibas a darme un beso,
así que me alejé del miedo,
y le pifié el paso a la pasarela,
y me uní a la chica con la que transabas.
Me acordé en ese momento del sueño,
cuando caía,
de la parte que Fram resaltó de tu poema,
la del diagrama de Benn.
Yo no creo, amiga Marie, que puedas usar matemáticas tan simples
para describir tus sentimientos.
Si te interesa, allá abajo, en la otra ciudad,
podemos aprender astrofísica, ecuaciones diferenciales,
y quizás así podamos comprender mejor las emociones
que nos llevan a escribir estos poemas.
Todo eso parecía gritarte
después de pifiar el paso
y caer hacia el vacío

Atontado,
destapado,
despierto.





Bio: Nació en Tunuyán, Mendoza. Traductor y editor, publicó Finca (Colección Chapita, 2010), Miniaturas (Neutrinos, 2013), El recital de Ashbery (Hoja de trabajo, 2014), La Montaña (Fadel&Fadel, 2014) y las traducciones de Su Tung P'o Viñas desmoronadas (Colección Chapita, 2012), Las flores de más, de Baudelaire (Colección Chapita, 2013) y "A"-12 de Louis Zukofsky (Fadel&Fadel, 2015). Participó de la antología 30.30 (emr, 2013). Codirigió la editorial Colección Chapita junto a Daniel Durand y Matías Heer y formó parte de la curadoría de Embalse, gimnasio de poesía. Actualmente desarrolla su propio proyecto editorial, Fadel&Fadel, además de trabajar como traductor y diseñador editorial para distintos medios gráficos.



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