domingo, 30 de mayo de 2010

Walter Cassara


Hotel Calibán


En el cuarto no hay nada,
salvo una cama ligeramente en declive,
un interruptor de luz que rara vez funciona,
mesa, papeles, libros desparramados por el piso.
Aquí estamos, desde siempre, el niño que fui y el que soy,
y el rezo, algo roedor, de un grillo encerrado en el ropero.




Crítica

Hablamos de un poema mudo, unos trazos
ígneos que nos separan de las cosas;
de ese malevolente "nada que decir" visto
a través de un corte clínico, oblicuo.
En el punto más bajo, en el punto sin perspectiva,
la voz cayendo como un gesto fuera del cuerpo.




El paseo del ciclista

"Alone in flesh, himself no friend." Auden
I.


¿Cómo agotar esa ilusión que es el cuerpo, sino encarnándola?
Estar a un mismo nivel que la energía que se desprende del cuerpo,
totalmente conectado con sus fluidos
sus latidos... ¿ Hay algo más hermoso y cruel que esto?.
Bajo por la ribera, como un topo horadando, hasta donde termina el arroyo;
delicia del sillín y de la posición oblicua
que corta al bies un viento helado. Nada podría detenerme.
¿Fingir que no lo sé?. Ya es tarde, estoy en mi emboscada,
el deseo como una piedra atada al cuello me arrastró a este lugar
y harían falta varias vidas para saber qué significa ese jeroglífico
espejado en la carne.
Todo lo que percibimos son incrustaciones, como ripios en el camino
que sacuden nuestro sopor, pero no alcanzan a despertarnos.
Cuatro calles, las mismas que hace veinte años conspiran
bajo el óxido y la mansedumbre, manteniendo en vilo nuestra imaginación
para un viaje que nunca emprenderemos
por falta de entusiasmo y de valor o porque ya estamos
parados en el nervio de la tragedia, a unos pocos metros
de donde soñábamos llegar. Un modo de rodar
que es no moverse del sitio, como en la fábula de los eleáticos, y sin embargo
estar exhaustos, sedientos, vencidos por el destello perezoso de los cuerpos,
exhalando una curiosidad por la vida que en nada se parece a eso: rótula
plexo
ligamentos y toda una averiada liturgia familiar
donde la rabia mordisquea las dádivas de algo más hermoso.
Doblar siempre a la derecha con las manos escarchadas sobre el manubrio
y un miedo a no sé qué atravesado en el esternón, algo como una voz hablándote al oído en una clave que conocés demasiado.
Una palabra más
y esta ligera aleación de grafito se volatiliza.
No hay ni un piel roja, pero al movernos sentimos que podrían estar allí,
asediándonos tras los arbustos, con la promesa de un enfrentamiento
un zumbido en la ataraxia. Aquello que en vos todavía respira, avanza
y retrocede, agitación sorda y mecánica de la mente
como afrontar un paseo de media tarde
y pedalear, pedalear hasta el colapso
impulsado en la incongruencia de las olas
el vaivén de los pies distrayéndote
del cielo enrojecido sobre tus párpados, rodeado de lo que alguna vez
fue mar y ahora es un terreno cruzado de toscas y alambres
en cuya luz a punto de extinguirse nos zambullimos
rodando, tropezando como una piedra en un desfiladero.
Traté de imaginarme el desenlace perfecto, sin redención ni llamas
cobaya alucinada trepidando en la rueda de los ciclos;
me dolían las rodillas, chillaba en un tono alegre y neutral.


II.

La calma de un atardecer en que me siento al borde de la ruta
una calma donde otros hubieran encontrado la locura
de cara al sol ondas borrosas saqueo que no alcanza
por arrabales, barrios donde ya no te encuentro
quiero decir demasiado la voz es un adulto pero dejemos hablar al niño que no sabe decir más que mentiras cosas poco
elaboradas donde otros
la verdad pasa temblando apenas recorro el camino de un muerto que viene a mí enseñándome la felicidad de la que
apenas soy una vieja escuela un viejo preguntar una alma en pena que no se absorbe no se detiene no adelgaza no deja
de preguntar el chico no deja de preguntar absorto en lo que me duele en lo que no puedo expresar ahíto de vanos formalismos
y ahora ya no estoy sino en el vano escape de un dolor a otro de una pregunta a otra no deja de mentir no tengo
ni siquiera una verdad de la que apropiarme de la que al fin decir lo que se renueva lo que se abstrae demasiado
disociado demasiado viejo




Nostalghia


A menudo en el zoom de la música
días o noches sepias del más adherente
y centrífugo invierno, vuelvo algo borracho
resbalo como un zueco en la trinchera
cansado y cansado, pero más todavía de trucos
cetrerías, pájaros adiestrados por algún brujo
medio zahorí, stalker o impostor a secas.

Y cómo cuesta reconciliarse con la claridad
de la mañana, cuesta pensar en la estepa
sin pensar en algo sucio y a la vez imposible
por ejemplo en la paz, la arena, el sol, las rocas
todo eso para lo cual también fuimos hechos.

Cuesta sí eludir el pozo subterráneo
el tambor ya agrietado seguramente
con que el niño se calienta las yemas,
y el ermitaño se duerme en su caverna.

Toda la noche sopló un viento helado
y cuántas almas monitoreadas en la lluvia,
cuántos capotes hablando apenas por un resuello.
En todas partes, como un espejismo
escucho ladrar a los perros hambrientos
y un trineo lleno de fantasmas se desliza
en el aire periclitado de noviembre.
A treinta y dos grados bajo cero
la mente empieza a alterase.

Prueba una gota de esta fiebre,
equivale a varios siglos de historia.
Debo apurar el paso, trenes rigurosamente vigilados
parten cada noche hacia la frontera.


Vi desplomarse una estrella
y cinco minutos después el cielo
abierto en que Natacha se lavaba el pelo
con el agua milenaria que juntó en un bol.
Igual de triste, el peso molecular
de cada palabra rumiada entre dientes.
No se calma esta fiebre apretando
una aguja de pino contra el viento del malestrom.

Ateridas y rasposas márgenes del Neva
donde yo fui un invierno Alexandr
Blok petrificado en la nervadura de una hoja.
Dachas boyando entre otras cosas más o menos
nobles e inútiles, tenias que cantan al terror
de no sé qué cíngaras venidas de Marte.
Todo sustraído de golpe, puesto más allá, caído
en el cepo acmeista ; todo tan intangible, dudoso
problemático, tan ego o eco-futurista.
Todo tan que se apaga y no, tras la cortina blanca
de aquella música que ahora hace glú-glú en el barro.


Vi bosques calcinados, lagos color turquesa
Montañas colosales me quitaron el aliento
Vi formas y gestos que nunca llegaré a descifrar
Aquí donde la única palabra adecuada es “Nostalghia”
Como la figura embalsamada de un puma
En una tienda de reliquias o baratijas
La sombra que fui, a veces, me hizo sonreír

Nota: Walter Cassara nació en Bs. As. en 1971. Publicó Juegos Apolíneos-Ed.Siesta (1998), Rígida Nieve – Tsé Tsé (2000) y El paseo del ciclista – Ed.del Diego (2001) y Máquina de trinar (Huesos de Jibia).

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