lunes, 10 de marzo de 2014

Santiago Venturini





De Vida de un gemelo (inédito)


5

Harto de la vida sedentaria
quiso que nos volviéramos nadadores.

En la pileta de un club,
con un gorro de goma
comprimiéndonos el cráneo
y unas antiparras empañadas
perfeccionamos nuestro crawl.

Una mañana,
en el fondo azulejado de esa pileta
en la que se lavaban pubis y escrotos
de todas las edades,
      vio
                                    dijo
un par de zapatos marrones
idénticos a los que usaba alguien
que él conoció muy bien.

Me obligó a sumergirme en ese lugar:
parado en el fondo como un buzo,
con tres metros de agua sobre mi cerebro,
no vi nada más
que brazos y piernas de señoras anfibias
agitando el cloro.

No quiso volver:
nuestra vida acuática duró menos
de un mes.
En eso pienso
mientras lo veo usar sus antiparras
en tareas domésticas
potencialmente peligrosas para
la vista,
como la poda de ese arbusto inofensivo.


14

A veces
acerca la cabeza a la pantalla
para mirar la cara
de los actores porno:
depilados bajo los reflectores,
sobre un fondo de imperio romano
o de oficina,
se excitan metiendo sus dedos
en una boca o un ano,
y él sabe que solamente piensan
en la técnica:
una vez 
un piloto que violaba a un pasajero
miró por un segundo a la cámara,
él lo vio.

La pornografía no lo estimula,
menos las películas viejas
que lo hacen pensar en la vida actual
de esos tipos:
uno pisa los sesenta
y  sigue tragando anabólicos
para metamorfosearse en los gimnasios,
otro se volvió un pastor protestante,
otro se murió de sida,
otro decidió formar una familia convencional
porque necesitaba hijos
para sobrevivir.
Es raro,
me dice,
pienso mucho en ellos:
los imagino prendiendo el auto
en playas gigantes de estacionamiento,
los escucho moverse
entre las sábanas de piezas
a las que no voy a entrar,
los veo abrir las heladeras de sus casas
llenas de comida extranjera,
y aunque estemos en los polos opuestos
del planeta
hay algo que me une a ellos:
yo los vi eyacular.


24

Después de un tiempo considerable
volvimos a nuestra casa natal:
con una mano atajándonos el sol
nos paramos en la calle para ver
la construcción alzada
con maderas viejas y cemento.

Ahí adentro tuviste tu primer orgasmo, dijo.
Ahí adentro, dije,
acariciaste la cabeza de tu perro
y la de un muerto.
Ahí, dijo una voz anónima
–y los dos miramos a los costados–
se transformaron en esto.

Cuando cumplimos ocho o nueve
años,
alguien puso velas
y soldaditos de plástico
en una torta.
Mientras cantaban alrededor
unas voces que se volvieron adultas
y tuvieron hijos para hacer funcionar
la máquina de la humanidad,
nuestros pulmones infantiles
soplaron:
el aire atravesó
los ambientes de la casa y los muebles
que fueron cambiando de lugar,
los modelos de autos usados
que tuvimos como familia,
el olor del spray para el pelo de mamá,
la pileta de lona en el medio del patio
los vecinos las navidades los huesos de las manos
alargándose en cinco mil días distintos,
y algo en el futuro se apagó.



Dos inéditos (2013-2014)


Estabas tan quemado en esos días
que una vez
pusiste dentífrico en tu maquinita
de afeitar
y te cepillaste los dientes:

sentiste menta mezclada
con sangre de encías
pero no dejaste de cepillar.

A la hora de comer
sosteniendo un tenedor
pesado como yunque,
tenías intermezzos líricos:
volviste a los montes de tu barrio
volviste al living de una casa
que desapareció
bajo la arquitectura moderna,
volviste a la tarde en que tu papá
te metió en un aeroplano
y te hizo ver la ciudad entera
en miniatura:
vacas de pini pon 
autitos de playmobil moviéndose
despacio
en esa maqueta chistosa.

Pasó el tiempo
te domesticaron como a un perro
te enseñaron tareas elementales
y un día
alguien te empujó a la civilización
con un peinado nuevo.

De vez en cuando
arañás las paredes caminás
en cuatro patas
pero aprendiste a cerrar la puerta
para que nadie te vea



*


A las dos de la mañana
en un programa de televisión
mujeres trasnochadas llaman
a una tarotista
para conocer su destino.
En el estudio vacío de algún canal
ella tira las cartas
mientras titilan atrás las estrellas
de un fondo digital:
Sandra de sagitario
entró Júpiter en cáncer
veo un varón   dice
y todas las mujeres y yo
nos acostamos creyendo que el
universo
tiene reservado algo especial
para nosotros.



Bio: Nació en Esperanza (Santa Fe) en abril de 1981. Es doctor en letras, profesor universitario y traductor eventual. Publicó El exceso (Torremozas, 2008: malo) y El espectador (Gog y Magog, 2012). Si todo sale bien, este año publicará Vida de un gemelo.

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