sábado, 20 de marzo de 2010

Bernardo Canal Feijóo


El inconjurable poema de la barba.

Agente natural de la civilización,
el peluquero está instituido para combatir
las ingencias salvajes de la cabeza humana.
La humanidad en masa
debiera detenerse un segundo, de pronto,
como si se hubiera trabado la película de la vida,
en su homenaje,
y volver el rostro,
y decir a coro:
“Gracias!”.
(Sé que esto no es posible, porque
más fuerte que los impulsos de la gratitud
son los horarios, por ejemplo,
pero sería justo).
Yo también –pero siempre
menos que otros-,
estoy condenado al banquillo del peluquero.
Lo confieso con la emoción necesaria
que me impone el tener que enfrentar mi hiperestesia
en el espejo,
como en un caso de conciencia,
mientras noto que bajo mis asentaderas el banquillo
se descadera en voluptuosidades criminales.
No! y no!
Yo me siento incómodo en el ortopédico banquillo
porque siento
que la imagen del espejo
me quiere ejemplarizar con un ejemplo de niño de babero,
y yo no quiero ejemplos
sino raptos.
Sólo el peluquero sabe desmelenar ahora.
Eso es reparable, ahora
que la humanidad ha conquistado la gomina
y la sífilis.
Y sólo el peluquero
apoya la mano sobre la cabeza de los calvos
con algo así como una idea de noble empresa ascensional,
escaleras arriba,
hacia el cielo
que es el sentido de la alopecia…
El pulverizador tuerce y endurece el cuello
como si le atragantara un súbito canto de gallo.
Yo pienso:
con estos elementos, nada más,
qué gran artista sería el peluquero
si no le venciera el don de la palabra;
si su visión
no se anegara tanto en el color exánime de sus lociones;
si su olfato
no predispusiera tanto a una atmósfera emulsionada de alcoba;
si al asentar su navaja
no volviese los ojos torcidamente
hacia uno;
si al rasarle a uno el bigote
tomándole por la nariz
no le dejase el labio leporino,
y pusiese en su boca un fruncimiento de beso pudibundo!
Poseedor
del pulso exacto de los perfectos desbrozamientos,
así sabe darse el escultórico placer
de arrancarse los rostros en la última limpidez
de los perfiles fisonómicos,
desde el fondo negro y blanco
de sus regresivos erizamientos
y de las espumas,
con que , sólo, se les sofoca.
Llegaría a consumarse
EL ARTISTA
si se decidiese, y
-en un cercén heroico, él, que tiene la navaja-
independizase de una vez
la cabeza,
del resto irreductible del cuerpo.
El pulverizador estallaría
con todas las salivas de su continencia.
Flotaría un olor de crimen ridículo, un instante,
pero el Arte se habría impuesto
al fin.


Ansiedad

El ansia del triunfo
Anidaba en el ángulo de la red,
A espaldas del arquero,
Una gran araña torva...

(El juego se agolpaba contra unos de los arcos, como en un peloteo a la pared. El arquero tenía ya empastelados los ojos, y aunque volvía las espaldas en las contorsiones bruscas, quedaba siempre mirando de frente com un búho idiota.
Solo, abandonado en su arco, el arquero adversario se paseaba de un lado para otro, se detenía, parecía ladrar al tumulto lejano, como un perro atado a su garita.)

Córner

Los jugadores se reunieron a dar la bienvenida.

Como de un lejano horizonte
Se levanta la pelota del córner,
Abriendo su vuelo de serpentina...
Se encoge la guardia de los jugadores
Y ajusta el paredón del gol.
Entonces,
Entre las frentes endurecidas,
Una frente,
Aristada de voluntad
En un salto más alto que ninguno,
Quiebra com un florete
El acero flexible de la parábola del córner...

Réferi


El réferi husmeaba todo, estaba empeñado en revertirlo todo hacia sí, en sorprender las delanteras sin darse mucho afán, con una judiciaria propensión a descubrir la falta, a aplicar sus sanciones de pito solemne.
(Va, vuelve;-tiene una carrera entorpecida de una contracarrera, con estacatos de cardíaco, o de palmípedo doméstico, que pretende seguir el volatín aéreo de los pájaros, y larga tres pasos torpes de tony botinudo.)

Al arco

(El arquero sabe de la alegría de transmutar
en juego el ceño homicida del adversario.)
Publicado por Jesús Malia Gandiaga

Nota:Bernardo Canal Feijóo nació en Santiago del Estero en 1897 y falleció en Buenos Aires en 1982. Poeta, historiador, jurista, sociólogo, filósofo y folklorista. En 1922 se doctoró en Jurisprudencia por la Universidad de Buenos Aires.
Fue galardonado en 1934 con la Legión de Honor por el gobierno de Francia, en atención a su colaboración y traducción de la obra de los hermanos Emilio y Duncan Wagner, considerados los fundadores de la arqueología santiagueña, titulada La civilización Chaco-Santiagueña y sus correlaciones con el Viejo y el Nuevo Mundo. En 1975 ingresó en la Real Academia de las Letras.
En sus ensayos ha realizado análisis de la realidad argentina desde una interpretación culturalista y sociológica, destacando entre estos Nivel de historia (1934); Ensayo sobre la expresión popular artística en Santiago del Estero (1937), trabajo que obtuvo un año más tarde el primer premio de la Comisión Nacional de Cultura; Mitos perdidos (1938); La expresión popular dramática (1942); Teoría de la ciudad argentina (1951) y Juan Bautista Alberdi: constitución y revolución (1955). También ha llevado a cabo importantes aportaciones dramatúrgicas, como Pasión y muerte de Silverio Leguizamón (1937) y Tungasuka (1963), así como poéticas, siendo las más importantes Penúltimo poema de fútbol, que fue su primer libro poético; Dibujos en el suelo (1927); La rueda de la siesta (1930) y La rama ciega (1941).
Respecto a estas últimas composiciones conviene recordar que en su juventud, Canal Feijóo formó parte del grupo "Martín Fierro", que dedicó gran empeño a la renovación del verso.

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