sábado, 24 de julio de 2010

Gerardo Lewin


Isidoro Cañones contempla las ruinas de Mau Mau

De nada, Cachorra, nos valió creernos
un trazo inmortal en el papel.

Puntual, aquí está el día, el tedio,
la transfiguración de lo que amé
en grácil materia anonadada,
despojo inerte de sacras, magnas francachelas.

Hubo vastos, placenteros océanos,
inexplorados continentes desnudos,
nuestro jolgorio y gloria.

Hubo una guerra y los Cañones
construyeron la patria.

Una vez más, pido la cuenta.
Ya rancia, la manteca cayó.

Lo que tuvo que ser:
dios inclemente
o redentor demonio
me quita
lo bailado.





Diálogo informal en el andén con mi amiga, la bella suicida
A Dafne Pidemunt

Mira, querida amiga, – dije –
ya ves que la locomotora avanza.
Enfrentas decisiones cruciales e inmediatas
y no hemos podido hablar aún
del dolor ni del sentido de la vida.

Es verdad – replicó
mientras un aire rubio la obligaba a guiñar –
pero, ¿cómo fue que llegamos aquí?
¿es cierto que este tren nos llevaría
a antípodas ciudades, ignorantes
de la moderna tristeza que adoptamos,
donde es posible contraer sacras nupcias con árboles
y envejecer petrificados
hasta que las pupilas se nos llenen de astillas?

No creo yo que todo eso exista
sino como un ejemplo otro
de la desilusión del yo,
de la disolución del yo,
de la desolación del yo.
– suspiré –
¿Por qué no vamos a bailar,
a comer algo, a tomar un café?

Nada me queda claro de lo dicho.
Todo se me ha borrado
como una certidumbre despeñada.
¿Hubo una vez amor entre nosotros
- dijo -
o eramos personajes
de una aplaudida telenovela vespertina,
en la que yo vestía un trajecito gris
y caía la lluvia?

El suelo tiembla – comprobé turbado –
Mira: la muerte ya está sobre nosotros.
¿Qué palabras debo decirte ahora
en esta nueva noche que se cierne?

Sólo di: ¡resucita!





Desde el Sheol - Entrevista con Shemp Howard

No quiero distinguir ya mis palabras,
el roce quieto del aire de este limbo.

La tristeza carcome el corazón del muerto
como el regreso de una oscura tos.
Soy llagas, niebla;
en exceso he bebido del fatídico elixir del yo,
ese que fui y que invocan,
por la mala molienda de lo dicho:
falaz espíritu feliz.

Adalid, profeta, mártir;
buscaba crueles enemigos
o monstruos derrotables,
el sentimiento que trágico machaca:
sórdido garfio en mis narinas,
tortura piadosa del piquete en los ojos
y detestables onomatopeyas revulsivas.
Danzas bravas de la tribu trinitaria.

¿Se entiende ahora
en qué consiste
el verdadero negocio del chiflado?

Redimido por audiencias infantiles,
ingreso al santoral con aura:
una ronda de pájaros piando en mi cabeza.





Dos romances redundantes
A Rolando Revagliatti

1-La gorda
Establezco un affaire superficial,
innecesario y sórdido con Nancy,
la ampulosa, opulenta, polentosa
vendedora de chalecos de fuerza
para la capital y el conurbano.

No son, ciertamente, el interés y la lujuria
mis únicos motivos: hay un deseo de imposible,
un desafiante intento de alcanzar el ideal.

En furtivos encuentros en el easy de Warnes
ella acaricia, subrepticia, fría grifería cromada.

Con el ladrillo motorola en mano
va detallándole, grácil, a su madre,
la tortuosa progresión de sus orgasmos.

Y en su mente prospectos de las ventas futuras:
ávida, la lista inexorable de los que pasarán,
en breve, a integrar la clientela.

Buscando el propio nombre
es imposible
no echarse
una miradita.




II La Flaca

Comparto con mil televidentes extasiados
el oculto, perentorio deseo de violarte, Nadia,
cuando por el 7 nos anuncias
céfiros favorables o adversos temporales.

Todo pasa por tí,
tus pupilas develan los tiempos por venir.
Un dios menor o algún gerente te han designado pitonisa.
En cada humor del mundo te revelas,
las nubes derraman tu canción sobre mi rostro.

Y la tortura diaria, térmicas sensaciones
como esdrújulas inconcebibles;
tu mano señalando frentes y presiones,
fantasmales tormentas
destinadas a anegarme,
a negarme.

¿Cómo podría, entonces, sorprenderte?
¿Qué cataclismo pergeñar,
qué precipitación o meteoro
que no hayas avizorado ya?

Como no fuera este odio repentino,
este imprevisto amor...





Sentimiento Zombie

¿Qué busqué aquí?

Busqué una música mayor,
un amplio río.
Ambigüedad. Voces
ahogadas en el limo negro.

Busqué una changa en playas
de estacionamiento. Subterráneas.

¿Por qué no te morís?,
dijeron. Cosan sus ojos,
séllenle la boca.
Denle sutil inexistencia;
crudo, duro vudú de incertidumbre.
Que labure.

Vos ¿sos vivo?
¿Dónde dejaste el auto?
¿Qué pensabas que diría
un muerto, el muñequito
que camina por la sombra?

Yo
no soy
quién.





Código postal

Uno no es un papel,
unas palabras,
cartas.

Uno no es un recuerdo,
tinta celeste,
fechas.

Uno no es un fantasma,
algo que se desliza
bajo puertas.

Que no me envíen a destinos imposibles,
nunca diré “querida amiga”,
“estas rápidas líneas”
o “ha empezado a llover”.

Uno no es un remitente falso,
escritura olvidada,
gotas de perfume.

Carne transfigurada y mártir
de matasellos asesinos,
víctima fácil de un abrecartas violador.

Uno no es algo que deba ser leído,
literatura itinerante,
yendo y viniendo hasta la muerte
entre nuestras mutuas soledades.






Aurea mediocritas

Déjenme ser un poeta menor.
Nada del otro mundo.
Alguien a quien apenas
le alcanzan las palabras.

Yo no quiero luchar,
me rindo de antemano.
Te cedo los honores,
no concurso.

El día pasa y frente a mí
desfilan grandes temas
que otros, mejores,
ya han cantado y gastado.

Nada puedo agregar
sino silencio.
Quiero ser alguien
a quien apenas se lo escucha.

Déjenme susurrar una canción
de vez en cuando.
Déjenme imitar
el sonido del agua.

Yo quiero ver pasar los años
y recordar tu abrazo,
tu inolvidable olor a crema,
a pan recién horneado...





Turista en uno mismo

Turista en uno mismo,
comprando postales,
consultando mapas,
perdiéndose.

Turista en temporada baja,
mirando paisajes
borroneados por la lluvia.
Solo.

Turista triste sin sorpresas,
ve lo que vio ayer,
lo que verá mañana.

Matando el tiempo
en estaciones grises,
en tiendas de souvenir vacías.

Sin guías, sin valijas. Turista
en uno mismo anclado y confundido.
Sin dirección, sin cartas.

Resignado turista sin boleto de vuelta.


Nota: Gerardo Lewin nació en 1955 en Buenos Aires. Es egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Participó como actor en distintas producciones teatrales. Estudió Dirección Teatral en un curso de posgrado de la Universidad de Tel Aviv. En 2003 editó un poemario, "Amores Muertos" (Editorial El Jabalí). Codirigió el ciclo de encuentros poéticos "El Orate y la Musa". Publica en su blog "de_canta_sión" sus traducciones de poetas hebreos, clásicos y modernos.

1 comentario:

  1. Excelente, querido Gerardo Lewin, esta muestra de tu poética. Como sabés, o creo que sabés, me agradaría encontrarla más a menudo por la Red.

    Abrazo dominguero.


    r.
    r.

    http://www.revagliatti.net

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