miércoles, 3 de marzo de 2010

Martín Rodríguez



Rey algodón en el Chaco (huérfano)

Cuando decía “Chagas”, “mamá tiene Chagas”, lo decía
como aturdido, como esperando una respuesta
de la ciencia dura y de la cuenca dura (de la leche
que abrazaba como un manantial
de sangre blanqueada en la raza),
tomaba leche amarga, pero entraba de noche a un cuarto
y pedía la teta de una madre. Casi era un susurro
¿Y qué podían hacer si no negártela?
Tengo hermanos, le dijo uno.
Somos muchos, le dijo.
Y así.
Se repetía la escena en interminables ruegos, hasta
que te colgaron una campana sin que lo sepas, en la espalda.
Para oírte llegar, y trancar la puerta.




Pan y comunicación

El pan no es la mano que da dios.
Para eso da la carne, y el pan es la representación.
La luz no es para el pan en la mesa.
Pan negro, pan blanco.
Llega por mensaje de texto
el fragmento de una receta para hacer arroz.
No alcanza para hacerlo.
Estalla una comunicación.
Puño en la mesa, luz en los ojos y vino.
El arroz viene en el río.
Hay una niña con un plato en el río como si fuera oro,
eligiendo el amarillo. Arroz, arroz, arroz
gallo oro,
por una zorra hidráulica,
envuelto también viene
el puño de monzón.




Calcio

No me conocía hasta que vi el árbol sin mi camisa, con su rama estirada
besando la tierra, como inclinada
ante el sol
desnudo de la tarde
en que todos los pelos se soltaron
de sus cabezas, y todas
las piedras soltaron sus pelos,
y todos los huevos soltaron sus pelos,
y la tierra ardió frente a mi camisa que ya tenía puesta,
blanca,
triunfal,
con su anillo de agua sofocada en los tembladerales del sol:
a la velocidad de la luz
el blanco de las cosas, Calcio, tomó
su lugar: no los dientes, ni la leche,
ni las tetillas, ni los huesos, ni el cristal, ni el carbón,
ni el semen, simplemente
el calcio fue un aura en la pequeña cabeza de Niño,
en su alma inclinada ante la rama que sostuvo su camisa
primera, de hombre, en el atardecer del río.



Paraguay

¿Cuando empezó la guerra, Mariscal?

¿Corrientes no era Polonia?

El Mariscal quería pisar tierra, una vez.
Paraguay era una ciudad de agua, un pantano.
Mato Grosso-Corrientes, países de agua también
pero que van hacia el mar…
Las aguas como la piel de gallina:
llegó a Corrientes pisando las aguas,
en patas, tirando flores. Quería pisar tierra, una vez.

Con su vapor de la marina paraguaya, de una marina sin mar.

No te duermas sin haber cantado las nanas de la guerra. Decía.

Pintate con carbón no sólo los bigotes, el ceño fruncido, la bala hundida, el orificio: todo.

Después llegó la guerra, Mitre, Caxias, las batallas, una a una, en series:
Curupaytí: el flujo temporal de la batalla.
Curupaytí: 3ra columna, 4ta columna, columnas de humo hacia el fuego.

Pero fueron necesarios los niños. Los niños: la bala líquida.

”Esquema semiótico básico”: ataque-defensa, aliados-enemigos, derrota-victoria.

Pero los niños, como el agua, se escurrían en los dedos. Grababan sus figuras en el barro, temblaban con el racimo de sus dedos (la uva blanca), contra el agua dejaban caer el polvo de la pólvora como polvo dorado, se sacaban todo de encima. Incluso la guerra se la sacaban de encima: corrían como si tuviesen encima un hormiguero. Hormigas rojas corrían en ellos también.

Siguieron al Mariscal hasta la muerte, en manos de los negros-esclavos-libres.


Nota: Nació el 8 de abril de 1978 en Buenos Aires. Agua Negra (Siesta 1998), Natatorio (Siesta, 2001), El conejo (Ediciones del Diego, 2001), Lampiño (Siesta, 2004 - 1er premio del Fondo Nacional de las Artes), Maternidad Sardá (Vox, 2005), Paniagua (Gog y Magog, 2005).

2 comentarios:

  1. La Poesía como una boca sin límites. Buena poesía. Llena de adentros.
    Hugo Francisco Rivella

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