miércoles, 26 de enero de 2011

Osvaldo Picardo


Picaflores

Antes de correr la cortina frente a las calas
la velocidad se congeló en el aire.
Primero fue uno borroneando las alas
en el hilo desatado ante un gladiolo.
El otro cayó al lado en rebote pausado
y giraron trenzando el tallo de la tarde.

No los habías visto hasta entonces. Luego
leíste que tienen corazones enormes
para el tamaño diminuto de sus cuerpos.

Y también
que mueren de quietud durante el sueño.





En un viejo laboratorio de fotografía

Hay una suma de cosas en la sombra que las ventanas clausuradas
dejan crecer desde hace años. Además del piletón, la ampliadora,
el abrillantador, los frascos de ácido y la luz inactiva. Hay además
ese presentimiento, el mismo de la primera revelación
cuando la inexistencia tuvo un colapso y mil partículas
se concentraron en la historia de una sonrisa.
No es algo nuevo sino todo lo contrario, apenas si es algo.
Se parece a los bares oscuros del puerto entre putas
y algún extranjero. No se trata de palabras ni de costumbres,
hay una suma de cosas flotando como cadáveres
que nadie podrá identificar.







Siesta

vi de nuevo el rostro de mi madre
José Lezama Lima


Recuerdo de golpe, la oración sibilante de mamá
mezclada al zumbido de un moscardón.
La penumbra de la cocina ya limpia
y su sombra
a través de la fiambrera de la ventana.
La que daba al lavadero y un patio
con macetones de flores sustentadas a pura agua.

De mañana fuimos con mi primo a nadar.
Todavía el mar estaba brumoso
como si sacudieran una alfombra en el viento.
Aturdidos entrábamos de lleno a la combustión
del silencio
con pisadas de gaviotas sin borrar
y ovas vacías entre las uñas de las olas.

Estoy con una maya mojada y el pelo rubio.
Sumido en el cansancio pleno del mar,
poco antes de ser obligado
a la inocencia segunda del sueño.

Mamá –nunca te lo dije– yo te espiaba de lejos,
fabricabas algo seguramente bueno.
El zumbido sin palabras
en el abismo del nacimiento
y la calma ilegible de antes de todo sueño
te han comprendido.






El ignorante

Nunca sabremos realmente por qué
hemos vivido. No alcanzan las palabras.

Sobre el mismo mar se levanta el sol.
Ante el mismo mar
un mediodía, alguien se para en la costa
y mira. Sólo eso y nada dice. ¿Qué espera ver?
Mirar no es ver sólo esto que se muestra,
ni siquiera lo que existe. Las olas hablan
de regresos largamente olvidados,
a veces sin que nadie haya partido.

Una gaviota y un poste de luz parecen
ser el centro del universo. A su alrededor
la circunferencia de tu ignorancia
es como ese pescador y su caña,
una eternidad demasiado larga.

Hubo muchas veces en que creíste
haber nacido para algo. Fue esa fe
la que te empujó a decisiones definitivas.
Pero el resto lo decidió

un puro instinto de felicidad
acontecido para ser superado.


Nota: nació en la ciudad de Mar del Plata, Buenos Aires, el 22 de noviembre de 1955. Actualmente reside en esa ciudad, donde enseña literatura y dirige la revista y colección La Pecera de Editorial Martin.
Libros publicados:
Apenas en el mundo, 1988
Poemas con tu altura, Mar del Plata
Letras en una esfera armilar, 1991
Dejar sin ventanas la verdad, 1993
Quis quid ubi : Poemas de Quintiliano, 1997, reeditado en 1998
Una complicidad que sobrevive, 2001 , Pasiones de la línea, 2008

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