Hay tristeza
en el río,
pesa el agua,
el río la
mantiene callada de su curso
como si
hiciera hijos en sus márgenes
y los
estableciera más adentro.
Sólo nada la
luz de una naturaleza quieta
en el remanso,
y se arroja
esperanza
a ese dolor
inhóspito del agua
en esta hora
del día,
y se piensa en
refugios.
Hay tristeza
en el río
y una secreta
compasión
hace que lo
acompañen pájaros minúsculos.
Visitantes
callados
embellecen el
luto,
lo cantan.
(de
Para que exista esa isla)
Un padre que se muere
limpia antes el jardín,
separa las ramas secas,
la hojarasca,
quema la oscuridad,
los restos de animales,
descarga tierra nueva
sobre la tierra pisoteada,
divide el polvo
que concentra la luz.
Una hija repite
la palabra nunca
mientras poda.
Se hace la idea de un desierto.
(de
Para que exista esa isla)
Por última vez
había que subir a la terraza a destender
tu ropa.
Había que ver cómo algo tan simple
nos hería.
Esa mañana contraria a las demás
la forma de tu cuerpo ondulaba en la soga,
el aire envejecido,
empastado de nada,
todo lo que no.
Queríamos decir mañana y no,
cielo celeste no,
ni vamos,
ni en un rato.
Lo único importante era esa ropa paralela
a la certeza enorme de tu muerte
en los oídos.
Podríamos haber velado directamente
la ropa tendida,
abrazados,
mientras soplaba ese viento desacostumbrado de junio
sobre el techo inocente de tu casa.
(de
Para que exista esa isla)
No sabemos qué hora es
de oscuridad y de llovizna
fuera de este calor que nos damos.
El viento silba alrededor
donde las hojas se levantan.
Pero no vemos nada.
Lo que oímos
es el viento cazando.
(de Todo lo que habla, inédito)
Me quejo
de la poca profundidad,
de lo que tiembla,
como si viviera rodeada de cachorros
y el tiempo fuera una escena que crece
hasta el punto de un abandono premeditado,
de mi voz en los sueños,
de proferirla como si fuera una extranjera
y hablar sucediera con los puños,
y las palabras se golpearan entre sí
y sólo cayeran heridas de mi boca.
(de
Otra naturaleza, inédito)
No digo que no cuando te
nombro,
cuando tu nombre termina
y me invade una náusea
del tamaño de un país
pequeño
pero lo suficientemente
hondo
como para fundar una
equivocación
entre sus límites.
En el territorio de mi
dolor el yerro.
Había decidido que no iba
a pronunciarlo,
que si no estaba tu voz en
algún sitio
ese solo silencio de tu
nombre tomaría
la forma de una
devastación,
la medida de un agujero
en todo lo que sigue.
Y no.
Y cuanto más digo que no
más delirante esta
abstinencia,
lejos de las heridas de tu
nombre.
Entonces sobrevivo,
que es una manera de decir
cómo fracasa ese dolor,
cómo se despeja.
Bio: Rosario, 1973. Licenciada en Letras y en Psicología.
En las próximas semanas sale Para que exista esa isla, primer poemario publicado por Postales Japonesas (Córdoba).
Actualmente vive en Montevideo desde hace un año.
Lo que debe ser nombrado porque vibra y duele como la sombra de una luz que nadie ve, Julieta lo nombra.
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