martes, 14 de septiembre de 2010

Andrea Malaspina


El muertito

Camino las cuadras hasta su casa como todos los días, el muertito atrás, atadito a su espalda.
Revolvió las esquinas a ver si encontraba algo para comer, para llevar a su casa, para vender por monedas.
Se agacho en cada bolsa, siempre con el muertito a la espalda. Así lo llamaba, cariñosamente, porque el niño nunca lloraba ni se quejaba de su destino. Pero siempre atadito a su espalda.
Cruzó las fronteras de la autopista que separaban las luces de la ciudad de su barrio en el suburbio.
El muertito a la espalda se acomodo un poco para pelearle al frío.
Ella pensó, leche tengo para el niño, mañana se verá y entró a su casa por la cortina de arpillera.
Encendió un fuego para sentirse a salvo, revisó los escasos víveres y puso a calentar un poco de agua para un caldo, amamanto al niño y lo durmió antes que llegara el hombre.
Sintió los pasos de él bordeando la zanja. Lo recordó en el pasado, altivo, montuno, con esperanzas. La pobreza y el maltrato de la ciudad hicieron lo suyo, pensó. Un insulto y las palabras empastadas no anunciaban nada bueno.
-“Qué hacés che? “fue el saludo.
- “Una sopa, ¿ querés?.”le respondió mientras atizaba el fueguito.
- “Agua sucia yo no tomo”- le contestó el hombre.
Agrego los fideos de mañana al caldo para conformarlo y una galleta reservada al desayuno.
Comieron en silencio, el niño dormido.
Se acostaron cerca para paliar el frío, a ella los huesos le dolían fuerte de tanto andar y andar con el muertito en la espalda.
“Qué juntaste?” escuchó mientras resistía la embestida del hombre que una vez fue su compañero de desventuras hasta que lo perdió el vino y la vida.
“Poco “, contestó ella.
Mantuvo el fuego encendido hasta que pudo para mantener caliente al niño, luego la venció el cansancio.
Se despertó con las primeras luces, el hombre dormía todavía su borrachera.
El fuego apagado hacía hielo del aire. Se acordó de la panadera de la avenida, esa que le daba ropita para el niño y que le dijo un día –“ Venite para acá, trabajo hay y tenés una pieza atrás del horno. El niño no es problema.”
Detrás del horno debe estar calentito.
Se acercó al muertito, el niño despierto la miraba fijo, como interrogándola, los ojos negros clavados en los ojos negros de ella.
“Te llamás Salvador”, le dijo al levantarlo, y arropándolo le susurro al oído _” y hoy de acá nos vamos”.

Nota:
Nací en la ciudad de Buenos Aires en septiembre 1963,
resido en Moreno , pcia de Buenos Aires desde 1987
Hace dos años vivo muchos dias de mi vida en Gral Pico , La Pampa donde comencé formalmente un taller literario a cargo de Agueda Franco.

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