jueves, 11 de febrero de 2010

Joaquín Giannuzzi



Nicolás entra en escena

Cuando corre hacia mí
mi cansada osamenta responde
con un espasmo emocional. Así que
bienvenido a esta escena
donde los títeres se apalean
por razones que ignoras tanto como yo.
Pero de todos modos alcanzaré a ser
el primer fracaso de tu vida
y tu primer sospechoso. No te molestes
en desmentirlo, considera este final
como un detalle en el curso de las cosas,
un accidente que ayudará a marcharme
antes de que me pidas explicaciones
por este tumulto. Agradezco tu llegada:
quizás oculte la promesa de entender
lo que fue secreto para mí,
poeta de oscuro oído que no percibe el rumor
de un sistema coherente de realidad.
Desde mi último sillón asisto
a tus asombros. En tus ojos voraces
apuntan los titubeos prenatales
de un mundo que no me pertenece.
El mío se deshace, estupefacto
sobre los escombros de su propio centro.
Despide entonces a mi siglo con piedad.
Ahora tu oportunidad consiste
en cuidar el tuyo y tu cerebro,
mientras amaneces
y mi herencia son todas tus preguntas.


Lluvia

Desde anoche se anunciaba en mi osamenta
este golpe de lluvia resonando
allá afuera, apartado
de los objetos personales.
Pero hay una respuesta placentera
partiendo de mi fisiología,
una correspondencia natural e indescifrable
entre elementos vivos,
que segrega del conjunto
mi condición de espectador.
Desde mi butaca
asisto a la representación terrestre
donde las cosas encajan como un problema resuelto.
A solas con mi identidad
ajeno a mi esqueleto y a la lluvia, descarnado
en la penumbra prenatal del dormitorio.



Mosca final

Tiesa en el vidrio y su engaño, todavía
se aferra a un resto de luz menguante.
Calmada forma final
ya no tiene razón contra el invierno.
Un fracaso a la vista del cielo:
veo la dignidad
de concluir con la tarde, en un gris moribundo
aplastado a lo traslúcido. Una pizca
de frío residuo planetario
hacia abajo chupado, a lo indistinto.
En su descenso cumple
una certeza de orden, mientras ignoro
la ley de mi propia disolución.
La muerte
no me reserva esa lógica suave,
su tranquila mecánica
sino un final inexacto, sometido
a un desesperado anhelo personal.



Llamado al hueso principal

Con dedos pensantes y a fondo
palpo el hueso de mi cara:
un hueso general en el que busco
una forma cumplida, una razón total
un principio de respuesta, algo que aclare esto
con la medida de su oscuridad.
El hueso calla, se ahonda y endurece.
Sólo habla mi cara, mi máscara histriónica,
esta carnadura vaciada del error,
esta superficie apaleada por la época,
su charla de idiota, su falsa dirección
sumando confusión al ruido de la realidad.



Conocimiento del insecto

La mosca explora el borde de los objetos
en rápidos giros discontinuos.
Una pizca nerviosa de vida individual, aplicada
a este momento convencional de las cosas.
Pero en alguna parte
estalla una puerta y en súbita parálisis
la mosca se entrega a la sospecha
de un doloroso conocimiento:
sabe que estoy allí y que no puedo
apagar mi conciencia, su amenaza de caos.
Una vigilia de universos separados
que no pueden ignorarse.
En dos cuerpos tensados, una astucia
de condenados, a la espera
de algo que pueda definirse todavía.
Y el salto en que se pierde
por el mundo ilegible
es una desierta aventura
hacia un orden ajeno a mi visión.


Nota:Nació en 1924 en Buenos Aires y murió en 2004 en la provincia de Salta. Su obra ejerció una gran influencia en poetas de las generaciones posteriores. Comenzó estudios de ingeniería pero los abandonó para estudiar periodismo. Escribió desde noticias policiales hasta críticas literarias en los diarios Crítica, Crónica, Clarín y La Nación.
En 1958 publicó "Nuestros días mortales" y ganó el premio de la Sociedad Argentina de Escritores. En 1962 empezó a colaborar con la revista Sur que dirigía Victoria Ocampo. Por esa época publicó "Contemporáneo del mundo". En 1967, "Las condiciones de la época" y en 1977, "Señales de una causa personal". En 1980 apareció "Principios de incertidumbre"; en 1984, "Violín obligado" y en 1991, "Cabeza final". Su último libro, "¿Hay alguien ahí?", se publicó poco antes de su fallecimiento en enero de 2004.
Giannuzzi ganó los premios Municipal y Nacional de Poesía. Fue un hombre de vida austera y ejercía un suave humor negro. La alusión al entorno social y cotidiano, la muerte, la incertidumbre, fueron frecuentados por su poesía tersa y de sorpresivos remates.

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